Hamartías | LAURA | Por Gonzalo Fragui 

Gonzalo Fragui

Laura estaba de cumpleaños. Su hermano, Alejandro Oviedo, y los poetas David González Lobo, Leonardo Ruiz Tirado y Erasmo Fernández querían regalarle algo pero no tenían dinero. Ezra Mo, como le decía Alejandro al poeta Erasmo, propuso entonces robar unas flores del cementerio El Espejo, que quedaba cerca. Así lo hicieron.

El Cementerio El Espejo en esos tiempos era un lugar de descanso para los poetas, de descanso no eterno. Los poetas entraban y salían como si se tratara de su casa. Era un lugar, digamos, con cierta familiaridad, para no decir “De ambiente familiar” porque sería demasiado.

Llegada la noche, el poeta Erasmo escaló los altos muros del camposanto y seleccionó con marcado esmero las flores más bonitas, las más resplandecientes, mientras afuera los otros poetas le “cantaban la zona”.

Luego, los sonrientes poetas llegaron a la casa de Laura con un ramo gigantesco. Erasmo ni se veía. Entonces Laura y su mamá empezaron a buscar varios jarrones para poner tantas y tan oportunas flores mientras improvisaban una gran fiesta.

Lamentablemente la cumpleañera descubrió pronto la procedencia de tan magnífico ramo por culpa de una de las flores. Una cala bellísima. La flor que más brillaba a la luz de la luna.

Era de plástico.

 

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