Según Julian Barnes y Helen Cooper: “El Presidente Trump se ha retirado, o ha amenazado con hacerlo, de varias asociaciones militares y económicas. Ello va desde el Acuerdo de París hasta la Asociación Tras Pacífica. Entre tanto, ha cuestionado las alianzas militares con Corea del Sur y Japón y anunció el retiro de las tropas estadounidenses de Siria sin consultar a sus aliados y antes de derrotar al Estado Islámico” (“Trump Discussed Pulling U.S. from Nato”, The New York Times, January 14, 2019).
Bajo extrema presión, y luego de la renuncia de su Secretario de Defensa, Trump aceptó diferir el retiro de tropas de Siria. Sin embargo, en diciembre pasado ordenó preparar un plan para retirar la mitad de las tropas acantonadas en Afganistán para este verano. Ello, en el momento mismo en que se negocia un acuerdo de paz con los Talibanes y que, según un exComandante de las tropas estadounidenses en Afganistán, eliminaría el incentivo de éstos para seguir negociando (Associated Press, December 30, 2018). El año pasado, Trump llamó delincuentes a sus socios de la OTAN por no elevar sus presupuestos militares a los niveles acordados, a la vez que ha amenazado reiteradamente con retirar a su país de dicha organización si todos no asumen la carga económica que les corresponde. En tal sentido, ha dejado claro que su país no será burlado por quienes se muestran reticentes a desembolsar lo que deben.
Más aún, fuentes de alto nivel afirman que Trump ha instruido para que se cobre a los gobiernos que mantienen tropas estadounidenses en sus países. Desde Japón hasta Corea del Sur y desde Afganistán hasta Alemania, todos deberán pagar la totalidad de los costos involucrados más una prima adicional, según informaba la cadena Deutsche Welle el día 6 de los corrientes: “Los cargos incluirían el costo total del despliegue de las tropas más un 50 por ciento adicional”. Comportándose más como un condotiero que como el Jefe de Estado de una superpotencia, Trump pareciera querer reducirlo todo al contante y sonante.
En definitiva, desde antes de la Segunda Guerra Mundial ningún Presidente estadounidense había evidenciado las convicciones aislacionistas que caracterizan a Trump. Bajo tales condiciones, luce muy poco probable que la activación del artículo 187 de la Constitución, por parte de la Asamblea Nacional, pudiese traducirse en la llegada de tropas estadounidenses a nuestro territorio. Por el contrario, la invocación a tal posibilidad sólo ha brindado elementos justificativos al gobierno para poner rodilla en tierra a las milicias y a los colectivos.
Lo anterior no significa, que pueda descartarse la posibilidad de tal intervención militar. Dos factores podrían hacerla viable: la fina piel de Trump y el jugar con candela geopolítica. Lo primero es claro. El inquilino de la Casa Blanca es el personaje más impredecible y emocionalmente volátil que haya ocupado dicho inmueble en mucho tiempo. Cualquier autopercibida afrenta a su dignidad puede por tanto desencadenar rayos y centellas.
De su lado, desde el fin de la Guerra Fría no se confrontaba un ambiente geopolítico tan tenso como el actual. Luego de años dedicados a combatir al terrorismo, Washington ha regresado su atención y su prioridad al tema de la rivalidad estratégica entre las grandes potencias. China y Rusia focalizan la misma. No obstante, a diferencia de la primera que sólo planta cara a Washington en su entorno geográfico inmediato, Rusia pareciera estar convencida de que para ser respetada es necesario elevar sus apuestas a niveles cercanos al aventurerismo.
La alianza estratégica del gobierno bolivariano con Moscú, conllevan una alta combustibilidad geopolítica. Ello resulta tanto más sensible cuanto que, desde los tiempos de la Guerra Fría, ningún gobierno estadounidense había invocado la Doctrina Monroe con tanta convicción como el actual. Lo que está en juego aquí no es ganarse la aprobación de la comunidad cubano-estadounidense de Florida, elemento que motiva el interés de la Casa Blanca en Venezuela. Estas son, por el contrario, las grandes ligas geopolíticas. De hecho, aún cuando prevaleciera el aislacionismo de Trump frente al sentimiento de rivalidad estratégica con Moscú que reina en Washington, las cosas no cambiarían demasiado.