Navih Elkheidi/ECS
Ludwing Méndez es un entrenador de fútbol que actualmente reside en la parroquia San Luis del municipio Valera. Y quien al igual que muchos venezolanos fue en busca de un mejor futuro y ahora nos relata su historia.
La necesidad me obligó a emigrar, dijo Ludwing, quien explicaba cómo tuvo que tomar la difícil decisión de abandonar su hogar para buscar un mejor futuro para él y su familia sin saber lo que encontraría en el camino.
En septiembre del 2017 tomé mi maleta y emprendí mi viaje, sin saber a dónde iba a llegar ni a quien me podría encontrar. Mi primer destino fue la ciudad de Medellín en Colombia donde pasé hasta 6 meses sin encontrar un trabajo fijo y para poder sobrevivir realicé labores como las de cargar sacos de plátanos y ayudar en algunas fruterías y fue así como logré superar mi primera etapa en Colombia. Pasados los 6 meses decidí volver a Venezuela con la intención de sorprender a mi hijo pequeño el día de su cumpleaños.
En marzo del 2018 tomé mi maleta y viajé hasta Barranquilla para encontrarme con un sobrino y luego emprendí mi viaje hasta llegar a la frontera de Maicao para regresar a Venezuela. Al llegar me topé con la sorpresa de que la frontera se encontraba cerrada por que se estaba celebrando unas elecciones en Colombia y al no tener otra alternativa comencé a buscar algún método para cruzar por la trocha. Un grupo de taxistas que se encontraban en el lugar gritaban Maracaibo Maracaibo, y fue allí donde vi mi oportunidad. Yo, junto a 2 mujeres y 2 hombres que compartían destino conmigo, decidimos abordar uno de los taxis y emprender nuestro viaje.
Susto macho
A pocos minutos de haber salido, dispararon al vehículo en el cual nos trasladábamos y fue en ese instante donde un grupo de personas armadas nos detuvieron, inmediatamente ordenaron que bajáramos los 5 con todas nuestras pertenencias y al taxista le ordenaron irse lejos. Más de 30 hombres nos rodeaban apuntándonos con sus armas entre los que pude ver algunos guajiros y paracos.
Luego de despojarnos nuestras pertenencias, comenzaron a amenazarnos y entre las amenazas hubo algunas insinuaciones hacia las mujeres que nos acompañaban a quienes les dijeron que la noche la pasarían con ellos. Pero como obra del Padre que está en el cielo, ambas mujeres estaban pasando por su ciclo menstrual y al ver esto fueron rechazadas por nuestros secuestradores, más tarde comprendimos que a este tipo de hombres no les gusta la sangre en las mujeres.
Viendo estas cosas y encontrándome de rodillas comencé a clamar a Dios por nuestras vidas y le pedí a quienes nos amenazaban que ya nos habían quitado todo, que por favor nos perdonaran la vida, mi súplica fue respondida con un golpe en la cabeza. Pero luego de pedir insistentemente, decidieron dejarnos ir sin mirar atrás.
Comenzamos a caminar y a pocos metros encontramos al taxista que nos esperaba muy tranquilamente ofreciendo continuar con nuestro viaje hasta Maracaibo a lo cual aceptamos y abordamos el carro. Curiosamente vimos que el taxista aún conservaba el dinero en efectivo el cual habíamos pagado al inicio del viaje lo que nos hizo sospechar de la trampa que nos pudo haber preparado nuestro chofer.
Al llegar a Maracaibo sin ninguna riqueza ni identificación, fuimos auxiliados por una de nuestras compañeras de viaje, la cual accedió en ayudarnos pagando nuestro pasaje hasta nuestro próximo destino para el cual yo me dirigía hasta Valera.
En la ciudad
Al regresar a mi ciudad y el estar de nuevo en casa me hizo comprender la importancia que tiene la vida y la familia por encima de cualquier objeto material. Abracé a mi hijo y di gracias a Dios por haberme protegido.
Pasé varios meses en mi hogar pero al ver que la situación del país era cada vez más crítica, me vi en la obligación de regresar a Colombia a probar suerte una vez más, durante mi segunda etapa en Colombia tuve la oportunidad de trabajar en una óptica y aunque el trabajo era bueno, la xenofobia era inevitable, en varias ocasiones me trataron de ladrón y recibí muchos insultos de personas que me decían que todos los venezolanos éramos iguales y que nos teníamos que quedar en nuestro país.
Hacia Perú
Luego de tener otra mala experiencia en Colombia decidí emigrar hasta Perú junto a mi hermano que viajó desde Venezuela, juntos llegamos a Lima donde pudimos trabajar en una heladería. La xenofobia también era muy común en ese país, pero gracias a mi color de piel oscura era más fácil pasar desapercibido entre los peruanos, aunque mi altura me delataba en algunas ocasiones ya que los residentes del país eran mucho más pequeños y la mayoría de las veces trataba de no hablar en lugares públicos para que mi acento no me delatara.
A pesar de todo, mi experiencia en Perú fue mucho mejor que la de Colombia, ya que pude reunir suficiente dinero en mi trabajo, el cual pagaba muy bien a pesar de ser extranjero, y así pude ayudar a mi familia. Luego de cumplir mi objetivo decidí volver a Venezuela para estar con mis seres queridos en el calor de mi hogar.
Reflexión
Ciertamente vivimos tiempos difíciles en nuestro país, pero debo decir que los inmigrantes también sufren muchas cosas para poder sobrevivir, y es por eso que me atrevo a decir que el mejor amigo que podemos tener para sobrevivir estas circunstancias en las que vivimos es Dios, que con mucho esfuerzo, trabajo y fe podemos superar cualquier desafío en este o cualquier otro país. Y volví para quedarme.