El Tequendama y el Punto de Mérida / Por Jesús Matheus Linares

Sentido de Historia

 

 

En la Valera de los años 40, 50 y 60, la referencia gastronómica de la ciudad era el Restaurant Tequendama. Recuerdo que el ilustre tachirense y ex presidente de Venezuela, el abogado, historiador y periodista, recordado profesor Ramón J. Velásquez –a quien en actos de la Academia Nacional de Historia, recordamos sus centenario de nacimiento- me hablaba de ese local, como el sitio obligado de la tertulia valerana, donde se abordaban los temas del país, de la región y por supuesto, el día a día de la urbe de Mercedes Díaz.

La mayoría de políticos que venían a Valera a desarrollar labores de proselitismo a favor de sus partidos u organizaciones, tenía en este sitio un lugar para el contacto social con en “petit comité”, con los seguidores valeranos.

Cada vez que Ramón Jota visitaba Valera, era obligada su asistencia al “Tequendama”, atendido diligentemente por ese betijoqueño de pura cepa, don Manuel Ángel  Peña, quien popularizó un emblemático ají picante, que hacía las delicias de los condumios no solo de Valera, sino que era un producto “for export” para otras latitudes, como Caracas e incluso al exterior del país. Su fórmula era muy particular, la flor de maguey, lo que llamamos “diablitos”, con chayota, pepinillos, chirel y demás condimentos. La carta gastronómica era de  primera línea.

También estaba el Restaurant Valera, de Aquilano Martínez, era menos bohemio que “El Tequendama”, pero también servía para atender a los comensales de la ciudad y los forasteros que a ella llegaban, como “escoteros” a cumplir actividades de transacción comercial llevando productos del campo al Mercado Municipal.

Las dos quincallerías que vendían de todo en la ciudad, eran las de Rafael Navas y la otra la de Bernardino Rodríguez, la primera estaba en el sector Las Delicias, en la calle 14 con avenida 12, y la del amigo Bernardino estaba en la calle 11  entre avenidas 7 y 8, se llama “El Encanto”, allí podíamos encontrar desde vajillas de peltre hasta lo último llegado al país, en mercería, tejidos, y juguetes. En épocas decembrinas eran los locales más visitados.

En cuanto a talleres destacamos, el taller de latonería y pintura de Fermo Nannini, en la Ford, al lado del “Punto de Mérida”, llamado así porque era la salida para Mérida. Fermo era padre de quien pudo ser un campeón mundial del motociclismo, pero que a mala hora encontró la muerte en Cumbres de Curumo, cerca de Colinas de Bello Monte, en Caracas, el recordado y avezado motociclista Aldo Nannini, a quien conocimos cuando éramos unos niños y disfrutamos de sus destrezas, tanto en motocross como en velocidad.

El taller de Fernando Rosario, en la avenida 12, diagonal a Trujillo Motors y en la calle 7 frente a la Maderera Santa Teresita, el taller mecánico de Humberto Vásquez, también el taller de tornería y herrería de Pietro Belli, y en la calle 7 con avenida 6, el taller de Tognetti Hermanos y el taller ítalo-venezolano de Wílmer Urdaneta en el sector El Bolo.

Eran tiempos de emprendimiento y de crecimiento de una joven Valera, que comenzaba a crecer con el desarrollo de propios y extraños, que habían llegado para contribuir a ese progreso que brindaba la ciudad. Todos se conocían y eran solidarios con esa amistad ganada por la constancia y la perseverancia que da el trabajo noble y honesto.

jmateusli@gmail.com

Salir de la versión móvil