Washington, 14 ago (EFE).- Ocho horas viendo, cuando el humo le dejaba abrir los ojos, cómo su vida se volvía cenizas, refugiada en el mar, protegida por unas rocas. Así logró sobrevivir Annelise Cochran al infierno vivido en Lahaina (Maui, Hawái, EE.UU.), lanzándose al mar por instinto tras no haber recibido ningún mensaje de alerta.
Lo cuenta a EFE molesta, en una videoentrevista desde un refugio en Wailuku en el que está con unas 1.000 personas, aproximadamente. «Estoy enfadada porque hemos perdido pilares importantes de nuestra comunidad, voces referentes. Sus vidas son valiosas y me parece que han sido tratadas como si no tuvieran valor», afirma.
Pese al alivio y agradecimiento por estar viva, está muy molesta por cómo sucedieron los hechos, por cómo las autoridades no supieron reaccionar a la ola de incendios que ha arrasado varias ciudades de la isla de Maui y que ya han dejado 96 personas muertas, según los últimos datos oficiales.
Unos fuegos que se han convertido en los incendios más graves del último siglo en Estados Unidos y que los habitantes no vieron venir.
En las horas previas a que el cielo se cubriera de negro nadie les avisó de lo que venía ni de lo que tenían que hacer, explica Cochran, originaria de Washington DC, quien lleva casi ocho años viviendo en Hawái.
No funcionó el sistema de alarmas sonoras, el más grande del mundo, según la Agencia de Manejo de Emergencias de Hawái. Ni tampoco el sistema de alertas mediante mensajes de texto, averiado desde 2018 después de haber dado un aviso falso de la llegada de un misil.
«Es casi negligencia porque no hubo aviso de evacuación y no hubo ayuda. También escuché que se quedaron sin agua en el proceso de tratar de apagar el fuego. Parece que hay muchas cosas que salieron catastróficamente mal», denuncia Cochran.
El sábado, la fiscal general de Hawái, Anne López, anunció que realizará una «investigación exhaustiva» sobre la respuesta de las autoridades.
La casa de Annelise se encontraba «en el corazón de todo lo que se destruyó» en Lahaina, histórica urbe que quedó arrasada. «Mi edificio está en pie, pero todo lo que había dentro fue destruido», explica.
Aunque tuvo algunos problemas respiratorios y muchas heridas y quemaduras por todo el cuerpo, cinco días después del horror se encuentra con fuerza para contar su historia a los periodistas que se interesan por ella.
La historia de una joven que llegó a Maui «persiguiendo delfines», queriendo ser entrenadora. Vino por medio año y lleva casi ocho. Hoy es supervisora de barcos en la empresa PacWhale Eco-Adventures.
O más bien lo era, hasta el pasado martes, cuando al despertar supo que había habido un incendio en la montaña, como tantos suele haber en la zona, pero ya se había extinguido.
Alrededor de las 15:00 hora local comenzó a oler un poco a humo pero lo atribuyó a la ceniza del fuego anterior.
Pero en torno a las 16:00 hora local «el cielo se puso negro». «El humo se movía tan rápido en nuestra dirección que este hermoso cielo azul que teníamos se volvió muy oscuro y parecía que era casi de noche», relata.
Allí es cuando el sentimiento de desconcierto comenzó a reinar entre los vecinos. «No teníamos claro qué debíamos hacer porque no recibimos alertas de evacuación ni escuchamos sirenas (..) No sabíamos si estábamos en peligro inminente o si era solo consecuencia del aire y debíamos permanecer dentro del edificio para no respirar gases tóxicos».
Al final decidieron evacuar y, tras un intento fallido de irse por tierra, el instinto la llevó, al ver acercarse a las llamas, a lanzarse al mar junto con otros vecinos. Unos se fueron mar adentro en balsas y fueron rescatados horas después, otros se quedaron ahí, junto a unas rocas.
Fueron ocho horas en las que estuvo a ratos sumergida, a ratos intentando subirse a las rocas y otros acercándose al fuego para calentarse y evitar la hipotermia.
Viendo cómo su casa y todas sus cosas desaparecían, cómo los edificios se hundían por minutos, cómo los botes de la empresa donde trabaja se quemaban y cómo uno de sus vecinos, un hombre de 86 años, no pudo resistir y murió a su lado.
Tras un rescate que también «fue aterrador», los 40 vecinos que estaban junto a ella fueron trasladados a un refugio.
Desde ahí, Annelise intenta recuperarse de las heridas sin tener una sola pista de qué va a pasar ahora.
«Es muy difícil saber qué va a pasar porque hay miles de personas desplazadas de sus hogares y estamos en una isla muy pequeña, con un número muy limitado de lugares a los que la gente puede ir», explica.
Sí tiene una petición, que se ponga por delante de los turistas a los habitantes de la isla, a su «ohana» (familia) hawaiana: «Necesitamos que nuestra gente sobreviva y tenga un lugar donde vivir aquí».
Paula Escalada Medrano