Desde la época del asentamiento español en el área geográfica de los Andes venezolanos, concretamente en el territorio trujillano, era común observar a las distintas posesiones agrícolas luciendo extensos cañaverales con su respectivo trapiche a un lado, factoría que cumplía la función de moler la caña dulce y extraer el caldo requerido para elaborar la panela o papelón, que luego de ser sometido a un proceso de cocción a alta temperatura era aprovechado para obtener licor a través de un alambique.
La identidad con el trabajo es la condición que diferencia al carvajalense con los habitantes de otras comarcas. El miche o caña clara, nombres con los que comúnmente se le conoce, es una bebida espirituosa contentiva de alto grado de alcohol, típica en la región de los Andes venezolanos, donde se consume con el pretexto de matar el frío que baja de las gélidas montañas, calentar el cuerpo y espabilarse. También es útil como base en la preparación de las varias derivaciones de aguardiente, que a través del tiempo se han convertido en licores populares, tales como: miche aliñao, miche anisao, calentao, leche e’ burra, coctel de frutas, mistela, ponche crema, entre otra gran variedad de tragos. Entre los fabricantes de cañandonga carvajalense hay familias con tradición y ganada fama por el exquisito sabor del producto que fabrican, el que se deriva de los conocimientos de las técnicas y secretos que se han trasmitido de generación en generación, todo un legado familiar que pese a tanto adelanto científico y tecnológico, en pleno siglo XXI siguen ejecutando artesanalmente el proceso para garantizar su característico aroma final.
Demandado en un buen aguardiente se recurre a múltiples procedimientos que van desde el ambiente del área donde se procederá a su preparación, el origen del agua a utilizar, el tipo de panela, tiempo de fermentación, la cocción, la estabilidad en la temperatura, conocimientos y experiencia del productor. Este proceso requiere el uso de un alambique, que no es otra cosa que un serpentín de cobre utilizado para conseguir la condensación de líquidos mediante la evaporación por calentamiento y posterior destilación por enfriamiento. Para elaborar el miche se precisa rallar o triturar cierta cantidad de unidades o pacas de panela (unidad de medida que en la actualidad contienen 24 piezas), las cuales se deben introducir dentro de un envase con capacidad para contener la cantidad de agua necesaria para disolver las panelas; cumplido este paso, se procede a cerrar el recipiente y se deja fermentar por un tiempo suficiente (entre 5 y 7 días), hasta que la mezcla se haya convertido en un guarapo que muestre el color, la consistencia, el olor y el sabor característico requerido, indicando así el momento preciso de vaciarlo en el alambique para comenzar su cocción, estando ya listo, aun fresco se prueba, se le mide el nivel de alcohol y se coloca en barricas de madera, garrafas de vidrio o de plástico, unas con capacidad para cinco y otras de veinte litros. Siendo importante destacar que el alambique o serpentín fue inventado alrededor del siglo X, por los árabes, para producir alcohol natural de frutas fermentadas, elemento líquido requerido en la elaboración de medicinas y perfumes.
En las vecindades del ámbito rural de Carvajal, muchas eran las familias que mejoraban su ingreso económico destilando y vendiendo miche sanjonero, que aun a pesar de ser un oficio ilegal, ya que su venta no estaba permitida, igualmente se arriesgaban a comercializarlo clandestinamente, acción que socialmente se asumía, de alguna manera, como cualquier faena riesgosa que los lugareños asumían con la normalidad, complicidad y silencio que demandaba ante los gendarmes del orden, era como un secreto a voces, donde nadie comentaba, ni murmuraba nada sobre este tema.
De ahí que pobladores adoradores del dios Baco de San Genaro, Carvajal, Campo Alegre Abajo, Mesa de Chipuén, La Cejita, Las Mesetas de Chimpire, al momento de buscar la bebida para compartir entre amigos se las ingeniaban para obtenerla sin ser vistos por autoridad alguna, igualmente, los distribuidores y vendedores, para evadir los controles y vigilancia de la Guardia Nacional y otras autoridades, se valían de la medianoche y primeras horas de la madrugada para trasladar su mercancía desde Alto de la Cruz, las Lomas de San Isidro y San Rafael, Las Aguaditas, El Amarillo, Sabaneta, Santiago de Trujillo, San Lázaro, Santa Rita, San Pablo de Jiménez, La Quebrada Vieja, entre otros lugares donde procesaban el preciado licor, y realizaban su reparto en ocasiones a pie, otras sobre el lomo de animales de carga, dependiendo de las distancias y las circunstancias.
Este esfuerzo humano se veía compensado luego de cumplir con la entrega del producto en los distintos puntos donde era expedido secretamente dentro de Carvajal y en zonas circunvecinas, esta práctica tuvo larga data, hasta que en el siglo XX a finales de los años 30, el furtivo lugareño aprendió, se arriesgó y emprendió la tarea de construir e instalar sus propios alambiques, desarrollando él mismo la explotación de este lucrativo rubro, labor que hacía indistintamente en montañas, despeñaderos y zanjones cercanos a los pueblos, los patios de sus casas y hasta en la cocina, sótanos o cualquier parte donde pudieran ubicar y ocultar de la vista de propios y extraños el destilador etílico.
Una vez tomado este reto, surge lo que conocemos como Miche Sanjonero Carvajalense, que por su aroma, consistencia y sabor era buscado y preferido por muchas clientelas de esta estimulante y fuerte bebida alcohólica. Numerosas eran las personas que, estando de paso en las comarcas carvajalenses, se detenían en las pulperías o casas de familia para comprar su avío etílico y llevarlo como compañero de viaje. Su fabricación y mercadeo impulsaron la economía de Carvajal y su gente por muchos años. Fueron tiempos donde para tener un fuerte o cachete de plata en la faldiquera o bolsillo había que sudar la gota gorda.