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El fatalismo fagocitando la esperanza (II Parte) | Por: Nelson Pineda Prada

por Redacción Web
04/03/2022
Reading Time: 3 mins read
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La afirmación de Manuel Caballero, referida en la entrega anterior, acerca de que, al decir que una sociedad se halla en crisis, se le supone hundiéndose en el caos, pero nadie se imagina el caos haciendo crisis para entrar al orden, nos permite formular las siguientes conjeturas.

La dirigencia política y las clases dominantes de Venezuela, junto a los más sesudos analistas de la situación nacional, afirmaban la profundidad de la crisis vivida. Pero, obviaban que, el modelo de desarrollo que se nos había impuesto, basado en la industrialización por sustitución de importaciones, estaba agotado; que los cambios macroeconómicos que se estaban produciendo a nivel global, no se correspondían con las potencialidades nacionales; que las inversiones internacionales cada día eran menores; que la ciencia y la tecnología presentaba como tendencia el estancamiento; que la deuda externa era un fardo muy difícil de cargar, y que cada día eran mayores las erogaciones que se hacían al exterior para “honrarla”; que nuestros productos de exportación, cada día, encontraban mayores dificultades para su colocación en el mercado internacional.

Obviaron, asimismo, que para la superación de la crisis era necesario fortalecer la democracia; que había que redimensionar nuestro aparato productivo; que no bastaba con decir que había que superar el rentismo; que había que modernizar los sectores públicos; elevar el ahorro; mejorar la distribución del ingreso; implantar patrones más austeros de consumo; y que ello, había que hacerlo respetando el medio ambiente, a la naturaleza y, dentro de ella, al ser humano.

No lo hicieron porque estaban ciegamente convencidos de que el recetario que ofrecía el “novedoso” modelo de desarrollo basado en el mercado, sería suficiente para encontrar la salida a la misma.

Hicieron de la globalización y mundialización de la economía, unos postulados infalibles. Por medio de esa extraña simbiosis entre neoclasicismo económico y neoconservadurismo político, quisieron imponer el neoliberalismo. La ceguera fue de tal magnitud que no se percataron que, en nuestro país, se estaba produciendo un profundo rechazo a la implantación del modelo neoliberal, como único modelo de desarrollo.

Las “gríngolas” que les habían colocado no los dejaban ver que la salida de la crisis demandaba la edificación de una modernidad propia. Cuyo diseño tenía que colocar la superación de las falencias sociales, como el centro de su estructuración.

Una enorme incertidumbre se apoderó del pueblo venezolano, ante el agotamiento del bipartidismo, del rentismo, de la hegemonía populista. El 18 de febrero de 1983, todo se vino abajo. La bonanza petrolera, el “shok petrolero”, que se experimentó a partir del año 1974 naufrago entre las olas de la corrupción, el uso indebido y la malversación de la riqueza producida por el mismo. Las políticas de ajuste macroeconómico impuestas en 1989, no lograron generar las condiciones que nos permitieran salir de la crisis, terminaron por ser el corolario de las mismas.

La insurgencia popular del 27 y 28 de febrero de 1989; la alta abstención registrada en el proceso electoral de ese año; las rebeliones militares del 4 de febrero y 27 de noviembre de 1992; la destitución y enjuiciamiento de Carlos Andrés Pérez, mandatario nacional, fueron una clara evidencia del agotamiento del modelo sociopolítico venezolano. Ninguna propuesta alternativa se planteó. El estado de incertidumbre sobre la democracia venezolana alcanzó su máxima expresión.

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La elección de Rafael Caldera (1993), a pesar de su edad, generó algunas expectativas. Hubo quienes pensaron que con él se podía avanzar hacia una “fecunda transformación”. Falsas fueron esas ilusiones. La segunda presidencia de Caldera obstaculizó cualquier avance de transformación estructural: se paralizó la Reforma del Estado y la Reforma Constitucional; se produjo un acentuado inmovilismo político; en lugar de formular nuevos rumbos para la economía y el establecimiento de un nuevo modelo de desarrollo, se regresó a los viejos esquemas; no se proyectó en ningún momento una visión de futuro que generara nuevas y positivas expectativas en el venezolano. Fue un gobierno cuya mayor actividad residió en administrar la crisis, no en superarla.

Ya lo había dicho Nicolás Maquiavelo: … Así ocurre en las cosas del estado; porque al conocer lo distante (y solo un hombre prudente es capaz de hacerlo) los males que nacen en él se curan pronto; pero cuando, por no haberlos reconocido, se los deja crecer de modo que cualquiera los reconoce, ya no hay más remedio.  

 

 

 

 

 

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