Pasan los días y los numerosos problemas, en vez de resolverse, se agravan más y más. En Venezuela cada día resulta más cuesta arriba sobrevivir. Ningún servicio público funciona, los sueldos no alcanzan ni para comprar comida para tres días, enfermarse supone una tragedia, pues no funcionan los hospitales, no se consiguen las medicinas, y las clínicas en su gran mayoría ya no aceptan los seguros. Los apagones de muchas horas y hasta días y la falta casi absoluta de agua hacen que nos movamos somnolientos, agresivos, tristes y sucios. Surtirse de gasolina es una tragedia con colas de hasta más de doce horas, mientras al lado florece la mordida y la corrupción. Si se te daña el carro o cualquier aparato resulta imposible repararlo por los altos precios de las piezas, si es que se consiguen. Ya uno no puede ni morirse pues los servicios funerarios y los gastos ocasionados por la muerte terminan de arruinar a la familia. La anarquía impera soberana y resulta imposible obtener cualquier documento o realizar la menor gestión por los caminos legales. ¿Y quién responde por los numerosos muertos por falta de atención médica y escasez de medicinas, por el hambre, por tomar agua contaminada o por la depresión, que según algunas investigaciones suman más de 40.000?
Esta situación debe cambiar ya. Y debemos cambiarla los venezolanos. Una confrontación militar o una agresión extranjera sólo agudizaría los problemas y supondría mucho dolor y muchas muertes. Los que piden este tipo de salida, demuestran una enorme ignorancia sobre las tragedias que ocasiona, o tal vez claman por ellas porque creen que a ellos no les alcanzarán las consecuencias. La historia demuestra que, en los enfrentamientos bélicos y en las agresiones militares, que nunca se sabe cuándo terminan, es siempre el pueblo más desasistido el que pone los muertos. La salida tiene que ser democrática, constitucional y electoral. No hay otra y la situación es tan grave que resulta criminal no enfrentarla con urgencia y responsabilidad.
Es la hora de los Políticos, capaces de pensar en Venezuela y en la mayoría de los venezolanos a quienes cada día la vida se nos hace más insufrible. No son tiempos para revanchas, intolerancias ni venganzas; tampoco para ocultar la terrible crisis que estamos padeciendo o utilizarla para obtener beneficios. En el diálogo y negociación deben estar presentes todas las fuerzas: los maduristas, los chavistas y exchavistas, los opositores, las organizaciones sociales, y como árbitros, las fuerzas democráticas internacionales que vienen repitiendo que apoyan salidas democráticas y electorales. La primera condición para un diálogo verdadero es aceptar la grave situación que estamos viviendo y asumir responsabilidades. Por ello, el diálogo y la negociación se deben dedicar a buscar soluciones, y no a perder tiempo con retórica y diatribas estériles. Para ello, se necesita un buen experto en facilitación del diálogo y negociación, con gran liderazgo y autoridad moral.
El gobierno, que está muy débil y al que cada día le resulta más difícil gobernar, no tiene más remedio que negociar su retirada. Ellos saben que su camino, que casi nadie quiere y sólo está trayendo sufrimiento, está agotado. Estoy seguro que la mayoría de los gobernantes y también de los militares desean librarse de esta situación que exprime vidas y puede terminar hundiéndonos a todos, también a ellos.