JGH: “YO SOY EL QUE FUI” | ¡Entrevista exclusiva a José Gregorio Hernández!

En entrevista realizada por Raúl Díaz Castañeda (RDC) al doctor José Gregorio Hernández (JGH) en el pueblo de Isnotú, el beato trujillano le habla a sus paisanos, le habla a su país, le habla al mundo de hoy

 

Por:  Raúl Díaz Castañeda 

RDC.- Por fin usted fue declarado beato por la Santa Sede. Esto en Venezuela ha sido recibido con alegría por católicos y no católicos, incluso ateos y agnósticos, que desde hace muchos años reconocen de usted su obra científica, su ejercicio profesional caritativo volcado hacia los más necesitados y la rectitud de su comportamiento, el maravilloso milagro de fe, bondad y pureza que dijo su amigo ateo Luis Razetti.  Virtudes heroicas, señala el veredicto. Se ha pensado que para este pueblo donde estamos, Isnotú, donde usted nació el 26 de octubre de 1866 y vivió hasta los 14 años, su beatificación puede servir para un mejoramiento económico como atractivo turístico. Y cito las fechas porque no escapará a su perspicacia y sabiduría que usted vivió aquí toda su infancia, que es la edad en que se define el carácter y el temperamento; recuerde la acertada sentencia del poeta Wordsworth, desarrollada por Freud: El niño es el padre del hombre. Le acoto respetuosamente esto, porque los buscadores de peros, que son legión, tratan de minimizar el hecho diciendo que usted nació aquí por casualidad; ¿qué le parece?, a mi juicio, una perogrullada.

Decidí esta entrevista a raíz de las declaraciones de uno de sus más sensatos devotos, Francisco González Cruz, rector magnífico de la Universidad Valle del Momboy. Ante el lógico desbordamiento de los entusiasmos, surgió la pregunta Y ahora qué vamos a hacer con la beatificación; el rector González, con sutil ironía recomendó: Pregúntenle a José Gregorio. Por eso estoy aquí con usted.

JGH.- Bienvenido, y que Dios y Nuestra Señora del Sagrado Corazón lo bendigan. Empecemos porque me están llamando desde muchas partes.

RDC.- De acuerdo… ¿Lo llaman por el celular?

JGH.- No. Mi comunicación es por la fe.

RDC.– Sé que usted sabe que este monumento aquí frente a nosotros fue creado para usted en Nueva York por la famosa artista venezolana del Pop-art Marisol Escobar. Ha sido dañado. ¿Qué opina de esta ofensa contra usted?

JGH.- La ofensa no ha sido para mí, no soy una estatua, sino para Marisol Escobar. No debemos dar a las cosas un significado que no tienen. Ante estas torpezas, porque es una torpeza de la barbarie, hay que armarse de paciencia. Hay que enseñar a la gente a respetar y a respetarse. Los abusos son inmoralidades.

RDC.- De acuerdo, paciencia, que ya casi no queda. Pero contra el monumento se habían dado otras agresiones. Esta vez dañaron su figura, pero antes robaron sus símbolos.

JGH.- El único símbolo que reconozco es la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, no por soberbia sino por convicción espiritual muy profunda; ¿qué símbolos son esos que usted menciona?

RDC.- El perro, el ciervo y el maletín. De bronce.

JGH.- El material no importa… ¿Y qué significan?

RDC.- Le digo lo que he oído. El perro es la lealtad humilde, sin condición; su compromiso con Dios, con su Iglesia, con el prójimo. Lo del ciervo es una metáfora; no pudiendo la artista expresar su servidumbre en caridad, puso el ciervo por siervo; a usted le llaman el siervo de Dios.  Y el maletín significa su profesión de médico; ese maletín que tanto sanó y consoló. Esa fue la idea de Marisol Escobar, ¿está de acuerdo con ella?

JGH.- No me es propio opinar sobre eso, y me disculpa. Yo soy el que fui; mejor dicho, el que pude ser, y creo que no cumplí como debí hacerlo… Robaron cosas; no símbolos; se llevaron el bronce. Robar es una maldad, un pecado. Lo de aquí fue un robo sin mayor importancia. Hay otros peores, por ejemplo robar con engaños a la buena gente su fe, robar a la juventud su futuro, robar a los pobres sus posibilidades de vivir un poco mejor, robar a los más débiles su dignidad, robar a los humildes sus esperanzas… Robar la historia y tirarla al pote de la basura…

RDC.- Robar la historia, me da usted una oportunidad para una pregunta atrevida; se la hago con toda mi consideración, pero la creo necesaria porque el tema que toca fue publicado. De usted se dice con razones sostenibles que fue sabio y santo, siervo de Dios y médico de los pobres. ¿Por qué con esos títulos difíciles de reunir en una sola persona, y que le han hecho merecedor de la beatificación, quiso usted un blasón con sus apellidos, lucir un escudo de armas que mostrara un alto linaje? ¿Qué le agregó eso?… Discúlpeme.

JGH.- No se preocupe… Sé que a los que han referido ese hecho banal, les parece una tontería, un vanidoso desliz censurable, lo que con tanta fuerza condena Eclesiastés… Si ya está publicado es historia…  Que cada quien saque sus conclusiones: si creen que pequé de vanidoso, pues diga que estuve muy lejos de ser perfecto… Como todo ser humano fui débil y cometí errores… Solamente Dios es perfecto…

RDC.- No, discúlpeme; no lo estoy juzgando. Seguramente la Congregación para la Causa de los Santos consideró eso; el terrible abogado del diablo, usted sabe, pero de un alma verdaderamente grande como usted nada debe quedar oscuro, y ahora menos porque su proceso va en camino de la santidad, que por lo que se oye pienso que será corto. Si puede, y perdóneme, se lo ruego, deme una explicación que no sea la tristeza de  la aceptación humilde del error; arrepentimiento o expiación.

JGH.- No hay nada qué perdonar, quien debe pedir perdón soy yo… Debería aceptar el reproche y callarme, pero pudieran decir que el silencio frente a una ofensa a veces no es humildad sino soberbia, ponerse por encima del otro, y ese no es mi caso. Usted no me ha ofendido; usted ha querido saber. En mi carrera médica muchas veces me vi en situaciones parecidas…

RDC.- Muchas gracias, me quita un peso de encima…

JGH.- Como acabo de decirle, cometí muchos errores, pero en la madrugada, al reconocerlos en mi examen de conciencia, me arrepentía con mucho dolor, entonces iba a la iglesia y me confesaba; esa es una de las grandes gracias de Dios, dar la oportunidad de la enmienda, de levantarse y seguir hacia Él… Bueno, lo del blasón con mis apellidos fue una inquietud filial: quise saber de dónde venía yo, y en aquel momento pensé que la heráldica podía darme algunas respuestas. En la Biblia, cuando se introduce en el relato un personaje de enlace, se da su genealogía. No es una excusa… Usted me pide una explicación… Dejemos las cosas así…

RDC.- Aquí en Isnotú, en las paredes del santuario, hay miles de placas que testimonian milagros hechos por usted…

JGH.- ¡Perdone que lo interrumpa!… Yo no he hecho ningún milagro; Dios es el único que hace milagros…

RDC.- Los que recibieron ese favor extraordinario confiesan que se lo pidieron a usted…

JGH.- No es lo mismo.

RDC.- Pero sin su mediación Dios no hubiera oído al que pedía el milagro…

JGH.- No diga eso. No es verdad. Dios nos oye a todos…

RDC.- ¿Entonces?

JGH.- Ese es el misterio de la fe. No podemos pedir a Dios explicaciones. Se ha repetido mucho: los designios de Dios son inescrutables.

RDC.- Si ante lo inexplicable de lo divino no podemos pedirle explicaciones a Dios, ¿qué hacer para no dudar o desertar?

JGH.- Pedirle que nos ilumine; que nos dé confianza para aceptar humildemente lo inescrutable; en eso consiste la fe. Recuerde que hubo un fugaz momento en que Cristo, Hijo de Dios, dudó, el lama sabactani, ¿Por qué me has desamparado? Pero antes de expirar aceptó: En tus manos encomiendo mi espíritu…

RDC.- ¡Qué difícil! ¿Se comunican los santos con Dios o no? Y si se comunican, ¿en qué idioma lo hacen?

JGH.- Usted quiere una explicación racional; no la hay. En la fe no cabe la razón. La trascendencia espiritual no es fácil de explicar. Las palabras no son suficientes para eso. Se da; sin más. Dios es la Totalidad, con mayúscula. Dios está en todas partes, y los caminos que a Él llevan son muchos. Las escrituras sagradas, los profetas verdaderos y los santos son caminos. Dios está dentro de nosotros. Búsquelo dentro de usted si quiere hablar con Él.

RDC.- ¿En qué idioma?

JGH.- En el de la fe… Es difícil precisar eso… La fe cree en lo que no ve con los ojos sino con el corazón; uno dice con el corazón pero realmente no es así; es más bien apagar todo lo visible, que es perturbador para el espíritu, y hundirse en el oscuro profundo del alma, como decía San Juan de la Cruz. La ciencia cree en lo que ve o cree ver con deducciones, y el fanatismo cree no en lo que ve o cree ver, sino en lo que quiere ver.

RDC.- ¿Está Dios dentro de los ateos? Me cuesta creerlo…

JGH.- También dentro de ellos está. Y se les revela de muchas maneras. Que no las quieran ver es otra cosa. La ciencia ni el fanatismo han podido contra eso.

RDC.- Después de la beatificación, ¿cómo se siente?

JGH.- Como el que siempre fui. Yo no trabajé para ser santo; trabajé para la gente porque el dolor de la gente me dolía; aunque parezca contradictorio con el concepto que se tiene de lo religioso, yo trabajé para la gente por necesidad existencial.

RDC.- Volviendo al comienzo: utilizando su beatificación, ¿qué se puede hacer en Isnotú para mejorar la pobreza? Ha sido propuesto por allí que sea convertido en un gran centro turístico…

JGH.- Que genere mucho dinero, ¿no?… ¿Dinero para quién? ¿A qué costo? La pobreza no se resuelve con dinero al voleo, sino capacitando para el trabajo y adoctrinando para el bien común,  sembrando solidaridad y dignidad, estimulando la decencia y el respeto para el otro; comprometiendo al individuo con la comunidad y el lugar… Entiendo que estos son principios un tanto abstractos, y lo que se pide son obras materiales… El turismo pudiera ser, pero algo espiritualizado, mejorando primero las condiciones del pueblo, convirtiéndolo en un lugar amable, donde la gente sea lo esencial, en el que se integre la comunidad toda, sobre todo los niños, sin grandes hoteles, que tienden al espectáculo bochornoso y a la concupiscencia,  sino con pequeñas posadas manejadas con propiedad  por los lugareños… Creo que aquí funcionaría bien un hotel albergue para ancianos, que es la edad más vulnerable de la sociedad moderna, y que cada día crece más, pero no un degredo, no un depósito donde dejar el estorbo de los viejos e irnos creyendo que tenemos la conciencia limpia,  algo cómodo y seguro, un ambiente sin lujos ofensivos y por demás inútiles, de descanso y recreación, donde puedan ejercitar una   actividad significativa y creadora… Un gran restaurant-escuela de cocina trujillana pudiera funcionar muy bien aquí, para encontrarnos y conversar… Y acondicionar un estacionamiento en la periferia para que los automóviles no comprometan el tránsito peatonal; ese olor pestilencial de la gasolina que nos intoxicó el cerebro… Cosas así…

RDC.- Se nos hizo tarde. Cumplamos con las medidas contra la pandemia y con la cuarentena… Muchas gracias por su tiempo… Antes de irme, ajustándome a la situación y aprovechando  la oportunidad, quiero un favor de usted: Pida un milagro para Venezuela, usted sabe a qué me refiero…

 

 


NOTA: el periodismo y la literatura nos permiten realizar a veces algunas travesuras que escapan a las rigurosas normas de la academia. Es por ello que en esta oportunidad nos permitimos publicar para el 42 aniversario de Diario de Los Andes una entrevista imaginaria hecha por una persona que ha sido minuciosamente estudiosa de la vida del Doctor José Gregorio Hernández, y así conocer sus posibles respuestas sobre temas más actuales.   

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