El triunfo de Lula eleva las perspectivas sudamericanas | Por: Alejandro Mendible

 

Lula el mito izquierdista  “resucitado”  llega a la presidencia en hombros del pueblo brasileño  pero,  en un contexto muy diferente a como lo hizo en 2003.  Hoy, mediatizado por la gran oposición  a su proyecto nacional,  aparece para la mitad del país  como  la  “aspiración” colectiva   de  justica social  impulsado  por los sectores populares  que  “desean  más y no menos democracia”, en síntesis  “la victoria de un inmenso movimiento democrático por encima de los partidos  políticos, de los intereses personales y de las ideologías”.

El próximo presidente enfrenta  un nuevo tiempo histórico que   experimenta  un peligroso  fenómeno de concertación de las derechas neofascistas  en el mundo  y que en Brasil toma  el nombre de Bolsonaro, el  candidato derrotado  pero no vencido.  Esto lo obliga estratégicamente  a distanciarse  de la izquierda “borbónica”  la que asume de manera sectaria  un socialismo no democrático  y buscando  la formación  de un amplio frente democrático con  un  perfil liberal cuyo eje de apoyo lo representa el vicepresidente Alckmin.

En el plano regional,   a diferencia  de 2003 cuando se convierte en el paraguas de los diferentes movimientos  radicales  que desestabilizaban el orden estatuido (como ocurría en Venezuela)   buscará en su actual  gobierno  restablecer  la  conciliación progresista  sudamericana  para  fortalecer la democracia  formal  y recomponer  un  nuevo frente para contrarrestar  el  neoliberalismo  que pugna con fuerza por el control del continente . Este estado de cosas nos mueve a una visión de largo alcance histórico de nuestro continente  para comprender  mejor  el presente en función del reflejo del  pasado

La “sudamericanización”  como proyecto regional  factible tiende  a concientizarse en los actuales  pobladores de nuestro continente y su viabilidad  avanza como  un constructo  posibilitado por el zigzagueante y azaroso devenir  de la dinámica política de nuestro continente,  mediado  por el nuevo  orden internacional,  en desarrollo  en el siglo   XXI. Para lograr ese objetivo  Brasil aparece como el  gran espacio geográfico  de  articulación, en un continente que aún  no ha cristalizado  como una identidad  geopolítica  coherente, ni  ha roto  su posición de dependencia  o subordinación  ante  los  centros metropolitanos para influir con su propia  identidad  civilizatoria  en la historia universal como lo han conseguido  Europa y Norte América en él  pasado.

Durante el periodo colonial en 1750 los reinos católicos de España y Portugal prevalidos del peligro causado por las crecientes amenazas  de las incursiones de Inglaterra,  Francia y Holanda  para desalojarlos  de sus colonias en Sur América, firman un tratado de límites en Madrid dividiéndose equitativamente  sus posiciones en el continente  y acuerdan en el artículo XXI que en caso de guerra entre las dos coronas, “se mantengan en paz los vasallos de ambos establecidos  en toda América meridional, viviendo unos y otros, como si no hubiera tal guerra entre sus Soberanos”. Esto creo la primera manifestación  de sudamericanización  en el mundo occidental

En la crisis de independencia a principios del siglo XIX  los libertadores hispanoamericanos Simón Bolívar y José de San Martin pensaron en “la patria grande”,   el primero se destaca  por su posición más firme hacia los principios republicanos liberales, así como su una gran captación  de su tiempo histórico  al punto de  firmar su célebre Carta de Jamaica de 1815  como “un sur americano”. En el caso de  Brasil la situación fue muy diferente ya que la corona portuguesa para superar la crisis europea  huye a Río de Janeiro donde establece la corte y capital del reino. La gesta anterior  marcan la ruptura colonial  cuando  y después de mucho tiempo en 1945 aparecen tendencias populistas nacionales como el varguismo, el peronismo y otros movimientos políticos  que en su lucha contra el militarismo e imperialismo avizoran la sudamericanización.

En el año 2000 se produce un gran salto  hacia  nuevos horizontes en las cuales nuestro continente  busca una mayor participación  en el escenario mundial  se presenta  cuando  los doce presidentes electos democráticamente del continente  se  reúnen  en Brasilia con motivo de la conmoración de los 500 años del descubrimiento del Brasil y  acuerdan convertir al continente en una región geoeconómica. Sobre esta plataforma se monta  Lula en  2003 cuando  llega por primera vez  a la presidencia de la república  impulsando en el Brasil el modelo izquierdista  (“lulismo”) y tomando al  “país continente dentro del Continente”  como referencia de gran bisagra de articulación  de una nueva propuesta  geopolítica, logrando manipular dos puntos neurálgicos  de sus fronteras con sus vecinos convergentes  en la  cuenca del Rio de la Plata  y en  la región amazónica y convirtiendo  los tratados del Mercosur y Amazónico en marco de colaboración integradora.

El coronamiento  de estas gestiones se concreta en 2008 con  la creación, en la cumbre de presidentes sudamericanos en Brasilia  de  primera plataforma regional “Unasur”  de los diferentes  Estados nacionales  del continente  En esta empresa concurre  el  capital   Chino como  factor  financiero  de la región en los planes de desarrollo que  suplantaban a los Estados Unidos que se había convertido en el principal  apoyo del  neoliberalismo.  En consecuencia se produce  un momento de inflexión  y un auge de enfrentamiento  entre las fuerzas políticas de derecha  e izquierda  en lucha  por el  control del continente  mediadas por las discrepancias geopolíticas mundiales.

En el 2016 la  situación virtuosa de estabilidad política dominada por la  izquierda brasileña (PT) que actuaba como gran centro de conciliación  de los diferentes proyectos  populistas radicales del continente,   entra en un proceso de descalabro político,  como producto  de la reagrupación de la derecha y sectores afines liberales. La concertación conservadora  de fuerzas políticas  mediante  un plan de desestabilización  judicial, la operación lava jato logra llegar a Lula para ponerlo en la cárcel y produce el impiachment a la presidenta Dilma Rausseff  sacando  al Lulismo del poder y precipita la caída de “Unasur”,  quedando como un “organismo zombi” hasta la actualidad  cuando surgen las voces por su reposición. En estas condiciones Brasil se convierte en el mayor laboratorio político de la región  en el cual se ensaya  la erosión de las bases de sustentación  de la legitimidad de las elites  populares  mediante  las  confrontaciónes o alianzas  entre los diferentes tipos o facciones de derechas e izquierdas. Así, a partir del 2023  Lula, en representación de un Brasil consensuado,  intentara capitalizar la saga de la sudamericanización  (como lo hizo la EU el siglo pasado) en la exploración para beneficio de la región de  la emergencia del mundo multipolar. Intentará entre otras cosa en lo económico, eventualmente, dar los primeros pasos para la creación de una moneda regional que emule el valor del dólar y del euro y  en lo político  presentarse como el principal factor de  estabilización democrática de Venezuela para convertir nuestro continente en el nuevo paradigma latinoamericano

mendiblealejandro@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

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