El muerto lo que pide… / Por Alfredo Matheus

Sentido de Historia

Dicen estudiosos de la inteligencia emocional: uno no ve la realidad tal cual como es, sino como pensamos, qué cargamos en nuestra mochila: alegrías o pesares, bienestar o malestar, arrecherones o agradecimientos…

Hoy agradezco a la providencia haberme  gozado esa Valera tranquila… Nos montábamos en los parachoques de los carros para darnos colas gratis a falta de un vehículo en la casa. En una de estas aventuras, un amigo fue arrastrado por un  chofer borracho, muriendo en el acto. Santa cura para no volvernos a “arrechingar” a carros ajenos.

Hoy, recuerdo aquella Valera donde caían unos grandes “palos de agua”, uno  pensaba se iba a acabar el mundo porque la pertinaz lluvia no dejaba de parar. Mi mamá Josefa nos reunía en el cuarto  donde tenía un hermoso altar con santos conocidos y otros sin mucha fama, y nos dedicábamos a rezar el santo rosario pidiendo a Dios misericordia y  que la bendita lluvia se fuera a descansar.

Ahí mismo se iniciaba la quema de palmas benditas que monseñor Cardozo había bendecido un domingo de ramos, manifestando a la feligresía que a la hora de un “corre-corre”, con mucha fe, quemaran palmas y el milagro estaba asegurado…Yo no sé cómo funcionaba aquello, pero a los minutos, la  fuerza del aguacero iba  desapareciendo y volvía la santa paz después de un “culiño” de espanto y brinco.

El muerto lo que pide es…

Hace 55 años, en el momento en que la frágil delincuencia comenzaba a florecer en la ciudad, si un valerano era asesinado por manos criminales, familiares del difunto se daban a la tarea con toda la paciencia del mundo a amarrar una cinta negra al dedo gordo del pie derecho del valerano muerto en mala hora. Se le rezaba un Padre Nuestro, se le pedía a quien se había marchado al pueblo de las cruces (cementerio), ayudara a capturar al asesino… Y dicho y hecho, a las pocas semanas el criminal era atrapado y llevado a los nauseabundos calabozos de la comandancia de policía ubicados allí cerca de la plaza Bolívar.

Ayiyay, ayiyay

 

Cuando éramos niños y un diente flojo comenzaba a echar más vainas que una piña bajo el brazo, nuestra santa madre hacía el papel de excelente odontóloga popular, un día  iba moviendo el diente careado, ya cuando el mandado estaba hecho, se amarraba el diente con un pequeño hilo, se le decía al infante que cerrara los ojos, y zuás, más rápido de lo que espabila un ciego, el diente era sacado sin dolor y sin anestesia… Al niño se le manifestaba que tirara el diente al techo y expresara:  » Ratón, ratón, aquí te mando este diente para que me lo cambies por uno nuevo”…

No somos nada, no somos nada…

En aquella Valera que se fue, una mañana, el cementerio municipal se abarrotó de niños y adolescentes para observar un dantesco espectáculo: en la entrada del camposanto, el cadáver de una mujer ya entrada en años fue abandonado por una comisión de la PTJ (Policía Técnica Judicial), uno que otro vecino comentaba que en horas muy tempranas funcionarios policiales habían dejado el cadáver en dicho lugar al encontrar el  cementerio cerrado.

El grupo de jovenzuelos mirábamos y mirábamos un  episodio que jamás olvidaríamos: la mujer completamente desnuda, devorada por centenares de hormigas y uno que otro perro callejero con ganas de llevarse un pedazo de carne humana… A los pocos metros se escuchaba el lamento del borrachito Pancho con una frase que hizo historia: “No somos nada, no somos nada, no somos nada”…

Frenos de aire…

Parece que la modernidad acabó con la mágica presencia de hombres y mujeres que llamaban “personajes populares”… Me caía en gracia el famoso “frenos de aire”, con algunos “cables pelados en su cabeza”, se venía de Escuque caminando, recorría el centro de la ciudad, y volvía en la tardecita a su Escuque florido… Caminaba a paso ligero, con un detalle:  hacía todos los movimientos de un vehículo; al llegar a una esquina se detenía, y silbaba como los frenos de aire de una potente gandola, al mismo tiempo que tocaba su sonora corneta: Puuu, puuu. En algunos momentos se le apaga aquel carro imaginario y le daba a prender con un: Jeee, jeee, jeeee, jeeeee, y arrancaba de nuevo por esas calles valeranas con una sonrisa de oreja a oreja porque el camastrón no lo había dejado botado en Valera…

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