“canta canta corazón, que un pueblo que nunca canta, no se olvida del dolor” canto del caribe
El canto y baile en grupo genera alegrías y entrelazos de las voces y los corazones de los pueblos cuando esos cantos vienen de sus raíces más profundas. Cantar se vuelve entonces una expresión de libertad y compromiso laborioso con la propia tierra que se ensancha amorosa en los encuentros de cantos de otras tierras, para celebrar donde se va posando la vida y hace siembra en las nuevas generaciones con la armonía del convivir. Serenata Guayanesa surgió desde esta ribera sur del Orinoco -de aguas, selvas y pasiones cargadas de mitos y posibilidades-, abierta a nuestra diversa venezolanidad caribeña que nos da sentido de patria donde procurar vivir dignamente, para salir y mostrar al mundo nuestra mejor cara y mayor riqueza: ese modo nuestro –tan sorprendente para muchos-, de estar alegres por encima de las dificultades.
Ha sido una constante que por las aguas viajen los cantos al encuentro de otros espacios donde pechos vigorosos también expanden sus recuerdos y melancolías, sus asombros y embelesos, su amor y ternuras; esas voces se enlazan para hacer mestizaje de melodías que resultan en “un cierto modo de ser” sobre el espacio donde se vive. Desde España vinieron en distintas notas sus diversas regiones, en especial de la Andalucía donde el mozárabe sembró aires del desierto y oasis de refugio refrescante a la soledad de los amores lejanos; por el Atlántico viajaron los sonoros tambores del ánimo vigoroso de los martirizados pechos africanos; todos fueron recogidos y mezclados en las redes antillanas del gran Caribe por nuestros asombrados habitantes originarios, que apenas tuvieron tiempo para mostrarse antes de ser extinguidos o huir para refugiarse en las selvas continentales. También otros aventureros y corsarios acudieron a estos mágicos espacios y de sus naves bajaron nuevas y extrañas melodías que fueron adicionando al mestizaje multi-sonoro la intensa variedad musical de este exótico caribe que conmueve al mundo.
Esas músicas mestizadas entraron a Guayana por las bocas del Orinoco y revueltas con esa “agua que viene de tierra infinita”, se fueron rio arriba y río abajo, con los ciclos de estío e inundación de manos laboriosas e inquietas sobre la tierra y de los cantos que en cada estación las han animado. Santo Tomé de Guayana ciudad peregrina, primero desde las orillas del Caroní-Orinoco, luego al amparo de las fortalezas de los Castillos y finalmente asentada en la Angostura, se va a constituir punto de referencias de encuentros humanos con los diversos sonidos que les animan, incluidos los aportes de ritmo litúrgico que acompañó la siembra de pueblos por las misiones. Angostura será centro de recepción, mezcla y difusión de notas para el alijo de viajeros y alimento musical de sus habitantes, también al ejército patriota que salió de ella cargado de banderas para regar cantos de libertad por el corazón de nuestramérica, desde los Andes a las costas de ambos océanos, hasta alcanzar su mayor esplendor musical al caer la tarde de aquel 9 de diciembre de 1824, sobre el campo victorioso de Ayacucho; se cuenta que la noche previa a la batalla algunos soldados orientales quebrantaron con sus cantos el silencio impuesto por la diana, por lo que el gran conductor cumanés hubo de imponer disciplina.
Durante la convulsionada república del siglo XIX Guayana conservó espacios de paz suficiente para que floreciera la siembra de poetas, músicos y cantores, que hicieron artesanía sonora con las voces tamizadas en las islas caribeñas convocadas por las minas del oro y los intensos intercambios que las vías de aguas permitían en las regiones internas del sur nacional, mientras en el norte se abrían y cerraban caminos a paso de espadas. Durante ese tiempo y también en el siglo XX Ciudad Bolívar (antes Angostura), devino en ciudad cosmopolita de referencia nacional y del mundo, donde muchos encontraron refugio a sus sueños y se hicieron guayaneses de adopción; fue esa la ciudad de Guayana donde la capitalidad política, económica y cultural, se fue haciendo siembra y cosechas de humanismo y musicalidad, convertidas en riqueza de gastronomía, hospitalidad, de riesgo y tesón en la aventura junto a la sensibilidad en el asombro del vigor de sus selvas y en la luz de sus “tardes guayanesas que invitan a soñar”. De ello dan testimonio tantos nombres de artistas vinculados a ella, con lustre local, nacional y mundial.
Ese ánimo cantor se multiplica en las parrandas del “diciembre florido”, donde las calles se abren a los cantos de coplas sencillas que celebran la pascua de navidad y van de puerta en puerta haciendo música para pedir y dar aguinaldos. Ese ambiente alumbró las voces de aquellos niños y adolescentes de Ciudad Bolívar; de manera destacada un personaje singular, un verdadero juglar, Alejandro Vargas “hijo de una negra manumisa doña Julia Vargas y de Luis Baptista, un albañil que llegó de Trinidad hacia fines del siglo XIX a trabajar en la construcción del malecón que protegía la ciudad de las crecidas del Orinoco”, como nos cuenta Iván Pérez Rossi en su escrito “El aguinaldo y Serenata Guayanesa” inserto en el libro homenaje al XXX aniversario de la agrupación musical; “Alejandro paseaba su tristeza con un moriche en una jaula de caña brava, una mata de orquídea o un Cuatro, y pregonaba su oferta en El Paseo… de eso vivía y también de fabricar en su casa almohadas de ceiba que él mismo vendía. Siempre lo acompañaba su guitarra brasileña, negra y con boca ancha con cuerdas de acero. La tocaba como los dioses. Él nos metía por los poros el amor por la música venezolana porque sabía llegar al alma del pueblo con la diversidad de ritmos que tenían sus canciones divinamente ejecutadas”.
Con la “casta paloma de gentil plumaje” y esponjados de musicalidad cruzaron el río para ir a encontrarse en la atenas de Mérida con las distintas expresiones del canto, en andinos, llaneros, zulianos, larenses, corianos, orientales y otros; la diversidad de instrumentos y modos de hacer vibrar las notas, dieron soltura a los sueños que volvían de vacaciones en sus diciembres de villancicos y aguinaldos, en especial del 63 cuando nacen Los Gaiteros de La Plaza Miranda. Después con inspiración de aquel Quinteto Contrapunto, de existencia breve pero imborrable en la memoria por su gran calidad de voces y de la investigación en la diversidad musical venezolana, se fueron metiendo en vericuetos mayores a partir de los retos que ha significado construir el camino exitoso de la “Serenata Guayanesa” desde el 13 de agosto de 1971. Además y hay que remarcarlo, en nuestro país donde superar el quinto número de una revista literaria o dar permanencia a un grupo musical es excepcional, haber conservando la base de sus voces durante medio siglo, les hace hermoso ejemplo de constancia en la siembra; su continuidad siempre será referente en la conciencia de venezolanidad para muchas generaciones “per sécula seculorum”, como les habría bendecido Monseñor Maradei.
Yo les conocí en aquellos tiempos cuando Sidor, junto con los aguinaldos del fin de año regaló a todos sus trabajadores, los long-play “Así canta un pueblo” y “Al calor de una Serenata” que fueron el furor musical de aquellas navidades. En 1991 con ocasión de los XXX años de Ciudad Guayana, en la responsabilidad de Alcalde, conversamos con César para patrocinar un nuevo long-play “de Sueños Fragua y Tiempo” donde se incluyó aquella canción del coro: “Por el Orinoco navega el mañana, lo conduce el hombre de Ciudad Guayana”, en homenaje a las manos callosas de los hombres y mujeres de trabajo que construyen patria cada día. La enorme bandera de Almacaroni se fue un día con ellos a la Gran Sabana, para cantarle a nuestra octava estrella. En la Concha Acústica del malecón de San Félix y en otros espacios, las presentaciones de Serenata Guayanesa siempre serán motivo de gran regocijo para grandes y pequeños.
Tuvimos el honor de entregarles la orden “Manuel Piar” en un 11 de abril y patrocinar una edición del libro “Cantemos con los niños” que entregamos como recuerdo institucional de Almacaroní, “un arduo trabajo de Iván, Uvi, Gualberto y Serenata Guayanesa con la intención de incrementar el acervo cultural venezolano en un área tan difícil y tan desasistida como es la música infantil”; un ramillete de 31 canciones que constituyen “un hermoso regalo dedicado especialmente a la infancia de Venezuela y de los países de habla hispana”, porque los niños cuando son arrullados por canciones de cuna y aires folklóricos, al hacerse adultos se identifican con el sentimiento más puro de su Patria. Por supuesto allí, junto a “la bandera”, “el papagayo” y “soldadito de plomo”, están “la pulga y el piojo” y “la boda del ratón pérez”
¡Felicitaciones y fuerte abrazo cor-dial -en el dial del corazón-, para Iván, César, Mauricio y Miguel Ángel, joviales setentones en la Serenata Guayanesa cincuentona, porque son aporte de alegría, canto y símbolo del comprometido ánimo de Guayana y Venezuela …por un mundo mejor!