El Reto… construir otra belleza | Por: Clemente Scotto Domínguez

 

“Veo la guerra al revés, oh qué alegría / De los incendios nacen arboledas / Se juntan los dispersos miembros de los niños / Los ojos reviven y sorben las lágrimas / De las ruinas renacen triunfalmente las moradas / El hierro escapa de las carnes y éstas cierran sus heridas / Las bombas huyen a lo alto y de cada cráter brota una flor / de vida / Las tropas retroceden, retroceden/  Los armamentos  vuelven al acero / Los enamorados convierten sus separaciones en encuentros / Veo la guerra al revés y mi cuerpo / sigue atado a la guerra normal que comienza” . “Antes de la guerra” 

Luis Britto García

Alessandro Baricco, piamontés nacido en 1958, es escritor ensayista y autor de novelas, entre ellas Seda, (fue tema de hermosa película con el mismo nombre); también reescribió la Ilíada de Homero. El texto obtenido fue leído de manera efectiva en acto público en Roma y Turín en el otoño del 2004; transmitida en directo, suscitó muestras de interés en radioescuchas al punto que algunos se quedaron en el automóvil, incapaces de apagar la radio.

Despojada de la intervención de los dioses, con narrativa contemporánea, Homero, Ilíada recupera lo más humano de esa historia en la que los hombres viven su propio destino al ser artífices de él. La obra fue traducida a nuestro idioma por editorial Anagrama de Barcelona, el año 2005. Recomiendo su lectura en estos tiempos que, como escribe el propio Baricco, “no son éstos unos años cualquiera para leer la Ilíada… son años de guerra… son años en que algo así como una orgullosa barbarie, relacionada con la experiencia de la guerra durante milenios, ha vuelto a convertirse en una experiencia cotidiana”.

Al “reescribirla” el autor hace unos agregados pertinentes y de manera destacada un capítulo de cierre que denomina “otra belleza, apostilla sobre la guerra” sobre la cual pretendo versar en este artículo. La Ilíada es una historia de guerra, compuesta para cantar a una humanidad combatiente “de un modo tan memorable que durará eternamente… cantando… la solemne belleza y la irremediable emoción que antaño fuera la guerra y que siempre será… La esencia es esa: la Ilíada es un monumento a la guerra”.

El autor se pregunta “¿qué sentido tiene, en un momento como éste, dedicar tanto espacio y atención, y tiempo, a un monumento a la guerra? ¿Cómo es posible que, con tantas historias como hay, uno se sienta atraído precisamente por ésa, casi como si fuera una luz que sugiere una huida de las tinieblas de estos días?”.

La Ilíada es una historia escrita por los vencedores que tiene la fuerza –y la compasión- con la que son referidas las razones de los vencidos. Homero nos muestra la capacidad de los griegos para “ser voz de la humanidad entera y no solamente de sí mismos; de modo que entre las líneas de un monumento a la guerra nos legaron la memoria de un obstinado amor a la paz”.

A primera vista, los fogonazos del choque de las armas y de los héroes nos ocultan el lado femenino de la Ilíada; son frecuentes las intervenciones de las mujeres que proclaman el deseo de paz. “Relegadas a los márgenes del combate, encarnan la hipótesis obstinada y casi clandestina de una civilización alternativa, libre del deber de la guerra. Están convencidas de que se podría vivir de una manera distinta y lo dicen”.

“En un tiempo suspendido,… robado a la batalla, Héctor entra en la ciudad y se encuentra con tres mujeres: y es como un viaje a la otra cara del mundo… las tres pronuncian una misma súplica, paz, pero cada una de ellas  con una tonalidad sentimental propia. La madre lo invita a rezar. Helena lo invita a su lado, para reposar (y tal vez también para algo más). Andrómaca… le pide que sea padre y marido antes que héroe y combatiente”; dos mundos posibles están el uno frente al otro, y cada uno tiene sus razones, acaso, “¿No es admirable que una civilización machista y guerrera como la de los griegos escogiera legarnos, para siempre, la voz de las mujeres y su deseo de paz?”.

Cuando captamos ese lado femenino del relato, se le encuentra difuminado en innumerables momentos de la Ilíada, cuando en lugar de luchar, los héroes hablan; asambleas y debates extendidos nos muestran en el fondo, “que son su manera de posponer lo más posible la batalla. La palabra es el arma con la que congelan la guerra… incluso cuando están discutiendo cómo hay que hacer la guerra”.

En voz de un guerrero troyano, se expresa, “huíamos y al huir encontrábamos la muerte….  Igual que los torrentes desbordados por la lluvia…. Era un rio que había roto los márgenes y corría veloz destruyéndolo todo a  su paso…  este maldito arco mío hace correr la sangre de los aqueos, pero no los aniquila    … la punta del bronce entró cerca del ojo, pasó a través de los dientes blancos, cortó la lengua limpiamente, por la base, y salió por el cuello… luego la fuerza me abandonó y con ella, la vida”.

“Todos ellos son condenados a muerte y están haciendo que su último cigarrillo dure una eternidad. Y se lo fuman con las palabras”. “Luego, cuando de verdad entran en combate, se transforman en héroes ciegos, olvidados de cualquier escapatoria, fanáticamente entregados a su deber. Pero antes…, antes ha sido un tiempo largo, femenino, de lentitudes sabias, y miradas hacia atrás, de niñez”. Concluye Baricco: “Donde más fuerte es el triunfo de la cultura guerrera, más tenaz y prolongada es la inclinación femenina a la paz”.

“Del modo más elevado y deslumbrante esta especie de reticencia del héroe se condensa en Aquiles. Él es quien tarda más tiempo, para entrar en combate. Para mí nada hay que equivalga a la vida… la vida humana ni está sujeta a pillaje para que vuelva ni se puede recuperar cuando traspasa el cerco de los dientes. Son palabras de Andrómaca pero en la Ilíada las pronuncia Aquiles, que es el sumo sacerdote de la religión de la guerra… por eso resuenan con una autoridad sin par. En esa voz –que, sepultada bajo un monumento a la guerra, prefiriendo la vida-, la Ilíada deja entrever una civilización de la que los griegos no fueron capaces y que habían intuido y conocían. Llevar a cabo esa intuición es tal vez lo que la Ilíada nos propone como herencia, como tarea, como deber”.

Notable el diálogo de Aquiles con Agamenón; “Yo no vine aquí para luchar contra los troyanos, porque ellos a mí no me hicieron nada”. Luego añade, “¿No será mejor que vuelva a casa antes que permanecer aquí dejando que me deshonren,  luchando por proporcionarte a ti tesoros y riquezas?”.

El canto XXIV con el cual cierra la Ilíada de Homero es un monumento a la piedad, donde Príamo, rey de Troya y padre afligido, la ruega para rescatar el cadáver de Héctor que la ira de Aquiles ha arrastrado con su caballo; el diálogo lleva a éste la memoria de  su anciano padre y la ira cede la entrega al anciano suplicante del hijo muerto para hacerle las honras fúnebres, dándole promesa de suspender la guerra hasta cumplir la ceremonia.

La Ilíada nos presenta la guerra con su rasgo guerrero y masculino, como una salida cuasi natural de la convivencia social, y sobremanera, canta la belleza de la guerra con una fuerza y pasión memorable. El esplendor moral y físico de cada héroe cautiva con una estética resaltante; en el marco de la masacre, hasta la naturaleza se hace solemne. “La atrocidad de la lucha mortal coloca en la cúspide el sentido de la vida, para cambiar el propio destino. Esa belleza de la guerra transmite la idea que en la experiencia humana, nada la supera para existir verdaderamente”. Su continuidad en las sociedades humanas hasta nuestros días, lo revelan la seducción y fervor que producen los guerreros, sus objetos y ceremonias.

“Lo que tal vez sugiere la Ilíada es que ningún pacifismo, hoy en día, debe olvidar o negar esa belleza como si nunca hubiera existido”; continua Baricco, “por muy atroz que pueda sonar,… la guerra es un infierno, pero bello”.

“Construir otra belleza es tal vez el único camino hacia una auténtica paz. Demostrar que somos capaces de iluminar la penumbra de la existencia sin recurrir al fuego de la guerra. Dar un sentido fuerte a las cosas sin tener que llevarlas hasta la luz cegadora de la muerte. Poder cambiar el destino de uno mismo sin tener que apoderarse del de otro. Es una empresa utópica, que presupone una vigorosa confianza en el hombre”. Sólo entonces lograremos “sacar a Aquiles de aquella mortífera guerra. Y no será ni el miedo ni el horror lo que lo lleve de regreso a casa. Será cierta belleza, una belleza distinta, más cegadora que la suya, e infinitamente más apacible”.

 

 

 

 

 

 

 

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