Por: Ernesto Rodríguez
En psicología está muy bien estudiado que cuando una persona satisface un deseo, como por ejemplo ganar la lotería, o alcanzar una meta anhelada, la dicha dura un tiempo y disminuye hasta que ese deseo satisfecho es sustituido por otros nuevos deseos. El psicólogo canadiense Philip Brickman (1943-1982) y el psicólogo estadounidense Donald T. Campbell (1916-1996) en el año 1971 acuñaros la expresión ‘el molino hedónico’ (del griego ‘hedoné’: placer) para describir ese proceso mental del humano que desea continuamente alcanzar nuevas metas placenteras (1). Dicho sea de paso, Philip Brickman tenía una brillante carrera profesional y sorprendió a todos sus conocidos cuando se suicidó a sus 38 años lanzándose al vacío desde el piso 26 de una elevada torre.
Desde tiempos inmemoriales se ha considerado que el deseo es fuente de insatisfacción y sufrimiento. Buda (563-483 A. de C.) fue el fundador del Budismo, y según la tradición, después de alcanzar la ‘iluminación’, dijo a sus seguidores varias Nobles Verdades. La palabra ‘dukkha’ proviene del sánscrito y se traduce por lo general como ‘sufrimiento’ o ‘dolor’. Comenzó su discurso con una Primera Noble Verdad: “Ésta, oh monjes, es la Noble Verdad acerca de dukkha, la vejez es dukkha, la enfermedad es dukkha, la muerte es dukkha, estar unidos con lo que no queremos es dukkha, separarnos de lo que queremos es dukkha, no alcanzar lo que deseamos es dukkha”. El Budismo considera que el nacimiento es dukkha porque es la base de todo lo que inevitablemente le sigue: vejez, enfermedad, muerte. Luego Buda planteó en la Segunda Noble Verdad que el origen del dukkha es el deseo, y en la Tercera Noble Verdad planteó que la manera de superar el dukkha consiste en erradicar totalmente el deseo, lo cual obviamente es sumamente difícil de lograr en la vida real. Para lograr ese cese del dukkha Buda planteó una Cuarta Noble Verdad que abarca un Óctuple Sendero, pero por razones de espacio no la veremos.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) propuso en sus obras que los deseos y motivaciones de las personas y en general las fuerzas de la naturaleza, son manifestaciones de una poderosa ‘voluntad’ que es la esencia del mundo. En su obra: ‘El Mundo como Voluntad y Representación’ (1819) dice: “Todo ‘querer’ nace de una carencia, una deficiencia, y por lo tanto de sufrimiento. La satisfacción pone fin a éste, pero por cada deseo que es satisfecho, quedan por lo menos diez que no lo son. Además los deseos duran largo tiempo, las exigencias y los requerimientos son infinitos y su satisfacción es corta y escasa. Pero aún la satisfacción definitiva es sólo aparente; El deseo colmado de inmediato deja su puesto a otro deseo nuevo; el primero es un engaño conocido y el segundo deseo es un engaño todavía no conocido. Ningún objeto de la voluntad alcanzado puede proporcionar una satisfacción duradera que no disminuya, sino que se parece siempre a la limosna que se arroja a un mendigo, y le alivia hoy pero sólo sirve para prolongar sus tormentos hasta el día siguiente. Por lo tanto, mientras nuestra conciencia esté ocupada por nuestra voluntad, mientras esté bajo la presión del deseo con sus constantes esperanzas y temores, mientras seamos el sujeto de la voluntad, nunca alcanzaremos dicha y tranquilidad duraderas” (Libro 3, parágrafo 38).
El médico psiquiatra austríaco Sigmund Freud (1856-1939) publicó en el año 1930 su importante obra: ‘El Malestar en la Cultura’. En un principio Freud pensó titular su obra: ‘Desdicha en la Cultura’ que quizá hubiera sido un título más acertado, porque el tema central de la obra es la frustración del humano en su perenne búsqueda de felicidad. Freud plantea lo que otros autores ya habían señalado: Lo insaciable que es el deseo humano. Por un lado, lo que Freud denomina ‘principio del placer’ es una fuerza primitiva que gobierna la mente. Pero los deseos chocan con lo que denomina el ‘principio de la realidad’. La exigencia de placer siempre está en guerra con la realidad. La lucha por la felicidad (un placer duradero) según Freud está condenada a ser derrotada de antemano, tanto por la naturaleza de nuestra mente como por la naturaleza externa. Así dice: “Lo que llaman felicidad (,,,) por su naturaleza solamente es posible como un fenómeno episódico. Cuando una situación que es deseada por el principio del placer se prolonga, entonces solamente produce un estado de contentamiento suave. Nosotros estamos constituidos de tal manera que podemos obtener un goce intenso solamente de un contraste y muy poco por un estado continuo de las cosas. Por lo tanto, nuestras posibilidades de felicidad están restringidas por nuestra condición” (2).
Por otro lado, siempre debemos recordar que nuestras características corporales y cerebrales han sido el resultado de un proceso de evolución darwiniana y entonces cabe la pregunta: ¿Ese permanente anhelo de alcanzar metas podría tener una explicación darwiniana?…. Todos los seres vivos, incluyendo los humanos, se han formado por un proceso de Selección Natural: Los individuos poseedores de características más favorables para sobrevivir y reproducirse han sido seleccionados preferencialmente respecto a los que poseen características menos favorables. Por eso poseen entre sus características el deseo de vivir y reproducirse. Pero eso no quiere decir que nuestros ancestros fueron seleccionados para que nuestra vida sea un lecho de rosas. Los humanos siempre tratamos de alcanzar metas creyendo que seremos felices, pero al lograr la meta esa dicha es fugaz. El filósofo estadounidense William B. Irvine (nac. 1952) en su obra: ‘Sobre el Deseo’ (2006) dice: “Nosotros estamos forzados a vivir sometidos a un ‘Sistema Biológico de Incentivos’. Ese sistema (…) está en nuestro engranaje biológico. Debido a ese sistema, ciertas cosas como tener relaciones sexuales, son agradables y otras cosas como sufrir quemaduras son desagradables (…) Nuestro ‘Sistema Biológico de Incentivos’ fue impuesto sobre nosotros sin nuestro consentimiento. Esto sería tolerable si la fuerza responsable de esa imposición fuera benévola y tuviera en cuenta nuestros intereses. Sería tolerable, en particular, si hiciera todo lo que pudiera para asegurarnos que tuviéramos vidas felices y llenas de sentido, pero ese no es el caso. La fuerza responsable, es decir, principalmente el proceso Darwiniano de la Selección Natural, no tiene en cuenta para nada si somos felices y mucho menos se ocupa de que sintamos que nuestras vidas tengan sentido. De lo que se ocupa esa fuerza es de que sobrevivamos y nos reproduzcamos. Mientras nuestros sentimientos de infelicidad y carencia de sentido en nuestra vida no disminuyan nuestra probabilidad de sobrevivir y reproducirnos, mientras, a pesar de estos sentimientos, tratemos de vivir y tener relaciones sexuales, el proceso de Selección Natural será indiferente a ellos. En realidad, gracias a nuestro pasado evolutivo, nuestro engranaje biológico natural hace que nos sintamos insatisfechos con nuestras circunstancias, cualesquiera que ellas sean. Un primer humano que estuviera satisfecho con lo que tuviera – que pasara sus días sin hacer nada en las sabanas africanas pensando en lo buena que es la vida – tenía muchas menos probabilidades de sobrevivir y reproducirse que un vecino que dedicara todo su tiempo para mejorar su condición de vida. Nosotros somos los descendientes evolutivos de estos últimos humanos, y hemos heredado la predisposición hacia la insatisfacción: Tenemos un ‘Sistema Biológico de Incentivos’, que, independientemente de lo que tengamos, siempre nos incita a alcanzar más” (3). La explicación evolutiva es muy convincente y por eso es tan difícil erradicar el deseo. NOTAS: (1) Pags. 75-76 en Daniel Nettle (2005) ‘Happiness’. Oxford Univ. Press (2) Pags. 25-26 en ‘Sigmund Freud. Civilization and Its Discontents’. Translated by James Strachey. W.W. Norton & Co. (1961) (3) Pags. 175-176 en Wiliam B. Irvine (2006) ‘On Desire’. Oxford Univ. Press