En la Venezuela en la que nací y crecí, las palabras que sirven de título tenían un inmenso significado. Cualquier persona sabía del honor, que cada quien sostenía con orgullo y la trascendencia que tenía mantener la palabra.
Por otra parte, comportarse con rectitud era una norma, que repetían padres, maestros y abuelos constantemente. ¿A qué se referían con su prédica? Se trataba de actuar coherentemente de acuerdo a principios que nos habían enseñado.
Para conducirse con rectitud, hay que ser honorable: esto implica tener claro, el auto concepto, el auto respeto y la autoestima y en su lugar. Eso debería ocurrir fácilmente -ser recto y honorable- cuando se conocen los tres conceptos mencionados anteriormente.
El auto respeto, como lo indica su nombre requiere que la persona sienta admiración por sí mismo, lo que debe conducir a no violentar normas que lo pongan en entre dicho con su propia persona.
A veces, desde allí, empieza un conflicto con el “ego”. Pero, eso es tema de otro momento y, también de un artículo diferente. El auto concepto es, lo que creo y siento sobre mí. Que se vincula a la auto estima. Esta se refiere al valor, que se le da a lo que es estimado: es decir, a uno mismo.
Es corto el espacio para explicar lo que pretendo. Creo que ser honrado y respetado pasa por estas consideraciones.
Es verdad que, en Venezuela, hay mucha gente que se ha echado a perder.
Tenemos gente insigne, además. Dos ejemplos de ello. El domingo, se me cayó el portamonedas-chequeras-tarjetas, en la función de cine a la que asistí en el cine Paseo. Me di cuenta cuando ya me iba de Centro Comercial. Me devolví. En la taquilla manifesté lo que me había ocurrido: quien limpió el cine, encontró el portamonedas y lo devolvió. Había dinero, no mucho, pero si algo, además de todas las tarjetas y la cédula que era lo que más me mortificaba. Me fue devuelto todo: dinero, tarjetas, portamonedas. Cuento la historia y una amiga, me narra que a ella se le quedó el celular en una arepera. Se devolvió de su casa al darse cuenta. Una persona, se dio cuenta y se lo guardó. Sabía que regresaría a buscarlo, lo entregó. ¡Contradictorios lectores, esa es la Venezuela que saldrá, al mismo tiempo, que la pesadilla de la que estamos despertando!