Jerusalén, 10 abr (EFE).- A pocos días de que empiece la Semana Santa, las calles de la Ciudad Vieja de Jerusalén siguen prácticamente vacías de peregrinos, con algunas excepciones aquí y allá que apenas consiguen aliviar el sufrimiento de los vendedores de recuerdos, que llevan cinco años encadenando crisis tras crisis.
«En 2020 tuvimos el problema del corona (la pandemia de la covid-19), después tuvimos un poco de tiempo para relajarnos, los turistas empezaron a venir, pero luego lo mismo. En los últimos cinco años, solo hemos tenido uno bueno», cuenta a EFE Omar, propietario de una tienda de souvenirs cerca del Santo Sepulcro.
El tendero reconoce que, si pudiera dedicarse a otra cosa, hubiera dejado el negocio hace tiempo. Pero la tienda es lo único que tiene.
A pesar de que por las calles se ven cada vez más caras extranjeras, a medida que el tiempo mejora y las aerolíneas retoman sus vuelos a Israel, la mayoría de los que llegan son estudiantes o trabajadores extranjeros y sus familiares, que vienen a ocupar el vacío que han dejado decenas de miles de palestinos de Cisjordania ocupada a los que las autoridades israelíes, tras el 7 de octubre de 2023, no permiten trabajar en el país.
«Lo que ocurre en el terreno de la política se refleja en la situación. Como la situación política no es segura, los turistas tampoco se sienten seguros», considera Omar.

«El problema son los seguros»
«El problema fundamental son las compañías de seguros», explica el sacerdote Joaquín Paniello, del Opus Dei y que lleva 15 años viviendo en Jerusalén, en una entrevista a la entrada del Santo Sepulcro.
Paniello asegura que muchas aseguradoras todavía no cubren los viajes a Israel, a pesar de que la mayoría de aerolíneas ya vuelan al país y la situación, aunque tensa, no se compara con la segunda mitad de 2024, cuando las tensiones con Irán hacían temer una guerra regional.
Otros no se sienten cómodos haciendo un viaje, aunque sea una peregrinación espiritual, mientras a pocos kilómetros de distancia continúa la ofensiva israelí contra Gaza, que ya ha causado más de 50.000 muertos.
Pero los principales damnificados por esa decisión, dice el cura, son los palestinos cristianos de Jerusalén, Belén y el resto de lugares sagrados de Palestina, que durante décadas han dependido del turismo religioso para llenar sus restaurantes, sus hoteles y sus tiendas.
«Todo el que ha podido, se ha ido», lamenta Paniello. La minoría cristiana palestina es, cada vez, más minoritaria.

Pocos turistas
A sus espaldas, junto a la entrada al Santo Sepulcro, se pueden ver algunos grupos pequeños de turistas, la mayoría de países asiáticos, haciendo fotos en la plaza o regateando con algunos de los vendedores de recuerdos.
En el interior, los visitantes apenas tienen que esperar una cola de unos pocos minutos para visitar la tumba vacía de Jesús. Antes de la guerra y de la pandemia, explica Paniello, la cola podía ser de tres horas.
A unos metros del lugar, bajando por la Vía Dolorosa hacia la puerta de Damasco, una pareja de turistas estadounidenses se detiene junto a una de las innumerables tiendas de regalos que bordean las calles.
«Es un poco sorprendente que no haya más gente aquí», asegura Marilyn Wilkinson. «Todo parece normal, los mercados funcionan, estamos comiendo en restaurantes geniales…», dice su marido, Jim.
La pareja admite que tenían algunas reservas antes de viajar a Israel, por lo que decidieron establecer su base de operaciones en Jordania y, desde ahí, recorrer la zona.
«Pensamos que sería una manera más prudente de venir», explica Marilyn, aunque aclara que, una vez pasada la seguridad en la frontera, las cosas se ven mucho más tranquilas.
«Nos sentimos muy seguros», concluye.
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