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ESTAMPAS DEL PESEBRE DE LA TRUJILLANIDAD | Por: Alí Medina Machado

por Redacción Web
14/12/2025
Reading Time: 24 mins read
Pesebre de la Trujillanidad

Pesebre de la Trujillanidad

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 PREFACIO

En este diciembre se agrega comunitariamente a Trujillo el Pesebre de la Trujillanidad, ya concreto y esplendente en la propia naturaleza accidentada de una porción del Parque de los Ilustres, frente al NURR-Carmona. El conjunto mayúsculo se riega por las pequeñas hondonadas y caminos y allá, al final, el hermoso Nacimiento como una revelación de la fe de este pueblo creyente.

El Pesebre de la Trujillanidad proviene básicamente de la Universidad, del Núcleo Universitario Rafael Rangel.

“Y Aunque queramos evitar decir nombres para no pecar por momentáneos olvidos, no podemos dejar de mencionar la excelente labor emprendida por los promotores de este proyecto: Rosario “Charito´” Benítez de Daboín, Alfonso Rodríguez, Carmen Araujo y Fernando Araujo; los artistas plásticos Pedro Ávila, Elio Montero, Norman D´Santiago y Carlos Torres; y los vecinos Adalberto Torres, Begoña de Zuleta, Pedro Castro y otros, quienes lograron captar la atención de representantes de varios institutos educativos, así como de más de 28 empresarios, las fuerzas armadas, el Cuerpo de Bomberos, el Rotary Club, Cedamptru, la Cámara de Comercio, la Alcaldía de Trujillo y, por supuesto, el respaldo de las autoridades de la ULA en Mérida´”.

(Ymarú Pachano).

La presencia de personajes de la cotidianidad local es una de las características que fundamentan el Pesebre de los trujillanos. La incorporación de imágenes un tanto profanas, le da mucha autenticidad y vistosidad a la obra, que nace para el enriquecimiento patrimonial popular de las fiestas pascuales en nuestra ciudad.

 

 

ESTAMPAS

 

 EL NACIMIENTO DEL NIÑO

Es bueno que sepamos que fue un ángel quien anunció la venida del Enmanuel del mundo, por lo que siempre son puros los ángeles, y es la razón por lo que transparentan su significado celestial cuando se visten de colores muy claros, que van desde el blanco hasta el claro azul de las nubes que le sirven de fondo. Los ángeles y los pastores se confunden en un solo coro que entona himnos al Señor, en aquel momento en que se anunció el Nacimiento del Hijo de Dios.

Y el cielo y la tierra también se confundieron en un solo escenario en el momento del advenimiento del Niño Jesús, que significa ´´Salvador´´, pues fue el mismo Ángel de la Anunciación quien le dijo a San José: ´´Aquel lugar escondido para el nacimiento se convirtió en un solo concierto de ángeles celestes que cantaban diciendo:

Gloria a Dios en el cielo, /

Y en la tierra paz a los hombres

Que ama el Señor´´.

 

LOS ÁNGELES

Los ángeles de la Navidad aparecen con las manitas entrelazadas siempre. Parecieran bendecir a todo lo que los rodea. Tiene sus ojitos redondos que destellan como el brillo de sus propios trajes y los pies descalzos, como si las alfombres por las que van a caminar fuesen nubes blancas muy grandes y espumosas que no se pueden pisar una vez que uno aparece calzado con cualquier tipo de zapatos o zapatillas.

Pero lo que mayormente distingue a los ángeles del Pesebre o del cuadro navideño, son las alas que les permiten varias cosas luego de identificarlos como tales ángeles. Son alas brillantes como los demás componentes del vestuario, que no se usan para volar sino para inspirar amor celestial y fidelidad al Rey de los Cielos que ha venido. Dichas alas aparecen extendidas sobre las espaldas, como si al abrirlas fuesen a saludar a todos sin auxilio de las manos que, como hemos dicho, las mantienen permanentemente pegadas una con la otra para solicitar la bendición al Niño Dios, su divino protector, que ellos se encargan de custodiar durante todo el tiempo vivo de esta hermosa y querida tradición pascual.

Hay uno de ellos, esplendente y brillante como un sol, encargado de anunciar la venida del Niño Dios, en el Ángel de la Anunciación, el divino emblema que da la nueva buena en la noche buena del alumbramiento

 

 

LA ADORACIÓN INFANTIL

En el fondo, un delgado muro de piedras hace el entorno al cuadro de esta adoración filial navideña. Fabulosas alfombras son las nubes blancas del horizonte que resaltan el pudor de los niños adoradores. El poder del Niño los impulsa a manifestar sus sentimientos de fe, y entonces, cantan risueños himnos pletóricos de alabanzas al Rey que ha nacido, acompañando a su entrega la candidez de una serie de animalitos caseros y tiernos como ellos mismos, que parecieran entender la majestad del momento y por eso la viven. Provoca pintar aquel cuadro que nada tiene de artificioso, sino más bien es un manifiesto de alabanza, un ritual de querencias por aquel que, recién nacido, pareciera aplacar las maldades del mundo y sustituir los viejos tiempos por estos de la esperanza de tantos niños que concurren para el misterio de la adoración infantil.

Me gusta contemplar este cuadro de todos los años en el que veo niños a granel provenientes de todos los lugares, quizás alumbrados por la alta estrella del cielo azul que en este tiempo parece brillar más intensamente y hace resaltar el rubor de los niños que se embelesan contemplando al que está en el Pesebre.

La música brota por doquier. Son los instrumentos peculiares de la Navidad que se juntan para armonizar los villancicos que parecieran anónimos de lo puro bellos que son. Los vestidos de los niños se hacen apropiados para la ocasión. Ellos, vestidos de blancos inmaculados, y ellas, con unas suaves batolas floreadas con las que recorren las calles para pernoctar por momentos en los ranchos de paja que repiten los pesebres en cada casa de la calle. Y el Niño, al final, allá dentro de un improvisado lecho que ha sido construido a la deriva, despojado de lujos y de ornamentos; pero no por ser simple, deja de imprimir una grave solemnidad al rito del alumbramiento santo. Es la adoración infantil de la Navidad, el primer cuadro que encontramos en la caminata de los días decembrinos, que hacemos por estos lares.

 

LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS

Los tres Reyes Magos de la Tradición no faltan en la cultura popular

 

Sucede que la historia de la tradición navideña nos cuenta que hubo en aquellos lejanos tiempos la adoración del Niño por parte de tres reyes poderosos que vinieron de Oriente. Aquellos reyes se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar, respectivamente, y simbolizaban las tres razas: blanca, morena y negra…Así hemos escuchado hablar por los siglos de estos tres monarcas que juntos hicieron aquel largo viaje para rendir tributo al Enmanuel del mundo, al que ofrecieron, no sólo el portento de su fe, sino colmaron de regalos de todo tipo, más que todo de esa infusión espiritual    representada en la aromática, que perfuma el alma y la transparenta para la pureza, aunque déjenme decirles que el Niño santo era la más digna definición de la purificación.

Tal es el sentido entonces de estos tres caballeros que vemos uno detrás del otro, en dirección al establo donde está la divina familia. Al nomás hacer el pesebre, allá en el fondo, aparecen los reyes montados en sus camellos, aunque muchas familias suelen tenerlos de pie. Lo cierto es que forman como una pequeña caravana que, a medida que van transcurriendo los días, se van acercando cada vez más al Niño, hasta que el 6 de enero están delante del pesebre, en plena adoración.

Los Reyes Magos son la adoración, pero ellos a su vez son adorados por los niños del mundo que creen ciegamente en ellos y les solicitan regalos y presentes, por medio de cartas sencillas colocadas al pie del pesebre, muy cerca del Niño Dios. Otros niños tienen la costumbre de poner sus carticas dentro de un zapato al pie de su cama. Lo cierto es que cada 6 de enero, todos los niños, sin excepción, se despiertan tempranito, casi al amanecer, para ver qué les trajeron los reyes en el transcurso de la noche anterior o en la madrugada de ese mismo día.

 

LAS SAMARITANAS

¿Cómo concebir este pesebre sin la presencia de las samaritanas? Imposible. La escena bíblica es la constante en esta manifestación de la cultura tradicional trujillana: En los viejos pesebres, que con tanto empeño hacían nuestras abuelas, la figura de la muchacha con su cántaro de agua en la cabeza era infaltable, por lo que la reproducción del cuadro se hace obligatorio, como tiene que ser dada la importancia del encuentro entre el Señor y aquella mujer ganada por la buena vida.

Las dulces samaritanas fueron aquellas mujeres que iban con su cántaro a recoger el agua prístina y salubre de nuestros ríos y quebradas, porque antes, tales afluentes, que escasamente sobreviven, fueron fuentes luminosas de aguas frescas, vivas y transparentes, aptas para el consumo diario. Por es por lo que las tinajas y las ollas de barro ocupaban lugar muy destacado en el equipamiento de la casa. Y por eso esta estampa es colocada en el pesebre de los trujillanos, porque con eso se rememora la alegre y cantarina ocupación usual de aquellas mujeres del pasado ya vieja de años y nostalgias.

 

LOS PASTORES

El pastor era y sigue siendo un hombre sencillo, del campo, que siempre ha tenido una gran fe en Dios, a quien alaba constantemente. Por eso, en toda estampa reproductiva del pesebre, ocupa un lugar señalado, al lado de las ovejas. El pastor fue aquel obrero al que tocó trabajar muy duro a campo traviesa en el cuido del rebaño. Amante del trabajo, cuidador de los blancos y tiernos animales. ¿Quién más que él con su rebaño para ir a postrarse delante del establo del Niño Dios? Los campos y las laderas de los cerros de todos los pesebres aparecen concurridos por pastores y sus ovejas acompañantes.

En agradecimiento, Dios otorgó a los pastores una condición humana de bondad e inocencia, lo que los hace agradables a nuestra mirada. En medio de esos cerros y laderas decembrinos, el pastor con sus ovejas o sus cabras simboliza, además del trabajo y dedicación, la más bella visión de libertad, y por demás, la estética admirable de la vida campesina.

 

LOS MÚSICOS

Los aguinaldos son los cantos más sencillos del pueblo, que se convierten en himnos de alabanza en estas fiestas pascuales, de las cuales son peculiares y característicos. Los músicos de la Navidad van apareciendo espontáneamente en casas y lugares, y se congregan en conjunto para loar con sus cantos la venida del Salvador del mundo:

´´Traerá ´pascuitas´ la neblina, /

Oro del ´Sanmartín´, /          

Muñequitos sangre de anilina /

Y mujercitas piel carmín´´.

(Jesús A. Cegarra. 1953). SABATINO. Trujillo, Nº 103. 12-12-1953, p. 2

 

En la tradición trujillana, todos los pueblos se alegran con la música sencilla y en vivo de los compositores populares y de los intérpretes de los instrumentos, unos improvisados y otros más formales, pero todos armonizados para responder musicalmente al compromiso o la petición expresa que sale de la concurrencia. Se escucha cercana o lejano la voz del aguinaldero o parrandero:

´´Diciembre mandó delante /

su cargamento de frío, /

mientras calza brillantes /

zapatitos de rocío´´.

(Jesús A. Cegarra. 1953).

En Trujillo, la música decembrina conforma una gran tradición que se conoce en sus pormenores históricos, pues los escritores y cronistas se han encargado de recoger y recopilar obras formales y piezas ocasionales; nombres y estampas que constituyen una interesante antología tradicional y costumbrista. En todo caso, la música y los músicos en nuestra entidad son uno de nuestros señalados patrimonios culturales, y por eso aparecen reseñados en el Pesebre de la Trujillanidad.

 

LA PANADERÍA

Cuenta Don Mario en su responso a la vieja pulpería:

También había en la vieja pulpería trujillana la vidriera para la acemita y para el blanco bizcocho. Junto a la vidriera, lucía el barril de guarapo, aderezado con concha de piña. La gente del pueblo y los muchachos tomábamos guarapo y acemita como reconfortante puntal de media tarde´´.

En un anexo de la casa, acaso en un local agregado, se fabricaba el pan, o se hacía el pan, para emplear un verbo más trujillano: Era la pequeña industria casera que satisfacía la necesidad hogareña y producía pequeños réditos bienvenidos también. El pan de aquellas panaderías caseras sabía a gloria, claro, si era muy puro y no contenía agregados industriales. Se enviaba a vender a granel, calle abajo y de vuelta el carromato del señor   Pernía por las calles de la ciudad. La panadería es una estampa de ese Trujillo de ayer. Y muchos nombres familiares aparecen reflejados en la estadística del cronista Mendoza, entre otros, Barreto, Rivas, la señora Valera, los Osechas, Garcés, Contreras.

La panadería es un rubro testimonial de la vida comercial de la ciudad de antes, de esa historia menuda que aparece en los cuadros cargada de elementos afectivos. Panaderías sin nombre propio, o la pequeña, a veces, rudimentarias tablas en la pared frontal; familias que vivieron de esta industria casera. Nombres de los distintos panes que eran ofrecidos a los vecinos y otros clientes.

 

 

LAS HALLAQUERAS

 

Haciendo hallacas para la Nochebuena (Salvador Valero)

Aparece el nombre del oficio en la distribución espacial del Pesebre de la Trujillanidad. La hallaca es palabra gastronómica muy venezolana. En Trujillo es remotamente tradicional, y aunque se hacen hallacas durante todo el año, es en diciembre donde se convierte en costumbre, como un gran valor familiar. En todas partes se cocina la hallaca, o la hayaca, como también la vemos escrita a veces la palabra. Pero ha predominado la voz hallaca, pues se ve como más llena y sabrosa. Es un exquisito plato navideño. Y no importa que en otras regiones tenga su condimentación particular; pero, ninguna como la andina y en nuestro caso, la hallaca trujillana que es una bendición gastronómica de Dios en estos días pascuales celebrativos de la Navidad.

La hallaca, tan apegada a la cocina de nuestros hogares, tan ligada al nombre de la madre y de la abuela, y hasta de la muchacha que suele ayudar en su hechura; concurrentes todas en su elaboración, como un convite. Qué ceremonial tan intenso el ritual de su confección: el guiso y sus condimentos, el arte del amarre con el manejo del hilo o el pabilo, la preparación de la cocina o el fogón, a veces en el patio o en un lugar abierto para montar la olla.

Desde lo profundo del tiempo nuestros ancestros identifican la hallaca de la Navidad.

 

EL PULPERO

 

La vieja pulpería en el camino trujillano

 

Dice Don Mario, en su Responso a la vieja pulpería:

“Maíz, arveja, caraotas, frijoles, arroz, café, papas, cebollas, llenaban los otros cajones de la venta. En las bodegas de menor calidad se expendían cambures, naranjas, apios, yucas, auyamas, plátanos. Todos cosechados en la tierra”.

En cada uno de nosotros permanecen los nombres de aquellos viejos pulperos que conocimos cuando fuimos niños, pues de la casa íbamos a hacer los ´´mandados´´, enviados por nuestros padres, generalmente por la madre, pues ella llevaba aquel orden en la casa. Siempre atentos. Sus nombres tienen que estar grabados para la perennidad de los buenos recuerdos.

En ese ayer, la pulpería estaba muy cerca de la casa, dos de ellas en la misma cuadra: la de Aldana y la de Quintín, por lo que era una costumbre diaria nuestra asistencia a ellas, intermitentemente. Por la cosa más sencilla acudíamos ante el viejo mostrador, generalmente de madera, aunque donde Quintín los había de vidrio.

Nuestros primeros diálogos directos fueron con los pulperos, para la compra de víveres, entre otros, queso, azúcar, sal, caraotas, panela, cigarros…En aquellas pulperías se arrumaban las cargas, y a sus puertas se estacionaban las bestias provenientes de los campos vecinos. La pulpería nutre el espíritu con los más hermosos recuerdos.

 

LA CASA DE LA ABUELA

De dónde podemos sacar los mejores recuerdos sino es de la casa de la abuela. Cómo puede uno dejar de recordar aquella casa, que era como de muñecas, y en cuyo centro para reverenciarla, la tierna abuela echándonos la bendición y dándonos los mejores consejos. Recordamos nítidamente a la abuela y la casa. Ella era bajita con los lentes siempre sobre la nariz, en actitud de lectura. Ah, porque las abuelas eran lectoras, no tanto de novelas, pero sí de la Biblia. Y de ella proviene ese amor por la Iglesia, y ese recato por las cosas de Dios.

En la casa de la abuela, en su recuerdo, viven nuestras mejores reminiscencias. Íbamos en Semana Santa a comer los sabrosos dulces que ella hacía. Y en diciembre, con qué amor armaba el pesebre, mientras nosotros ayudábamos a empegostar los papeles para cubrir los cerros que ella misma armaba y a los que nosotros poníamos nombres, que si Vichú, que si San Isidro, que si Santa María…Cómo no recordar esas cosas del pasado. La casa de la abuela será por siempre nuestro mejor recuerdo. El primer recuerdo, el más tierno y dulce de todos.

 

EL MELCOCHERO

Hay palabras que nos llevan siempre a nuestros primeros años, a la niñez. Una de ellas es melcocha, aquellos largos dulces que saboreábamos en la escuela, y que ahora no sabemos su precio, aunque antes costaban una locha, palabra ésta que también desapareció del mapa hace ya un tiempo. El melcochero anda ahora voceando sus dulces. Sube y baja por las calles de la ciudad con el platón cargado del dulce batido, sabroso representante de la dulcería criolla y casera que todavía se consume, aunque no con la pasión y el disfrute de aquellos tiempos idos. Las melcochas ambulantes las lleva el muchacho como la necesidad de trabajo. Es una labor ardua la que hace para vender la producción. A veces lo miramos y nos provoca comprar el delgado envuelto casero. Y recordamos también cuando lo vemos, que nuestras abuelas las hacían. Como papelón blandito que al irlo batiendo se tornaba de negruzco a oro como una transmutación metálica brillante.

 

LA FÁBRICA DE CHIMÓ

De la fábrica casera salían aquellos olores penetrantes. Era que estaban fabricando el chimó. Los desprevenidos transeúntes que bajaban y subían aspiraban aquella fragancia rara, y algunos preguntaban que de dónde sacarían aquella pasta tan consumida, más que todo por la gente popular, a lo que nunca faltaba el “docto” que respondiera, el chimó lo sacan de la hoja de tabaco.

Lo cierto es que esta pócima que se compra con tanta asiduidad en todas partes, es un envoltorio de papel con la pasta adentro. El chimó viene desde los tiempos ancestrales, y sirve para todo, según cuentan. Hasta la literatura lo ha utilizado para cuentos y poemas. El chimó es del pueblo, aunque de vez en cuando vemos a un ricachón y a ciertos doctorcitos echar sus escupitajos, con los que dejan esos manchones en el piso.

No sabemos si el chimó aún se industrializa urbanamente. Tal vez ya no están sus fábricas en las ciudades, pero si están en los pueblos más pequeños, constituyendo a veces una gran industria que provee de sustento a familias enteras. Y aunque dicen que hace daño, la gente lo consume y hasta de medicina lo usan cuando lo recetan para alivios y curaciones.

 

LA BOTICA

Era de noche, profundamente. A altas horas de la madrugada, según cuentan, bajaba el familiar o el enfermo a buscar la pócima o la fórmula en la botica de turno. Y adentro, el boticario o el empleado, medio dormido, abría el brocalito de la puerta o la ventana, recibía la receta y solícito devolvía el brebaje o la pastilla, para el alivio y la esperada curación de aquel humilde enfermo yacente en el camastro del hospital o asilo, en la esquina de la plaza Sucre.

La BOTICA era la farmacia de antes, más pequeña y menos surtida, sin la especialización de ahora, cuando las medicinas vienen de los laboratorios. En la botica era el boticario quien las preparaba, por eso en el letrero resaltaba ´´Se preparan fórmulas magistrales´´. En la Botica se hacían y despachaban antes las medicinas. En esas casonas, siempre de la calle abajo, el viejo boticario atento, estaba facultado para preparar los muy pocos medicamentos y mejunjes con que curaban las crueles enfermedades y dolencias que tanto daño hicieron como endemias y epidemias a las viejas poblaciones de pueblos y ciudades. Tal vez queden pocos pobladores que recuerden entrecortadamente aquel gran anuncio sobre la pared frontal de la calle comercio que decía: BOTICA TRUJILLANA: JULIO CARRILLO ROJAS, o este otro, en la esquina de Los Muñecos: FARMACIA CENTRAL: TOMÁS COLS M.

 

LOS JUEGOS Y TRADICIONES

Antes los muchachos teníamos que conformarnos con los juegos, que muchas veces eran fabricados por nosotros mismos: los trompos, el runche o gurrufío, y otros que se practicaban en las plazas y a veces en las propias calles, por cuanto el tránsito vehicular era muy escaso. Las calles eran entonces improvisados estadios para jugar béisbol, que luego se hizo sabanero en solares y terrenos abiertos de las parroquias de la ciudad. Los juegos tradicionales colmaron los espacios de la niñez y la adolescencia. Nadie fue ajeno a las metras, que se jugaban con distintas modalidades y especialidades. Lo mismo que el trompo, instrumento que algunos hacían girar con velocidad de vértigo, y los hacían grandes, mortales para romper los que pertenecían a los jugadores más novatos e inexpertos. Había trompos enormes a los que popularmente se les llamaba “Vacas”, mortales cuando se lanzaban con todas las fuerzas sobre los trompos más pequeños.

Y en otras dimensiones el “runche”, juego peligroso que consistía en una tapa de refresco completamente aplanada a la que se sacaba filo en sus orillas; se le hacía huecos y se pasaba una cabuya o un hilo para hacerlos bailar, y ya bailando a toda velocidad, comenzaba el combate contra el runche del compañero, hasta que uno de los dos quedaba desbaratado por las acometidas filosas del contrario.

Y existía una serie de juegos de más diversión y cantidad de jugadores, como el “Palito Mantequillero” y las “Cuarenta Matas”, que en comparsas de muchachos y muchachas eran jugados en las últimas horas de la tarde y en las noches tempranas, en las avenidas de las plazas públicas, con una finalidad recreativa únicamente, y con su gran carga de conciencia y de pudor.

Los juegos tradicionales no son más que un Trujillo del ayer que se fue para siempre, porque jamás se volvió a jugar con perinolas, zamuracas, trompos, carros de cajón, caucheras, metras, muñecas de trapo, entre otros tipos de entretenimientos, que conformaron los medios de diversión de aquellos tiempos de antes.

LA PULPERÍA

Mágica palabra de antaño para nombrar los negocios de víveres y de otros rubros que muchos los conocimos por dentro y por fuera, porque las pulperías llenaban sus espacios con bultos colgantes en los que el pescado salado, la carne seca, los granos y otras especies comestibles asomaban sus rostros para enriquecer las apetencias de los consumidores.

Y entre ellas, un símbolo inolvidable del Trujillo reciente LA COLMENITA de Rafael Quintín Uzcátegui, aquel quijote comerciante de tanta historia parroquial que sabemos, representa a todos los pulperos, los de arriba y los de abajo, porque jamás pulpería o bodega tuvo el orden y la constancia de esa que pervive, no tanto física sino espiritualmente en los trujillanos del ayer reciente.

Bodega y hombre como una gran simbiosis. Bodega llena de todo y el dueño servicial y atento porque sabía lo que hacía.

“La Colmenita” con aquel aviso luminoso que llamaba la atención. Todas las noches lo vimos encendido, con su abejita de colores rondando alrededor de toda la colmena.

La “Colmenita” de Rafael Quintín Uzcategui todavía late, pero ahora pareciere tener el corazón cansado. De todas maneras le dedicamos un homenaje que sabemos lo comparte la gente de toda la calle arriba natal y de sus alrededores.

 

 EL COTERO

¡Corte, corte, señora!… gritaba el Cotero que iba de calle en calle y de casa en casa ofreciendo su mercancía: cortes de tela para hacer cualquier tipo de ropas, pues antes, la hechura de la ropa era una costumbre casera, por las máquinas de coser, porque había sastres y costureras a granel y porque todavía no había llegado el tiempo de la modernización del comercio. En las casas se cosía la ropa de casi toda la familia.

Sucede que aquellos comerciantes ambulantes, casi todos eran de origen árabe o de alguno de esos países del Medio Oriente. Llevaban consigo las cargas de telas multicolores que, en cortes de uno, dos y tres metros, las ofrecían a la venta, casi siempre también por cómodas cuotas, muchas de las cuales no se pagaban porque algunos de ellos no regresaron más. Lo cierto es que nuestras abuelas, madres, hermanas y los varones también, estrenábamos la ropa gracias a aquellos comerciantes que tocaban a las puertas de las casas en ofrecimiento de sus mercancías. Y era cuando decían: ¡Corte, corte barato, señora! ¡Aproveche la mercancía!

Y no había sábado ni domingo por estas calles de Dios, en que se dejara de escuchar las ya lejanas voces extranjeras que iban voceando el anuncio de aquellos cortes con que se vistieron muchas y muchos, paisanas y paisanos de esta tierra. Aunque también algunos coteros se ponían bravos cuando se les cerraban las puertas de las casas para no pagarles la consabida cuota semanal o quincenal.

 

EL VENDEDOR DE KEROSENE

Antes, hace ya muchos años, el comercio ambulante era de uso frecuente en nuestras ciudades y pueblos. Todavía queda algún resabio de aquella práctica comercial, pero eso es ahora toda una curiosidad. Había los carromatos generalmente arrastrados por burros y algunos eran de ruedas de metal que se denominaban popularmente de “rolineras”, en los que se expendían ambulantemente por calles y lugares todo tipo de mercaderías, especialmente leche y pan, aunque también se usaron para el expendio de Kerosene a domicilio. Y la gente salía a comprar su medio litro o el litro entero de “gas” que era como se llamaba al kerosene, para llenar las pimpinas de vidrio que acompañaban como un apéndice las cocinas “a gas” como también se les decía, las que sustituyeron en la modernidad a la leña en los fogones de los hogares y que eran exhibidas con mucho orgullo por nuestras abuelas y madres, compradas en los grandes almacenes de importación que hubo en la ciudad, representantes de las grandes casas de Maracaibo, Puerto Cabello y Caracas, como lo anunciaban en los periódicos locales, que también los hubo y ahora no los hay… Por un bolívar le llenaban a usted la botella, y cuando había para más, pues se compraba la garrafa completa para toda la semana.

 

LA HUERTA CON CAMPESINOS

Hoy sería imposible siquiera vislumbrar una huerta en la propia ciudad. Hoy las huertas son exclusivamente de los campos, por eso el título de la estampa: ´´La Huerta con Campesinos´´. Antiguamente era frecuente ver huertas en las periferias de la ciudad: “chacras” las llamaban, y abundaban en San Jacinto y Santa Rosa. Con la modernización, las huertas se fueron alejando campo adentro, y verlas hoy en su plenitud vegetal es disfrutar un paisaje plenamente rural. Muchas de ellas son las policromías vegetales que llenan de armonía nuestros paisajes y contornos.

El campo productivo es sinónimo de huertas. De no ser así, cómo tendríamos semana a semana, en los finales de los días semanales, esa grata exhibición de frutos y hortalizas recién cortadas. Cómo se llenarían   algunos espacios de la ciudad si en nuestros campos no se produjera, por el arduo trabajo de nuestros campesinos, esa variedad de flores con las que hacemos adornos florales y coronas. El campo es el gran surtidor de la naturaleza. Los campesinos son los grandes gestores de nuestra alimentación. Por lo tanto, el campo y sus cultores merecen un reconocimiento a su trabajo, un tributo emocional de cada uno de nosotros.

 

EL PALO ENCEBADO

Llegaban los días de las fiestas patronales, por lo que las juntas de fiestas nombradas se disponían a los preparativos de rigor. Los amplios programas se repartían para que la gente de todos los lugares supiera a qué atenerse con lo religioso y lo popular de aquellos programas. Y en los días de las fiestas, el gran colorido colectivo: los juegos de envite y azar, los carruseles y los actos populares, entre los que descollaban las piñatas de ollas de barro, unas veces llenas se caramelos, pero otras, de tinta y otros líquidos perversos, y aquel gran poste de madera, recién cortado y pulido de punta a punta. Ese era el PALO ENSEBADO, lleno de grasa por todas partes, como atractivo número uno para los más osados, para los que decían ufanos: ¡Yo lo subo hasta el tronco!, queriendo decir hasta lo más alto, en donde estaba el premio apetecido. El tradicional PALO ENSEBADO de las también tradicionales fiestas de antaño, las que fueron muriendo por efecto de la modernidad. En aquellos momentos, todos gozaban a millón, los viejos que contemplaban la posible hazaña, y los jóvenes medio desnudos, cuyas barrigas y brazos se llenaban de aquella sucia grasa, cuando regresaban derrotados e impotentes en los varios intentos que hacían por subir el alto PALO ENSEBADO, colocado en cualquier parte visible del lugar.

 

EL CORREO DE RECUAS

Los ´´correistas´´ salían generalmente de noche, en la noche profunda, con su carga de recuas a llevar el correo a distintas partes del estado y fuera del estado. Unos, de poca monta, sólo llevaban la correspondencia, porque no tenían espíritu comercial. Iban por los caminos, justamente llamados de recuas y llevaban timbres y cartas, y otros tipos de valijas entre los pueblos interioranos de la entidad. Como símbolo de aquellos ´´correistas´´ que pudiéramos llamar regionales, nombramos al señor Ignacio Carmona, eterno correo entre Trujillo y Boconó.

Pero había otros portadores del correo que sobrepasaban los límites del estado. Estos eran mucho más arrojados y visionarios, como el caso del señor Pedro J. Torres, que salía a las once de la noche de Trujillo para Maracaibo, con su carga de correo de mulas, a veces con ocho animales, otras con doce y hasta con quince, cuando la carga de mercancías que llevaba para la gran ciudad era muy numerosa. A través del correo se hicieron comerciantes algunos trujillanos, pues además de las valijas con correspondencia, que era por lo que el Gobierno les pagaba un mísero sueldo, ellos aprovechaban el viaje para llevar sus arreos mulares o caballares repletos de productos que comerciaban en Maracaibo. Y de regreso, traían de allá otros tipos de productos para ser vendidos en Trujillo. El más emblemático de estos trabajadores, como ya dijimos fue Pedro J. Torres. La ruta del ´´Correista´´ para Maracaibo, era que salía de Trujillo a las 11 de la noche para amanecer en Motatán, de allí en el ferrocarril hasta La Ceiba, luego se embarcaba en el vapor para Maracaibo; y de regreso lo mismo. A veces, iban tan cargadas las mulas que las autoridades les prohibían el paso, para que no dañaran las calzadas de las polvorientas o medio asfaltadas vías públicas, entre las ciudades y lo pueblos. El Correo de Recuas también sucumbió ante los avances de la civilización

 

LAS LAVANDERAS

La ciudad era pequeña, ciertamente, y el acueducto que la surtía era rudimentario y deficiente. Gracias a Dios, un buen río, por un lado, y por el otro, la quebrada, de fuerte corriente también. En todo caso, era frecuente ver a diario el grupo de mujeres que se estacionaban en las orillas de la quebrada y del río a lavar la ropa; allí agachaditas, entregadas a esa dura labor que el tiempo convirtió en una estampa muy trujillana, y grabada aún en el recuerdo de los pobladores que todavía sobreviven a aquellos viejos años. Tres lavaderos públicos fueron emblemáticos: El de detrás de la Radio Trujillo, sobre la quebrada de los Cedros; el de Santa Rosa, y el de Las Araujas, cerca del río Castán.

 

EL ALAMBIQUE

El Alambique clandestino estaba allí escondido, pero activo, sin duda alguna. A muchos tal vez les sorprenda saber el inmenso volumen de aguardiente de baja calidad que salía de aquellas fábricas, destilerías campesinas, listo para el consumo, más que todo en el mismo medio rural, aunque a veces era traído a la ciudad y vendido a precios irrisorios. En nuestros campos el alambique fue una industria muy floreciente, y tal vez lo tradicional sea, esa estela conductual histórica que nos muestra al hombre campesino como un ser dado al trabajo en la ruda faena, pero, en el fondo, atormentado por el rictus indeleble del alcoholismo. El Alambique fue un medio para facilitar el consumo alcohólico en las zonas rurales trujillanas, más que una verdadera industria o modo de vida de nuestras familias. Y no se crea que ha desaparecido; más bien, sobrevive, aunque cada vez más clandestino y menos productivo.

 

LOS MOMOYES

He aquí lo que cuentan de unos duendes que habitan en la cima de estas pequeñas montañas rocosas por donde abrieron el camino de acceso al pueblo, donde estuvo el monte en la más completa virginidad, lo que, sin duda, sirvió a los pequeños pobladores para vivir en paz con sus escasos grupos familiares. Aquella pequeña tribu de enanitos, con sus sombreritos característicos, sus barbas pobladas y sus alpargatas fabricadas por ellos mismos, fueron miembros, sin duda, de los más antiguos pobladores de las comarcas aborígenes, y por su apego al lugar, sobrevivieron a las invasiones de los que vinieron de ultramar a molestar a sus hermanos.

Cuántas leyendas se han tejido en torno a los momoyes. Ellos, sin duda, están en medio de nosotros, pasan desapercibidos y son pacíficos, mientras no se les moleste. Pero son también terribles cuando se sienten vulnerados. Y es por eso por lo que la gente de estos contornos le teme, e inventan estos cuentos que los convierten en espantos malignos que asustan más que todo a las mujeres y a los hombres adultos, aunque nunca escuchamos decir que se meten con los niños.

 

EL TRAPICHE

El ambarino jugo de la caña de azúcar huele a divino. Así dicen los que pasan cerca del trapiche, que se nos aparece de pronto cerca de la carretera, o en medio de la locación rural, o en la cercanía del pueblo o de la misma ciudad, que en todas partes aparecen, pues Trujillo ha sido siempre, una entidad trapichera. ´´En el recodo, allí abajito, con él tropezamos cuando vamos o regresamos a nuestra casucha´´, dicen los campesinos del lugar.

El trapiche es una estampa cotidiana de muchos lugares del estado. Y provoca verlos en plena actividad, fluyentes de él tantas cosas; con su horno ardiendo y el espeso caldo hirviente bailando entre las pailas: caldo de dulzura con sus colores brillantes: la clara imagen sinestésica de tantos contenidos.

¿De dónde provendrían esas grandes pailas de cobre que se usan en los trapiches lugareños?

Ahí están los peones trajinando con la caña de azúcar recién llegada de la hacienda grande y, a veces, del pequeño fundo cuidado con amor por nuestros campesinos. Y quisiera hacerme visitante permanente en el tiempo de la zafra, porque con el sólo olor que sale del trapiche uno se extasía, y dígame con el jugo silvestre que sale de la caña, con sabor de campo fresco y naturaleza verdosa.

 

EL MATRIMONIO Y SU FIESTA

Nada más hermoso y llamativo que un matrimonio en el medio rural. Cómo se prepara esta fiesta en que se brinda y se baila a suelo pelado, y se levanta el polvo del suelo hasta el amanecer del día siguiente. Cómo se entregan a la complacencia esos conjuntos musicales invitados, venidos a veces de lugares lejanos, o recomendados por un compadre del padre de la novia. Cómo se llena la casa de invitados y otros arrimados, que todos caben, a decir de la madre de la novia. De por sí, la fiesta en siempre en casa de la novia. Cómo se reúne todo el grupo familiar disperso por las vicisitudes del destino, pero unido ahora para la celebración del casorio del hijo o de la hija.

No hay matrimonio en nuestros campos sin la consabida fiesta, en que se reparte el miche y bebidas espirituosas a granel, así como el abundante sancocho de gallina o de pescado, con yuca recién arrancada y con plátanos y cambures verdes, cocinados a leña con concha y todo.

El vestido de la novia muy blanco, se esmera en su blancura, pues la gente tiene la idea de la blancura como emblema de la virginidad; de la pureza y la castidad como valores moralmente obligatorios.

Los padres ´´botan la casa por la ventana´´, como dice el dicho popular, y arreglan la casa y sus alrededores.

El sacerdote es el primer invitado, claro, si los pobladores del campo son muy cristianos. Cuántas atenciones para el padre o misionero, que éste anda por ahí empeñado en casar a los jóvenes para que formen hogares cristianos.

Pero, insisto en la fiesta, en la que los músicos se convierten en una gran atracción, sobre todo el ´´violinero´´, que se sabe cuanto vals, joropo y merengue se han compuesto en este último siglo.

 

ESTAMPAS DEL PESEBRE DE LA TRUJILLANIDAD

 

 

2025: Estampas del Pesebre de la Trujillanidad

Alí Medina Machado

Separata

Edición digital

Diseño de Portada: Cristhofer Barreto

Imagen de Portada: Ángeles del Pesebre de

La Trujillanidad

Ediciones AMeMa- Trujillo Edo. Trujillo

República Bolivariana de Venezuela

Se reservan los derechos

Propiedad del autor.

 

 


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Tags: Alí Medina MachadoEstampas del Pesebre de La TrujillanidadPesebre de la TrujillanidadSentido de HistoriaTrujillo
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