Caracas, 27 nov (EFE).- Pocas cosas tienen una liturgia más definida que una campaña electoral. Cada país con la suya: en Venezuela, la música, los jingles y las romerías acompañan a los carteles y la propaganda, pero hoy, en la recta final de unas extrañas elecciones legislativas, nada hace pensar que se acerca al día del sufragio.
En un país tan musical, las sintonías de otras elecciones no solo se quedaron en la memoria colectiva, sino que traspasaron las fronteras. Para el 6 de diciembre, pocos son los ciudadanos que conocen las canciones promovidas por los participantes, encontrar un cartel en las calles es casi tarea imposible y, en las conversaciones entre vecinos, se habla de comer, no de votar.
A las elecciones legislativas no acudirán los grandes nombres de la oposición porque las consideran un fraude. Para el Gobierno, son la oportunidad de mostrarse como una democracia consolidada tras años de críticas, pero para la ciudadanía son algo ajeno.
«NO ME INTERESAN»
La falta de ambiente electoral contagia a los ciudadanos, cada día más desencantados y menos interesados, a los que la pregunta que más les sorprende es si le interesan las elecciones.
«No, para nada, porque esto se ha convertido en una burla a nivel político en este país», responde a Efe Rocco Narváez, un taxista de Caracas.
«Siendo honesta, no. Han pasado tantas cosas en Venezuela, hemos sido ilusionados tantas veces (…) y realmente no estoy interesada», explica Valery Garrido, otra vecina de la capital, de 21 años.
«No me interesan, no confío en el sistema y en los políticos por tantas cosas que han pasado en este país», agrega Humberto Rojas.
«Más o menos», responde tímida Coromoto Oliveros, que confiesa desconocer los entresijos de esta campaña.
La desconfianza no es solo en los políticos, también es en el sistema: «Uno ya sabe qué más o menos va a salir», subraya Rojas.
SOBREVIVIR Y POCO MÁS
Narváez, taxista, se cruza a diario con decenas de venezolanos con los que dialoga sobre todo tipo de temas durante el trayecto. O casi, porque la elección, según explica, «ni siquiera es un tema de conversación hoy en día».
Su diagnóstico es claro: «Lo que está pasando es una burla, los políticos solo se preocupan del bienestar propio y el país está hundido en una crisis total en todos los sentidos».
Para este habitante de Caracas, no hay distinción, son «todos los políticos, absolutamente todos» los que le han fallado, chavistas y opositores.
En su taxi, como en las calles, escucha que «la gente está pendiente de subsistir y conseguir el pan para la casa, más nada».
Con él coincide la joven Garrido, que está terminando su época de estudiante, y explica que el 6-D es un tema que no trata con sus amigos: «Pasas la etapa de salir de la secundaria, esta etapa de generar dinero con el que diga que puedo mantenerme».
«Ahora la gente no le presta mucha atención a eso, la gente está pendiente de sobrevivir», añade.
Esa, y no otra, es su preocupación en un país en que el sueldo mínimo es de apenas 0,4 dólares y encontrar ingresos adicionales, en la mayoría de ocasiones con trabajos informales, es una prioridad para los venezolanos.
Decepción es la palabra que más se repite y no hay distinciones entre partidos, pero subsistencia y ganarse el pan de cada día ocupa todo el esfuerzo.
PREDICAR EN EL DESIERTO
Quienes se mueven y tratan de movilizar a sus simpatizantes son los líderes del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). El miedo a la pandemia por covid-19 no existe y en sus actos se baila, se reparten abrazos y la distancia de seguridad brilla por su ausencia.
Los tapabocas van y vienen y es frecuente ver a simpatizantes del chavismo sin la mascarilla preceptiva en los actos para pedir el voto. La nueva enfermedad no es la razón del desencanto.
En un país donde la política lo ha absorbido todo, donde cada uno de los simpatizantes del chavismo es un activista que trata de atraer hacia sí a todos los venezolanos de su entorno, el reto es elevar el número de votantes en las elecciones del 6 de diciembre.
Es el caso de Robert Contreras, jefe de comunidad del popular sector Hornos de Cal de Caracas que forma parte de las estructuras del PSUV.
Según afirma a Efe, piden el voto «primeramente por Venezuela» y segundo, para que su país «salga realmente fortalecido, porque es un proceso realmente democrático».
«Queremos que las personas salgan a votar, independientemente del candidato de su preferencia», asegura el militante, que considera que hace cinco años la oposición ganó las parlamentarias «con votos-engaño».
Sin embargo, los actos del PSUV, con excepción de aquellos a los que acuden sus más altos dirigentes, apenas congregan a unas decenas de personas, una muestra más de la falta de interés en una campaña ausente.
DETRACTORES EN UN MUNDO AL REVÉS
El rol más peculiar en estas elecciones lo juegan los detractores del chavismo. El grueso de la oposición, bajo el liderazgo de Juan Guaidó, parece haberse lavado las manos, se conforman con decir que los comicios serán un fraude y a duras penas atraen simpatizantes.
Del otro, están aquellos, escasos, que han optado por acudir a las elecciones y son tachados de traidores.
Entre ellos están las siglas de los principales partidos de oposición, intervenidos por una orden del polémico Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) que arrebató las organizaciones a los líderes que eligió la militancia.
El liderazgo de esos partidos fue entregado a antiguos miembros que fueron expulsados de las organizaciones y han sido acusados de corruptos.
Ni unos ni otros responden a las peticiones de la prensa, las más habituales: «¿qué actos habrá esta semana a los que podamos acudir?».
Es el mundo al revés, con alguna excepción. Las escenas habituales en una campaña son partidos tratando de generar interés en la ciudadanía y buscan atraer a los medios, el mejor canal para llegar a muchos votantes potenciales.
Las fotografías en redes sociales y pequeños actos, grabados siempre con plano cerrado, por medios esencialmente públicos son casi la única escena de la que disponen los posibles simpatizantes.
Queda solo imaginarse el esfuerzo que debe hacer un venezolano si, al revés del promedio, se interesa en depositar su voto en la urna, una auténtica odisea solo para saber que hay una elección en marcha.
Con estas escenas, la joven Garrido ha sacado una conclusión: «el que diga que no (desconfía) es porque algún beneficio está teniendo, bien sea del Gobierno o de los partidos que se hacen llamar de la oposición».
Una opinión que nadie trata de cambiar, ni siquiera acudiendo a la liturgia clásica, o empañar esa opinión. En Venezuela ni hay ambiente de campaña ni casi nadie parece esperarlo.
Gonzalo Domínguez Loeda