Día tras día la gente madruga, confiada en el dicho que reza, “al que madruga, Dios le ayuda” , sin embargo, no todos corren con la suerte de quedar entre los 200 seleccionados para poder comprar dos o tres harinas y otro producto. Más de 600 personas acuden, muchos salen cabizbajos porque llevan semanas que no quedan, y no conforme con ello, el personal que hace el sorteo los maltrata, con groserías e incluso se hace presente el tráfico de influencias.
Parece que a nadie le importa que la gente sea humillada en las colas, para comprar comida, gas, esperar transporte, en los bancos, todo esto se convirtió en el pan diario, y mientras tanto, el pueblo aguanta el chaparrón de agua, esperando que algún día escampe y el panorama cambie, porque como dirían los abuelos “esto se lo llevó quien lo trajo”.