Caminando, con hambre, sin dinero, en la espalda un bolso con pocas pertenencias, el corazón cargado de sueños y esperanzas, y con nostalgia de dejar a su familia y a su país de origen, salió de Venezuela a principios del año 2019 Diego Antonio Borrero Luna, cruzando el Puente Internacional Simón Bolívar, que comunica a San Antonio – municipio Bolívar del estado Táchira, con el sector Villa del Rosario – Departamento Norte de Santander, Colombia.
Diego tiene 17 años de edad, pero al hablar parece de más de 20. Es del municipio Guásimos del estado Táchira. A su corta edad, no sólo se sumó al número de más de 5 millones de venezolanos que han salido hacia otros países buscando mejor calidad de vida, según cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), sino que se convirtió en el sustento de su familia.
Se enfrentó a diversas dificultades, en un país extraño, hasta lograr conseguir un empleo que le permitiera alimentarse y enviarles dinero a sus familiares para que compraran productos de primera necesidad.
Retornar aún no estaba en sus planes, hasta que el 13 de abril la dueña del departamento que había alquilado en Valledupar, capital del Departamento del Cesar, lo desalojó junto a su concubina, una joven de 18 años de edad que tenía cuatro meses de haber llegado al vecino país, a trabajar como estilista en una peluquería.
El joven tachirense laboraba en una empresa de plástico. Allí permaneció durante un año y un mes, hasta la noche del 13 de marzo cuando fue decretada por el presidente de Colombia, Iván Duque, la cuarentena por coronavirus y se quedó sin trabajo, y sin ingresos. No se queja del trato del colombiano, pues destacó que aunque al principio es difícil, una vez que el venezolano demuestra que lo que quiere es trabajar, le dan la oportunidad.
Al no tener sueldo, no pudo pagar el espacio en donde vivía con su pareja. Eran 250 mil pesos lo que debían cancelar de renta, y después de un mes sin pagar alquiler, el 13 de abril de 2020 salió junto a su compañera con lo poco que tenía a donde unos amigos, y posteriormente emprendieron camino de regreso a Venezuela, sin tener en el bolsillo ni un peso para comprar agua y comida.
Valledupar está ubicada a más de 10 horas (en autobús) de la frontera con el estado Táchira. Ambos jóvenes se dispusieron a caminar para regresar a su tierra, en donde estaban seguros tendrían un techo debajo del cual vivir y algo de comer. “Duré tres días caminando, pero hay mucha gente consciente que lo ayudaba a uno y le daba la cola. No tenía nada para alimentarnos, la gente por ahí de algunas tiendas nos daban ayuda, nos daban agua”, relató vía telefónica.
El camino estaba estipulado para al menos una semana, pero un hombre con un vehículo cava que los vio caminando, se compadeció de ellos y los terminó de acercar a la ciudad de Cúcuta, en donde les regaló 10.000 pesos para que se alimentaran. Con ese dinero pagaron un taxi que los dejó en el sector conocido como La Parada de Cúcuta, con la esperanza de cruzar de inmediato a Venezuela.
Al otro lado del puente…
Aunque soñaba con su pronto regreso a Venezuela y con llegar a abrazar a su mamá, Diego se encontró con otra realidad. Una vez en Migración Colombia, les dijeron que debían esperar hasta el día siguiente para que las autoridades venezolanas los recibieran. Como no tenían dinero, durmieron en el suelo de una calle de Villa del Rosario, sin nada de alimentos en el estómago.
Hasta el día siguiente fue que comieron un sándwich, que les llevó un funcionario de Migración Colombia, con el que habían conversado el día anterior. Horas después cruzaron por el Puente Internacional Simón Bolívar rumbo al terminal de San Antonio del Táchira.
“Cuando cruzamos la frontera fue donde empezó el protocolo para saber si uno trae la enfermedad esa o no la trae, ya que uno se cuida mucho gracias a Dios todo salía negativo, y negativo, y negativo. Después nos trasladaron al terminal, en el terminal si fue un poquito más rudo”, dijo Diego Borrero.
Ingresaron al terminal de pasajeros de San Antonio del Táchira con unas 600 personas, y al día siguiente llegaron otras 400, por lo que al menos durante tres días convivieron 1.000 ciudadanos en esos espacios, en donde la prioridad de alimentación era para mujeres y niños, por lo que Diego siguió pasando hambre.
“Comía una arepita chiquitica con un toque de huevo, o le daban a uno arroz con sardina y así. – ¿logró comer las tres veces al día? – No, Uno aguanta hambre porque como le digo es prioridad mujeres y niños, mujeres embarazadas, niños, entonces como había tanto masculino era muy difícil que le dieran a uno la comida”.
En el terminal no se pudo alimentar, pero cuando fue enviado al Punto de Atención Social Integral (Pasi, un albergue en donde llevan a quienes regresan al país para que pasen al menos cinco días de cuarentena y luego ser trasladados a sus ciudades de origen), del Puente Internacional de Tienditas, (ubicado en el municipio Pedro María Ureña, por donde habían anunciado el paso de la ayuda humanitaria para el 23 de febrero de 2019) la situación cambió. Tenía acceso a las tres comidas del día, y aunque eran raciones pequeñas, se sentía mejor.
Les establecieron un horario para levantarse, alimentarse, bañarse y dormir. El desayuno era a las 9 de la mañana, el almuerzo a la 1 de la tarde y la cena a las 7 de la noche. A las 5 de la tarde hacían cola para bañarse, y ya tenían un colchón en donde dormir, pues en el terminal debía hacerlo en el suelo, porque las colchonetas eran para mujeres y niños.
En un cubículo se encontraban albergadas 55 personas, quienes fueron ubicadas por estados, para luego ser trasladados en orden a sus regiones. El joven de 17 años de edad valoraba que este nuevo espacio tenía techo, ya que en el terminal llegó a mojarse.
Los custodios
En Tienditas los custodios eran funcionarios del Ejército Nacional. Aunque el joven tachirense en retorno asegura que lo trataron bien, destaca que en varias oportunidades los efectivos le dijeron que estaban pasando dificultades en los Pasi por haberse atrevido a irse del país.
“Muy amables los muchachos, ya que ellos reconocen la situación de uno porque saben que uno es venezolano, y saben que uno lo único que quiere es llegar a su hogar, eran conscientes y nos daban un buen trato. Solamente nos decían: esto es lo que les toca por haberse ido, pero ellos entienden porque saben cuál es la situación de uno al irse, porque yo no me voy porque quiera irme, sino porque me tocó, tocó irme porque no tenía que comer”.
El trato en el terminal de pasajeros fue más difícil para Diego. Allí hubo funcionarios policiales que los amenazaban, con la excusa de que se querían escapar de la cuarentena.
En Venezuela
Al momento de la entrevista, realizada el 30 de abril de 2020 vía telefónica mientras Diego se encontraba en un autobús Transtáchira esperando ser trasladado con otras 54 personas a un Pasi en San Cristóbal para culminar la cuarentena preventiva, al joven le esperaban unos días más de encierro antes de ver a su familia, lo que lo tenía desesperado. Llevaba 11 días de confinamiento en Ureña, y ahora tenía que pasar 15 días más en el nuevo espacio.
En el municipio Guásimos lo esperan su mamá y familiares. Deseaba abrazarlos, descansar en su cama y dejar a un lado las dificultades vividas. No está en sus planes regresar a Colombia, a pesar de que no fue maltratado y de que tuvo oportunidades de empleo. Su meta es conseguir trabajo en Venezuela, pues como hay comercialización en dólares y pesos, está seguro que ya el dinero le rendirá.
Hasta el pasado cinco de mayo habían ingresado al país por la frontera del estado Táchira con el Departamento Norte de Santander 17.636 venezolanos provenientes de distintos países de América Latina, de acuerdo a cifras ofrecidas por el enlace del gobierno nacional en la entidad, Freddy Bernal, quien afirmó que diariamente llegan entre 600 0 650 migrantes en retorno.
Los Pasi
Aunque no ha existido acceso a los albergues ubicados en la frontera de San Antonio del Táchira con el Departamento Norte de Santander – Colombia, el equipo reporteril tuvo acceso a los Pasi en San Cristóbal ubicados en el estadio de Fútbol Sala y el estadio Metropolitano de Béisbol, una vez retiraron al primer grupo de venezolanos que fue trasladado a estos espacios.
Colchonetas dañadas, picadas, pisos de madera levantados, baños partidos, bombillos destruidos, pelotas de béisbol y equipos deportivos robados, basura regada por los espacios, fue parte del saldo que dejaron en estos espacios.
@mariananduque