Por: César Pérez Vivas
Si algún elemento refleja en toda su amplia dimensión, la descomposición institucional, económica y ética del estado venezolano, es el de la comercialización de la gasolina. Es un espejo, la gasolina, en la que puede verse nuestra sociedad.
El populismo como estrategia de acceder y amarrarse al poder, asume con absoluta irresponsabilidad, la gestión de una sociedad hasta conducirla a niveles de destrucción, de la que luego levantarse, representa un esfuerzo, con unos costos humanos y materiales colosales.
La izquierda y el militarismo fascistoide de Chávez siempre cabalgaron con la demagogia populista de hacer del petróleo, y en especial de la gasolina, el caballo de Troya para justificar la dilapidación de nuestra riqueza petrolera.
A finales del siglo XX, un sector significativo de la dirigencia democrática, entendió que los precios viles de la gasolina constituían un daño severo a la economía nacional, generando una cultura de despilfarro en la población, con la cual terminaban comprometiendo su propia calidad de vida. Comenzó entonces un tímido proceso de valoración del combustible.
En enero de 1989 comienza un plan de ajuste progresivo del precio de la gasolina. El tema fue tomado por los sectores políticos tocados por el populismo irresponsable, como palanca para la agitación y la acción política.
“No al aumento de la gasolina” “El petróleo es del pueblo.” Se había creado la cultura de la existencia de un derecho, como país petróleo, a una gasolina a precios viles, regalada.
Esto generó una reacción de protesta popular, que fue estimulada y orientada a la violencia, por parte de los equipos de agitación de la ultra izquierda radical venezolana que dio lugar al evento conocido como el Caracazo, 27 y 28 de febrero de 1.989.
Luego de la cruenta tentativa de golpe de Estado, adelantado por Hugo Chávez el 4/2/1992, el tema tomó mayor relieve. El chavismo se amarró al discurso populista de que era “un crimen” cobrar un precio, económicamente razonable, por la gasolina. Llegados al poder, reforzaron con su discurso político y su propaganda enfermiza, ese dogma de la gasolina regalada. “Ahora Pdvsa es del pueblo” es el lema que puede leerse, en la reducida flota de gandolas que transportan el combustible hacia las estaciones distribuidoras. Los resultados están a la vista en casi 20 años de gestión socialista. Pdvsa es una empresa destruida. La producción petrolera ha caído a niveles alarmantes. Con el 70% de nuestros pozos paralizados.