El vigor de la pedagogía histórica de Mario Briceño Iragorry

 

Por: Alexi Berríos Berríos

Resumen

Enterado estoy que el mejor trato que se le debe dar a un escritor es, sin ambages ni rodeos, analizar su obra para corresponder o diferir sobre la misma. Hincando, pues, los talones en la letra de Mario Briceño Iragorry, podemos comprender los lados por donde debe soplar el viento al instante de referirnos a la historia patria. De su pluma salieron formidables ideas con vistas a darle forma y sustancia a una disciplina indispensable para descubrir el caldo de cultivo cultural de una nación accidentada desde la perspectiva historiográfica en el puerto del romanticismo y la apolillada heroicidad militar. Es de interés señalar que Mario Briceño Iragorry inició la faena por modelar un método para escudriñar en el pasado de una sociedad como la venezolana olorosa a pólvora por sus cuatro costados. Su afán por la heurística, la crítica y el sentido cultural de la historia, lo sitúan como el timonel de la nave pedagógica que obliga a mirar con lentes geopoéticos una patria fracturada por las plumas diseñadoras de cultos y las huellas de la independencia. Una pedagogía histórica rubricada con el término totalidad.

Palabras claves: pedagogía, heurística, geopoética, historia cultural, justicia, moral, etiología.

 

1.- Fuentes.

Justo es decir que Mario Briceño Iragorry insistió en darle rigor metodológico al estudio de la historia, convencido de la importancia de las fuentes para el ejercicio hermenéutico del historiador. Tan luego como la heurística se hiciera presente, la información fluiría para el investigador emanada de documentos, hemerografía, certificaciones y otros materiales claves para lograr el cometido. Esto, aunado al sentido etiológico del asunto histórico, permitiría al historiador desmontar un hecho para en lo sucesivo estructurarlo y transmitirlo a los espectadores de cara a la compatibilidad, el desacuerdo o la incorporación de criterios en reforzamiento del hecho estudiado. Por ello, pronunció lo que va de seguidas:

Hace algunos años nos decía un historiador ya muerto que las investigaciones históricas en Venezuela habían llegado a tal grado de adelanto que sólo esperaban la perspicacia de un Taine que reconstruyese las leyes e hilos del pasado. Pese al optimismo del sabio compañero, creemos que apenas empezamos la labor de metodizar el estudio de nuestros anales y que falta algún tiempo aún para que pueda en verdad comenzarse una racional labor de reconstrucción de nuestro pasado.

Si ya a mediados del siglo último poseíamos buenas y ricas fuentes documentales y narrativas, no era con mucho el criterio aplicado a los estudios históricos capaz de fijar líneas precisas de orientación para un descombramiento científico que permitiese una construcción con características formales. (1)

La cosa es evidente. Mario Briceño Iragorry, además de buscarle el rostro a la faena histórica en Venezuela, entendió el rigor de una disciplina signada por la complejidad del quehacer humano en la atmósfera temporal, cuestión que lo llevaría a urdir una pedagogía sobrepuesta a esa heroicidad militar y romántica que hoy camina con fuerza en los tinteros oficiales. Nótenlo bien, Mario Briceño Iragorry no se prestó a engaño circunscribiéndose a hazañas, lanzas y demás yerbas coloreadas con sangre y retiradas de un cuerpo social que debe ser abordado para razonar el atrás como antecedente estructural de lo que somos y aspiramos ser. Él se ubicó por encima de los fraccionamientos históricos, aspecto que analizaremos más adelante, tomando conciencia del examen frente al dato tan valorado por la historiografía positivista, y, en otra vertiente, estimó los méritos ciudadanos al igual que el significado de la historia cultural. Resulta revelador el influjo de Johan Huizinga en su formación como historiador y ensayista cuando puso de relieve la iconografía civil, el espacio ambiental, la biografía, la intrahistoria… O, si se quiere de otra forma, Mario Briceño Iragorry exploró la filosofía del hombre, buscándolo en redondo y prevaleciendo en su pluma el valor de la justicia y la moral. Eso, a fin de cuentas, denota la cualidad histórico-humanista de un hombre que abrazó a la historia como quid para sacar en claro la imagen de un país evaluando las fuentes de manera integral, y, no como quieren algunos filibusteros de la crónica, dibujar heroínas con fraseología hueca al saber todos nosotros que “los tontos no hacen carrera nunca”.

2.- Quiebre histórico.

Si entramos a considerar en detalle la circunstancia histórica que estamos viviendo, podemos estimar la vigencia del enfoque de Mario Briceño Iragorry en lo tocante al revisionismo histórico colonial, haciendo votos por el estudio de nuestra historia como un todo que nos ayude a darnos cuenta de lo que hemos sido y somos en el tiempo. Es inadmisible que se siga confundiendo la historia con intereses políticos, semidioses, formularios de fechas y una gesta independentista que cobra a cada paso mayor fuerza. Con harta frecuencia observamos el rechazo a trescientos años de caldo de cultivo cultural, aderezado con yerbas autóctonas y universales que nos definen como una sociedad cruzada y, dicho sea de paso, como un pueblo ordenado sobre la base del instrumento europeo, al igual que todos los lugares del orbe por efecto de la occidentalización. Acá y allá, se llevaron a cabo encuentros, conquistas, guerras, sin perder de vista el tejido formativo de los espacios. De ahí la necesidad de distinguir bien el carácter educativo y didáctico que subyace en los señalados cruces sin dar tiempo a las bajas pasiones o a las ideologizaciones. Siempre será preciso no olvidar que de 1810 para atrás hay un cuerpo cultural venezolano rico y digno de ser estudiado con serenidad y amplitud conceptual, por cuanto allí intervienen preceptos irremplazables para la conciencia nacional. Hecha esta advertencia previa, ubiquemos un párrafo del ensayista trujillano para decir:

Se juzgó que ninguna época histórica en lugar alguno puede estudiarse y comprenderse sin el conocimiento previo de las épocas anteriores. Así entre algunos escritores, fieles tanto al romanticismo heroico y al iluminismo del siglo XVIII, como a la disvaliosa polémica de los primeros tiempos, perdurase la idea de que pudiera existir un hiato o pausa entre la Colonia y la República, se hizo, sin embargo, campo cierto la tesis realista de que sin el estudio constructivo de nuestro pasado español (pasado nuestro, no de agentes peninsulares), por jamás podría comprenderse el proceso de la república (…) (2)

Lo dicho da en el clavo en relación con el subibaja histórico que venimos tratando y merece ser sometido a discusión constante en este clima feroz, condicionado por las lanzas coloradas que atravesaron el siglo XIX e imposibilitaron la fragua geográfica de la nación. Acto seguido, debemos insistir en la superación de ese hiato o quiebre histórico que obnubila las pupilas juveniles e hilar fino acerca de un proceso unitario que nos define en el centro de un mestizaje cultural, para así sopesar, sin negros ni dorados criterios, la realidad histórica venezolana. Por otro lado, es menester impulsar la investigación histórica referente a las revoluciones que han tenido lugar en nuestro continente, desmontarlas a fondo para establecer símiles y diferencias que permitan darnos cuenta de lo que fueron y son en esencia. Aún mejor, de los daños que algunas de ellas han ocasionado al negar la hispanidad que se vertió sobre naciones como la nuestra que sigue suplicando por encontrarle las cuatro patas a la mesa.

Atento, como siempre, Mario Briceño Iragorry insistió en soldar esa fisura que persiste en plumistas venezolanos, con la cual no solo disminuyen el soma cultural, sino que vedan la posibilidad de dar un gran paso desde la perspectiva histórica. Por tanto, creo oportuno recomendar un examen crítico del ensayo denominado “Introducción y Defensa de Nuestra Historia,” con dosis de ecuanimidad dada la importancia de sabernos en el tiempo y de sobreponernos a esos historiadores de un solo ojo dispuestos a concentrar a Clío en los cinturones de los militares “chopo de piedra”. Con temperamento del siglo XIX, cabalgan en  páginas blancas delineando batallas y repulsiones contra nuestros abuelos españoles que por más que se quiera, no podremos ausentar de nuestra sangre ni de la línea de vida histórica nacional. Con todo, el texto de Mario Briceño Iragorry se convierte en una “purga del alma” y, a su vez, en el ineludible Soldimix para cerrar la brecha.

3.- El silbato geopoético.

Trascendiendo los linderos de la historia ladrillera, Mario Briceño Iragorry asimiló la sustancia de la geografía para la interpretación del país. En él primó el lenguaje de la naturaleza como hilo conductor de belleza y potencialidad para vivir en plenitud. Dejándose tentar por el paisaje, fue sintiendo la enjundia de una patria compuesta por montañas, llanuras, selvas, mares ríos… y una inconmensurable riqueza para ser explotada con conciencia y proyección histórica. Se hace evidente, entonces, que Mario Briceño Iragorry vislumbró lo escrito por Gaston Bachelard en “La Poética del Espacio”. Escuchen: “(…) No somos nunca verdaderos historiadores, somos siempre un poco poetas y nuestra emoción tal vez sólo traduzca la poesía perdida.” (3).

Tuvo, permítaseme la frase, claridad meridiana en cuanto a la cosmología y las representaciones para leer el país desde la óptica geopoética, tal como se puede observar en su espléndida novela “Los Riberas.” Allí Los Andes venezolanos toman la palabra para presentar su iconografía con belleza y guáramo en la vejiga. Eso, en virtud de la gratitud de un hombre que jamás olvidó su procedencia y notó la médula venezolana en el tiempo. Veamos:

La patria se mete por los ojos. Con el paisaje se recibe la primera lección de Historia. Entender nuestra geografía y escuchar sus voces es tanto como adentrarnos en el maravilloso secreto de nuestra vida social. La cultura, así adquiera los contornos de la Acrópolis griega, mantiene siempre su primitivo signo vegetal. La Geografía es de indispensable conocimiento para la comprensión de la problemática social. El suelo define en parte el destino de los pueblos. Los hace mineros, pastores, agricultores, pescadores o industriales(…) (4).

La cita está bastante clara y da por sentado la condición de un historiador de la cultura que buscó su país natal tomando en consideración las partes y todo lo que rodea a una nación. Mario Briceño Iragorry promocionó el conocimiento de la tierra venezolana, contemplando los viejos tapices y los toques de modernidad en una nación que se ahogó en petróleo. Para él, Venezuela es una casa grande que debemos conocer a profundidad de tal forma que sintamos su mapa como nuestro y ahíto de maravillas naturales que nos pertenecen, aseguradas por el término libertad. Cierto, Venezuela es una casa libre cuyos tesoros tienen que ser explotados y administrados por seres humanos capaces de izar nuestra bandera en medio de un aire soberano que dignifique al pueblo. De nada sirve tener una patria ignorada con severidad extrema y repleta de esnobismos, reggaetón, vallenatos… dado el clima antinacionalista imperante. Nos importa un bledo el verbo de las cumbres, la canción de las olas, el saludo de la arena de los Médanos, los quejidos del Ávila, el crepúsculo larense, la tonada llanera, los gritos del pescador, los tambores de Barlovento, entre otras muchas cosas que nos distinguen como venezolanos. Habrá que esperar hasta que el reclamo geopoético de Mario Briceño Iragorry sea escuchado y podamos superar este grave asunto.

4.- Venezolanidad y advertencia histórica.

Es imprescindible adquirir conciencia respecto al hilo histórico venezolano con la finalidad de vencer el reduccionismo teórico independentista, ya que nuestro pasado va mucho más allá de las heroicidades y las insignias militares bosquejadas en los libros. El afán por convertirse en leyenda libertadora, provocando el acabose de la patria, pinta en el absurdo histórico. Hasta ahora, que se sepa, todas esas emulaciones libertadoras en el seno de nuestra vida republicana, han traído rotundos fracasos en fusión con el estatismo. No estudiar la historia de Venezuela con sentido total, nos sigue hundiendo en las aguas turbulentas que Mario Briceño Iragorry deseó limpiar, sugiriendo la tradición en movimiento para vestirnos con la herencia y, a posteriori, adornar el traje cultural venezolano con fabricaciones nuestras. Dicho de otra forma, el egregio ensayista y escritor venezolano, razonó con solidez el ritmo de la historia y las innovaciones que cada generación debe imprimirle a la vida para darle interés epocal. Es de  responsabilidad ciudadana echar a andar un país en la noria de la historia con apoyatura en la creación y el trabajo. De todo cuanto sucede en Venezuela, lo más importante es el esfuerzo por construir una verdadera patria donde reine la virtud frente a la corrupción, anteponiendo los valores venezolanos frente al elemento extranjero. Por ello, negarle a Mario Briceño Iragorry su condición de patriota, solo se le pudo ocurrir a un ingrato cronista parroquial que al alborotar el avispero, los pinchazos de esas nobles abejas se vinieron contra él para izar con más fuerza la obra de un pensador, cuyas luces y varias tareas cumplidas por Venezuela, lo transformaron en un ser imperecedero y ejemplar.

Referencias.

1.- Briceño Iragorry, Mario. Introducción y Defensa de Nuestra Historia. Ediciones Edime, Madrid-Caracas, 1966, p. 531.

2.- Ibídem, p. 533.

3.- Bachelard, Gaston. La Poética del Espacio. Fondo de Cultura Económica, México, 1986, p. 36.

4.- Op. Cit. p. 540.

 

 

 

 

 

 

 

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