Entendámoslo como la condición esencial que nos mueve a ser, hacer y estar. Lo humanamente útil radica en el fundamento de la sociabilidad, en nuestra comprensión de ser porque los demás también son. Paradoja o contradicción que amplía la existencia humana trascendiendo lo individual como ética de la modernidad por el reino de lo colectivo, del nosotros en la búsqueda del bien común. Lo humanamente útil cuestiona la moral del provecho individual como fin último, del mero beneficio propio, que sin negarlo, lo admite en función de capacidades y necesidades.
Por lo tanto, la condición humanamente útil nos confiere, nos dota de valores fundados nacidos a partir de sentimientos de ternura, compasión y predilección por nuestra especie y por la totalidad de la vida. Sentimientos que el devenir fusiona y perfecciona, yendo más allá de la simple y necesaria convención social, haciéndonos virtuosos, miembros de una comunidad, de una sociedad en su expresión más compleja. Esa sociabilidad que un pueblo da a su conducta es lo que llamamos ciudadanía.
La preeminencia de derechos en nuestra especie –como todo viviente-para ocupar un lugar en la tierra y defenderlo, el derecho a conservarnos vivos por los medios que confieren los instintos y las convenciones; la satisfacción de nuestras necesidades básicas ocupan lo medular de la condición humana en cuanto realización social. La utilidad es el compendio de lo práctico, de la actividad de definición, realización y logros, materializada en el trabajo liberador y en la “intelección” perenne.
La inteligente y joven amiga, Angélica, a propósito de un evento donde se expusieron ideas y comentarios sobre variados temas, fijó su atención sobre el asunto de estas líneas difundiéndolo en las redes sociales, obligándome a pensar, definir y escribir un poco más al respecto, o mejor dicho, a ser humanamente útil.