Por: José Luis Colmenares Carías
La inversión es el acto de destinar recursos (generalmente dinero) con la expectativa de obtener un beneficio futuro. Implica renunciar a un consumo inmediato para adquirir bienes o activos que generen ingresos o aumenten su valor en el tiempo. Este acto de invertir está asociado al ahorro como componente fundamental, en tanto corresponde a la parte del ingreso que no se consume y se reserva para el futuro. Así que la relación entre la inversión y el ahorro es estrecha.
Desde esta conceptualización podemos imaginar que la conexión entre el ahorro y la inversión es automática. Sin embargo, hay otros conceptos económicos que median en esa transición, por ejemplo: el rendimiento de la tasa de interés, la tasa de retorno de la inversión, los costos de oportunidad, la tolerancia al riesgo, entre otros, propios del campo de la racionalidad económica.
Ahora bien, la decisión de invertir no es sólo un acto racional. En la acción aparecen emociones como los miedos, por ejemplo, porque se trata de un acto humano que trasciende la voluntad, en esa capacidad de tomar decisiones y actuar en consecuencia.
Sobre el miedo, Rafael Lopéz-Pedraza (Emociones: Una lista) señala que “a veces ocupa un espacio de la psique mayor que el que debería tener y tiene una fuerte relación con la economía. En un mundo donde el Homo economicus está en la primera fila del escenario cotidiano, los asuntos de dinero producen miedo tanto en el acaudalado como en quien no lo es”.
El autor agrega como clave que “más íntimamente hay un miedo psíquico que siempre sentimos y que nos hace conectarnos con nuestra interioridad y nuestro aparato instintivo, lo cual es básico para vivir con cierto balance”.
Uno de esos miedos, entre la inversión y el ahorro, es el que se asocia a la incertidumbre financiera y a los imprevistos, lo cual puede “nublar” las decisiones a la hora de invertir, trascendiendo cualquier decisión económica. Les ilustro con un caso vivenciado en una de las sesiones de trabajo en los talleres sobre Transforma tu Relación con el Dinero.
Se trataba de una joven proveniente de una familia de recursos económicos que viajó al exterior a realizar sus estudios. Ahí aprendió a llevar una vida autónoma. Estudió, realizó algunas actividades económicas y creó un fondo de ahorro, en un sistema económico equilibrado. El ahorro le dió estabilidad ante las posibles incertidumbres financieras. El aprendizaje del ahorro disciplinado creó un patrón de conducta en el que se articularon creencias y emociones asociadas a la confianza como contracara del miedo.
Al retornar al país, decide impulsar su emprendimiento en un mercado cautivo que le permite crecer con inversiones, de acuerdo a la asesoría económica. Sin embargo, el patrón de ahorro fue tan arraigado e inconsciente que, en un sistema económico inestable, se encapsuló como mecanismo de defensa ante las incertidumbres financieras. El miedo a quedarse sin dinero la llevó a limitarse en los gastos y quedar atrapada en la emoción, impidiendo invertir en el emprendimiento.
En su proceso de aprendizaje se dió cuenta de la situación (aquí y ahora), se conectó con sus creencias y miedos, transitó por la emoción (vivenciar y concienciar), comenzó a invertir a escala y ampliar el emprendimiento en ese mercado cautivo.
Finalmente, el caso invita a reflexionar sobre la importancia de articular la razón económica y la emoción sentida, como totalidad compleja y sistémica, a la hora de tomar la decisión de invertir y actuar en consecuencia.
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