EL CANDELABRO DE CHEJOV
(15 de julio de 1904, muerte de Antón Chéjov)
Gonzalo Fragui
Sacha Smirnov entró en la consulta del doctor Kochelkov con un paquete envuelto en papel periódico debajo del brazo.
-¡Hola, jovencito! ¿Qué tal nos encontramos?, le preguntó, afectuosamente, el médico.
Sacha dijo con voz temblorosa y agitada:
-Mi madre me rogó que lo saludara y le diera las gracias… Yo soy su único hijo, y usted me salvó la vida… y no sabemos cómo agradecérselo. Somos gente pobre y, por eso, le rogamos que acepte, en señal de nuestro agradecimiento, este valioso objeto, de bronce antiguo…, una verdadera obra de arte…
-¡Para qué se ha molestado! No hacía falta, dijo el médico frunciendo el ceño.
-Por favor, acéptelo, rogó Sacha. Si lo rechaza nos ofenderá a mi madre y a mí. Es un objeto muy hermoso. Pertenecía a mi difunto padre y lo guardábamos como una reliquia. Mi padre se dedicaba a comprar objetos antiguos para venderlos a los aficionados.
Sacha desenvolvió el paquete y colocó sobre la mesa un candelabro, de bronce antiguo, de admirable labor artística con muchas figuras femeninas como Eva vino al mundo.
El médico contemplaba el regalo con aire preocupado, rascándose la oreja:
-Sí, es un objeto realmente hermoso, pero usted debe entender que yo soy padre de familia, mis hijitos andan de un lado para otro y vienen señoras a verme.
-Qué manera tan rara tiene usted de considerar el arte, doctor, exclamó Sacha, ofendido.
-Bueno, está bien, déjelo. Gracias, muchacho, le estoy muy agradecido.
-Muy bien, dijo Sacha. ¡Lo único que siento es no tener la pareja de este candelabro!
Se fue Sacha y el médico quedó pensativo. ¡Vaya problema! ¿A quién podría regalarlo?
Recordó al abogado Ujov, con quien se sentía en deuda por un asunto que le arregló.
– Como es un gran amigo no me aceptará dinero y será necesario hacerle un regalo. Voy a llevarle este condenado candelabro.
Se vistió rápidamente, cogió el candelabro y se fue a ver a Ujov.
-¡Hola, amigo! Vine para darte las gracias por las molestias que te tomaste conmigo, y como no quieres aceptar mi dinero, al menos acepta este objeto valiosísimo…
Al ver el candelabro, el abogado exclamó:
– ¡Ni el mismo demonio sería capaz de inventar algo mejor!. ¿Dónde encontraste esta preciosidad? Sólo que, hermano, por favor guarda tu regalo. No lo quiero.
-¿Por qué?, inquirió el médico, asustado.
-Porque… a mi casa suele venir mi madre y también los clientes…
-¡No te atreverás a hacerme este desaire! Sobre todo, tratándose de una obra de arte…, fíjate qué movimiento…, cuánta expresión.
-Sí, pero, si al menos llevasen unas hojitas…
El médico se fue contento después de deshacerse del regalo mientras el abogado se quedaba pensando qué iba a hacer con el candelabro.
-Lo mejor será regalarlo a alguien… ¿Y si lo llevara esta noche al cómico Schaschkin?. A ese sinvergüenza le gustan objetos de esta clase.
Por la noche envolvió el candelabro en un papel y lo envió al cómico.
El camerino del artista estuvo lleno toda la tarde. A cada momento entraban hombres a contemplar el regalo. Cuando quedó solo, el cómico exclamó preocupado:
-¿Ahora dónde meteré yo esta porquería de candelabro? Vienen a verme artistas, y esto no es una fotografía que se pueda esconder en el cajón de la mesa.
-Puede venderlo, señor, le aconsejó el peluquero. No muy lejos de aquí vive una vieja que compra antigüedades… Pregunte por la Smirnova. Todo el mundo la conoce.
El cómico siguió el consejo.
Días más tarde, el médico Kochelkov estaba en su gabinete, cuando se abrió la puerta de repente y entró Sacha Smirnov. Sonreía de felicidad. Llevaba en las manos algo envuelto en papel de periódico.
-Doctor, qué enorme suerte ha tenido usted. Hemos encontrado la pareja de su candelabro.
Y Sacha, cuya voz temblaba de emoción, colocó delante del médico el candelabro.
-Debe haber sido mi padre que lo vendió a una vieja que compra antigüedades llamada Smirnova. Nos costó adquirirlo porque es peor que la usurera de Dostoievski. Qué buena suerte. Es idéntico al que le traje el otro día. Son tan parecidos que cualquiera diría que es el mismo.