El héroe que no reconocí

¡Qué difícil escribir sobre Óscar Pérez! Confieso que me encuentro entre quienes dudamos de las verdaderas intenciones, respaldo y metas que el joven tenía. ¡Es que era demasiado para ser real! ¡Era osado, valiente y encima, guapo! Parecía salido de una película de acción. Cuando voló el helicóptero y lanzó bombas sobre el Ministerio del Interior y Justicia y el Tribunal Supremo (sin bajas que lamentar) en una operación impecable que duró media hora sin que nadie saliera a buscarlo y le dijera “aterriza o te tumbamos”, era algo así como un James Bond venezolano. Pero el mismo hecho de que no lo hubieran atrapado en aquel momento, me hizo dudar…

¡Qué tristeza que en la Venezuela actual nos hayamos vuelto tan suspicaces que todos sospechamos de todos! ¡Más doloroso aún que la mayoría seamos incapaces de distinguir entre un héroe y un impostor! La confianza es la base de las relaciones humanas y la nuestra es una sociedad cada vez más deshumanizada. Un reciente artículo de Carlos Fraga, dedicado a una vecina que le reclamó que él vivía “en una burbuja”, resume soberbiamente el marasmo en el que hemos caído:

“¿Será que la burbuja a la que se refiere mi simpática vecina tendrá que ver con no perder el brillo en la mirada, la sonrisa, la educación y la compasión por otros? ¿O será que estas características pertenecen al efecto de algún alucinógeno, o a la perversidad de a quien no le conmueve nada?…

Porque, y me disculpo de antemano, aquellos seres que ven lo que sucede, grave por demás, y se incineran de rabia, estupor y viven cada minuto escupiendo su amargura, e hinchando la rabia de otros, como gritándoles:

“¡Arréchate, haz algo!”. O aquellos que se han vuelto seres agriados, marchitos, monotemáticos, inmamables, producto de la realidad vivida o percibida. Estos, viven otra burbuja y de las más notorias, a ellos se los tragó una realidad y olvidaron otra fundamental. Porque despertar, estar más sano que enfermo, que haya seres a quien amar y que nos amen, el que tengamos un techo donde cobijarnos y cientos de momentos de esos que no conocen gobiernos, sino que lideran la sonrisa y las ganas de seguir, nos encierra en esa otra triste y marchita burbuja”.

Óscar Pérez y su grupo de valerosos compañeros se habían acogido a los artículos 333 y 350 de la Constitución. Muy distinto de los guerrilleros y subversivos de los años 60 y 70 que no actuaron bajo el amparo constitucional, porque la Constitución del 61 no contemplaba (como sí lo contempla la vigente) la desobediencia civil ni exigía la obligación de restituir la Constitución en caso de que se desconozca. Sin embargo, en aquella República Civil, a los guerrilleros se les reconocieron sus derechos y en general se les trató como seres humanos. Todavía viven quienes pueden dar ese testimonio. Y las bajas que hubo –todas lamentables- fueron duramente criticadas por la sociedad y en particular por quienes hoy están ocupando cargos en el alto gobierno.

Esas críticas se esfumaron la semana pasada, cuando Óscar Pérez y las personas que se habían rendido –y que estaban acompañadas de civiles- fueron asesinadas a sangre fría. Ahí quedan los videos para el futuro, cuando los responsables responderán ante tribunales probos, no sé si en Venezuela, pero seguramente en otras partes del mundo.

Subsisten las interrogantes de por qué no se apersonaron en el hecho representantes de otros poderes, que hubieran podido hacer algo. Esas omisiones también se pagan. La Historia cobra todo. La lección es que el 350 en desunión es un artículo de muerte.

@cjaimesb

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