Luis Huz Ojeda*
“La extracción del aguardiente de caña estuvo sometida a las restricciones que imponían los cosecheros de viñas de Andalucía y los dueños de navíos y factores guipuzcoanos, interesados en el comercio ultramarino de vinos. Por Cedulas de 30 de septiembre de 1714 y 15 de junio de 1720 se prohibió para México y Perú la venta de aguardiente de caña, por perjudicial a la salud pública y a los derivados de la vid. Esta prohibición se extendió a nuestras provincias por Cedulas posteriores. El intendente Don Francisco de Saavedra, por 1783, y ya desaparecida la Guipuzcoana, represento en orden a que se autorizase la saca y venta de aguardiente de caña “por ser único uso a que se podía aplicar el melado y purga que destilan los azúcares, y aun las mieles de los nuevos plantíos de la caña dulce”. Esta gestión fue fructuosa y el intendente enuncio luego a poco que su Majestad autorizaba la destilación de aguardientes, con un impuesto de dos por ciento sobre cada barril de veintiséis frascos. Posteriormente se permitió completar con aguardiente de caña los cargamentos de algodón, café y añil que se despachaban para puertos extranjeros.
Del mismo modo como durante cien años lucho en Europa contra la remolacha, en América también hubo de luchar la caña indígena con la vid hispánica. Gano la pelea con el competidor extraño y gano nombre en la glosa del pueblo. Caña por ella misma se llamó su aguardiente, y no por el fino vaso andaluz donde se bebe cualquier manera de vino. Caña como valor de su genuino espíritu. Cañandonga se le llama en el argot de la botillería, (Esta caña tiene una larga historia de honras diluidas y de vidas fracasadas. Bien sabido que es la única parte del hombre que no se conserva en el alcohol es la conciencia). Apenas tiene precio social como fuente de imposiciones fiscales. Sobre el impuesto de aguardiente se fundamentó durante mucho tiempo la renta pública. Fue también materia de remate, con que se satisfacía la necesidad de dinero de los caciques regionales y se daba la oportunidad de enriquecer a la familia y a los amigos del amo de turno”.
Mario Briceño Iragorry. Caña de Azúcar.
Desde la época del asentamiento español en el área geográfica de los Andes venezolanos, concretamente en el territorio trujillano, era común observar a las distintas posesiones agrícolas luciendo extensos cañaverales con su respectivo trapiche a un lado, factoría que cumplía la función de moler la caña dulce y extraer el caldo requerido para elaborar la panela o papelón, que luego de ser sometido a un proceso de cocción a alta temperatura era aprovechado para obtener licor a través de un alambique.
El Miche Claro
La identidad con el trabajo es la condición que diferencia al carvajalense con los habitantes de otras comarcas. El miche o caña clara, nombres con los que comúnmente se le conoce, es una bebida espirituosa contentiva de alto grado de alcohol, típica en la región de los Andes venezolanos, donde se consume con el pretexto de matar el frio que baja de las gélidas montañas, calentar el cuerpo y espabilarse. También es útil como base en la preparación de las varias derivaciones de aguardiente, que a través del tiempo se han convertido en licores populares, tales como: miche aliñao, miche anisao, calentáo, leche e’ burra, coctel de frutas, mistela, ponche crema, entre otra gran variedad de tragos.
Su Preparación
Jesús “Chuy” Ojeda un nativo local refería que: “Entre los fabricantes de cañandonga carvajalenses hay familias con tradición y ganada fama por el exquisito sabor del producto que fabrican, el que se deriva de los conocimientos, técnicas y secretos trasmitidos de generación en generación, todo un legado familiar que pese a tanto adelanto científico y tecnológico, en pleno siglo XXI, en algunos lugares aún siguen ejecutando artesanalmente el proceso para garantizar su característico aroma final, demandado en un buen aguardiente se recurre a múltiples procedimientos que van desde el ambiente del area donde se procederá a su preparación, el origen del agua a utilizar, el tipo de panela, tiempo de fermentación, la cocción, la estabilidad en la temperatura conocimientos y experiencia del productor. Este proceso requiere el uso de un alambique, que no es otra cosa que un serpentín de cobre utilizado para conseguir la condensación de líquidos mediante la evaporación por calentamiento y posterior destilación por enfriamiento. Para elaborar el Miche se precisa rallar o triturar cierta cantidad de unidades o pacas de panela (unidad de medida que en la actualidad contienen 24 piezas), las cuales se deben introducir dentro de un envase con capacidad para contener la cantidad de agua necesaria para disolver las panelas; cumplido este paso se procede a cerrar el recipiente y se deja fermentar por un tiempo suficiente (entre 5 y 7 días), hasta que la mezcla se haya convertido en un guarapo que muestre el color, la consistencia, el olor y el sabor característico requerido, indicando así el momento preciso de vaciarlo en el alambique para comenzar su cocción, estando ya listo, aun fresco se prueba, se le mide el nivel de alcohol y se coloca en barricas de madera, garrafas de vidrio o de plástico, unas con capacidad para cinco y otras de veinte litros.
Una parte de esta producción se conserva con su color y gusto original, la otra se sazona o adereza con anís, ajenjo, díctamo real, jengibre, hinojo, menta, romero… y en ocasiones con miel de abeja pura, esta maceración dura varios días. Este centenario oficio forma parte del arraigo e identidad del andino, particularmente del oriundo de Carvajal, que desde tiempos pasados con constancia y dedicación logró convertir esta espirituosa bebida en la preferida entre nativos y visitantes, a la hora de compartir una copa.
Siendo importante destacar que el alambique o serpentín fue inventado alrededor del siglo X por los árabes para producir alcohol natural de frutas fermentadas, elemento líquido requerido en la elaboración de medicinas y perfumes.
Sustento Económico
En las vecindades del ámbito rural de Carvajal, muchas eran las familias que en tiempos pasados mejoraban su ingreso económico destilando y vendiendo miche sanjonero, que aun a pesar de ser un oficio ilegal, ya que su venta no estaba permitida, igualmente se arriesgaban a comercializarlo clandestinamente, acción que socialmente se asumía, de alguna manera, como cualquier faena riesgosa que los lugareños asumían con la normalidad, complicidad y silencio que demandaba ante los gendarmes del orden, era como un secreto a voces, donde nadie comentaba, ni murmuraba nada sobre este tema.
De ahí que adoradores del dios Baco de San Genaro, Carvajal, Campo Alegre Abajo, Mesa de Chipuen, La Cejita, Las Mesetas de Chimpire, al momento de buscar la bebida para compartir entre amigos se las ingeniaban para obtenerla sin ser vistos por autoridad alguna, igualmente, los distribuidores y vendedores, para evadir los controles y vigilancia de la Guardia Nacional y otras autoridades, se valían de la media noche y primeras horas de la madrugada para trasladar su mercancía desde Alto de la Cruz, las Lomas de San Isidro y San Rafael, Las Aguaditas, El Amarillo, Sabaneta, Santiago de Trujillo, San Lázaro, Santa Rita, San Pablo de Jiménez, La Quebrada Vieja, entre otros lugares donde procesaban el preciado licor, y realizaban su reparto en ocasiones a pie, otras sobre el lomo de animales de carga, dependiendo de las distancias y las circunstancias.
Este esfuerzo humano se veía compensado luego de cumplir con la entrega del producto en los distintos puntos donde era expedido secretamente dentro de Carvajal y en zonas circunvecinas, esta práctica tuvo larga data, hasta que en el siglo XX a finales de los años 30 el furtivo lugareño aprendió, se arriesgó y emprendió la tarea de construir e instalar sus propios alambiques, desarrollando él mismo la explotación de este lucrativo rubro, labor que hacía indistintamente en montañas, despeñaderos y zanjones cercanos a los pueblos, los patios de sus casas y hasta en la cocina, sótanos o cualquier parte donde pudieran ubicar y ocultar de la vista de propios y extraños el destilador etílico.
Una vez tomado este reto, surge lo que conocemos como Miche Sanjonero Carvajalense, que por su aroma, consistencia y sabor era buscado y preferido por muchas clientelas de esta estimulante y fuerte bebida alcohólica. Numerosas eran las personas que, estando de paso en las comarcas carvajalenses, se detenían en las pulperías o casas de familia para comprar su avío etílico y llevarlo como compañero de viaje. Su fabricación y mercadeo impulsaron la economía de Carvajal y a su gente por muchos años. Fueron tiempos donde para tener un fuerte o cachete de plata en la faldiquera o bolsillo había que sudar la gota gorda”.
El Capino
En amena conversación, Alfredo Araujo, cuenta: “-Elio Araujo era mi papá-, él nos contaba que durante mucho tiempo en Carvajal existió la leyenda sobre un experto fabricante de alambiques, sabio preparador de guarapo de panela, e ilustrado destilador de aguardiente, que nunca conoció ni ejecutó otro oficio ni trabajo distinto a éste; y que por su experiencia superaba a sus pares en esta arriesgada tarea, era todo un maestro”. Afirmando no recordar su nombre ni apellido, aunque sí el sobrenombre de “Capino”. Araujo continua con el relato: “En diferentes ocasiones fue encontrado fermentando guarapo de panela, o con el alambique ya evaporando caña, los envases atiborrados de “tapetusa” (este nombre se deriva a que la botella o cuarterita casi siempre la tapaban con una tuza), lista para la venta, o para transportar el perseguido producto; pero es el caso que los funcionarios de la Guardia Nacional ya estaban familiarizados con las andanzas del Capino, tanto así que lo arrestaban y al rato lo soltaban, hasta que un día amaneció con el santo volteado, y fue detenido por una comisión que no lo conocía y procedió a levantar el respectivo expediente, acusándolo de violar la ley de Hacienda Pública a través del contrabando de miche claro, luego del proceso legal fue sentenciado a pagar condena en la Cárcel Nacional de Trujillo, también llamada La Amarilla. Ya dentro del recinto penitenciario, sin conocer oficio diferente o saber cómo desempeñar otra tarea, o labor lucrativa, una vez dentro del penal se las ingenia y con latas de la popular sardina marca Chaima, fabrica un pequeño alambique e inicia la venta de aguardiente entre los reclusos del penal, pero al ser descubierto es llevado nuevamente ante el juez, quien al enterarse que poseía un cuadro de familia y no conocía otro trabajo, ordenó su inmediata liberación, otorgándole una especie de permiso para que de manera controlada continuara desarrollando esta estimulante y lucrativa faena.”
Presencia del Arte
Luis Ramón “Coquino” Paredes conocido personaje popular carvajalense se expresa: “En el callejón Curacao situado en la cabecera de Carvajal vivió una artista popular, su nombre María González de Paredes, ejercitada en la preparación y el modelado manual de la arcilla, poseedora de condiciones e intuición natural para crear obras de arte al igual que artesanía decorativa y de utilidad; la maestría de sus manos le permitía sustituir el plato de cobre o bronce que utilizaba el alambique por uno de arcilla que ella fabricaba manualmente en su pequeño taller y horneaba con leña en el fondo de su casa. La confección de este importante accesorio le ganó fama, prestigio y respeto entre los dueños de alambiques que existieron en Carvajal durante los años 40, 50 y 60 del pasado siglo”. “Coquino” Paredes concluyendo su relato, suelta la siguiente la expresión: “Esas virtuosas manos para ennoblecer el barro fueron las de mi madre.”.
Fabricantes y Expendedores.
Los antiguos pobladores amantes del Dios Baco en todo el municipio San Rafael de Carvajal aun recuerdan algunos nombres de personas que años atrás cumplían este artesanal oficio entres estos: En San Genaro: Adolfo Ramírez, Agapito Andara, Benjamín Rangel, Cipriano Lozada, Gabriel Prada, Olinto “Chinto” Briceño, Jesús Elio Téllez, Mario Lozada, Miguel Mendoza, Pablo Suárez, Pascual Pacheco entre otros. Carvajal: Armando Juárez, Emiliano Hernández, Diego Rosales, Félix Montilla, Héctor “Catire” Heredia, Hugo Paredes, Jaime Marín, Oscar Rondón, Rafael “Chepel” Valera, Ramón Berrios, y muchos más. Campo Alegre: Antonia “Toña” Núñez, Benito Rubio, Eloy “El Chivo” Carrillo, Evaristo Matheus, Francisca “Chica” Rubio, José del Carmen Rojo, Juana “Juanota” Paredes, María “Camarita” de Miranda, Rufino Paredes. La Cejita: Ceferino González, entre otros.
*Cronista oficial municipio San Rafael de Carvajal.