En la mañana de ayer 18 de diciembre en la ciudad de Valencia, estado Carabobo, falleció la gran poetisa de Valera, Ana Enriqueta Terán a los 99 años, una de las voces de mayor rigor dentro de la poética venezolana y continental, llamada por los dioses a ejercer el divino oficio de las palabras.
Ana Enriqueta Terán siempre se caracterizó por ser una mujer radiante que al verla hacía recordar al inmenso Rilke en su poema «Oh tu, entronizada rosa, para los antiguos/eras un cáliz de borde sencillo/ para nosotros eres la flor plena e infinita/ un objeto inagotable».
Sus palabras como aromas desplegaban alas que hacían conducir por pájaros hasta el centro de su canto, donde la maravilla, está al alcance de los ojos y en donde el sueño se erige soberano.
Pero, Ana Enriqueta Terán aunque fue muy valerana, no obstante supo elevarse a lo universal, y con esa gracia coloquial conservar un vuelo con sus amigos, los poetas.
Mantuvo una amistad con los poetas del sur, como Julio J. Casal, Juvenal Ortiz, y otros que consideró muy importantes en su época de diplomática en Uruguay donde se le vinculó estrechamente a la poesía de Sara de Ibáñez, apreciación en la cual coincidió el crítico Juan Liscano.
Ana Enriqueta Terán siempre fue disiente de esos juicios y en una ocasión llegó a señalar: “cuando yo estuve en Uruguay, se dijo mucho que mi poesía tenía una influencia de Sara de Ibáñez, lo dice también Juan Liscano. Yo no creo eso… De Juana Ibarbuoruo, si nunca se dijo, porque en realidad era muy distinto, pero de Sara de Ibáñez, sí escribió liras, tercetos, sonetos y como esos fueron mis comienzos, también, bueno, se dijo eso; pero, yo creo que más bien a mí quien me dio una dimensión distinta para la poesía fue Concepción Silva Bellingson, hermana de una gran poetisa uruguaya muy conocida, Clara Silva. Pero a Concepción nadie la conoce”, dijo al ser consultada en aquella oportunidad.
Leyendo e investigando sobre su historia, encontramos que fue amiga de Juana Ibarbuoruo, de Norah Borges, hermana del gran poeta Jorge Luis Borges.
La poetisa solitaria
En los archivos nos topamos con algunos escritos donde la propia Ana Enriqueta Terán se confesó como una gran solitaria: “Yo siempre he estado muy apartada de todos los cenáculos literarios. La estadía en el sur fue extraordinaria, yo pienso que fue como gran experiencia gráfica, lo excesos de América los conocí yo y lo viví antes de ir a Europa, fue muy importante haber conocido América, el altiplano boliviano, esas son experiencias inmensas”.
Cuando Ana Enriqueta Terán hablaba o escribía, pareciera que los pájaros dejaran escuchar sus cánticos hermosos, puros y llenos de la gran poetisa solitaria.
Honestidad y dignidad
De esta ilustre trujillana, de las grandes e importantes que ha parido esta tierra sagrada, hay que valorar muchas cosas, entre ellas sus aportes al enriquecimiento de la poesía en lengua española, en la que su palabra recia sobresale, porque es el reflejo de una vida creativa asumida con honestidad y dignidad.
Admirar su palabra es admirarla a ella. Ambas son ejemplo de integridad, en estos momentos en que el afán de lucro debilita los valores fundamentales del gentilicio trujillano.
Este reconocimiento hoy cuando todos lloramos su partida, es un aporte al fortalecimiento y dignificación de la identidad del valerano.
En un grupo selecto
Ana Enriqueta Terán se puede ubicar en un selecto grupo que acabó definitivamente con el rol secundario que habían tenido tradicionalmente las mujeres en las letras nacionales (tal vez con la excepción de Teresa de la Parra). Las otras poetas mencionadas le otorgan a la lista un carácter de Olimpo sólo para damas: Enriqueta Arvelo Larriva, María Calcaño y Luz Machado.
Desde el punto de vista de las corrientes y tendencias, a Terán se le ubica en la Generación de 1942, una en la que destacaron también Juan Beroes, Pedro Francisco Lizardo, Aquiles Nazoa, Luis Pastori, Tomás Alfaro Calatrava y Luis Henríquez. Ese grupo, según los estudiosos de la poesía venezolana del siglo XX, reaccionó contra otra corriente literaria, la del Grupo Viernes, que encarnaba el verso libre como principal ariete, y que tuvo nombres tan refulgentes como Vicente Gerbasi y Pablo Rojas Guardia.
“De mi Valera que guardo en mi corazón… Una Valera hermosa. Cálida, humana…”
AET, 1998