El Chimó es un producto derivado de la planta del tabaco (Nicotiana tabacum); tiene origen “timotocuica”, vale decir, fabricado por nuestros antepasados los aborígenes “Timotes” (Mérida) y “Cuicas” (Trujillo), quienes eran parcialidades de los Chibchas, aborígenes del actual territorio colombiano. Posteriormente, su consumo se extendió por los llanos venezolanos especialmente a Barinas y otros lugares del territorio nacional. En Barinas se cultivaba uno de los tabacos de mayor calidad y más famosos del mundo.
Actualmente, el Chimó continúa siendo un producto artesanal elaborado desde los tiempos precolombinos, que todavía se produce y se expende al público consumidor. Unos le atribuyen efectos nocivos a la salud, otros lo consideran beneficioso y útil. El tema de la producción de Chimó, ha sido referido en diferentes épocas por importantes escritores venezolanos y extranjeros, incluyendo los cronistas de Indias. Fundado en varios autores, comparto la presente recopilación narrativa.
El antropólogo Miguel Acosta Saignes (1908-1989), en su obra “Historia de Venezuela Época Prehispánica”, Ediciones Edime, Caracas 1967; refiere que antes de la llegada de Cristóbal Colón a estas tierras, los aborígenes timotocuicas comerciaban dentro de sus propias comunidades y con otras tribus los siguientes productos: “el urao, el chimó, mantas, vestidos de algodón, esteras, tejidos de fique, piedras como nefrita y serpentina, alfileres de macana y quiteros».
El médico y naturalista Dr. Lisandro Alvarado (1858-1929), en su obra “Datos Etnográficos de Venezuela”, Ministerio de Educación 1945, acogiendo una clasificación del antropólogo francés Charles Letourneau, anota que el Chimó al igual que el tabaco, opio, yopo, caapi entre otros, era utilizado por los aborígenes como una sustancia estupefaciente e incluye la palabra “Chimó” en su libro “Glosario de Voces Indígenas de Venezuela”, Ministerio de Educación 1953, donde lo describe como “un extracto blando de tabaco alcalinizado y aromatizado. El álcali escogido es el Urao (sesquicarbonato de sosa) , o el bicarbonato de sosa o bien lejía de cenizas”.
Según el ingeniero y etnógrafo Alfredo Jahn (1867-1940), en su obra “Los Aborígenes del Occidente de Venezuela” Monte Ávila Editores, Caracas 1973; la palabra KIKMÓ del vocabulario de la lengua Timote, era usada para significar CHIMÓ. Por su parte, el historiador y profesor, Don Tulio Febres Cordero (1860—1938), en su obra “Procedencia y Lengua de los Aborígenes de Los Andes Venezolanos”, Obras Completas, Editorial Antares 1960; refiere que los aborígenes mucuchíes y mucubaches, usaban la palabra Chimó para distinguir “la preparación hecha de tabaco en forma de jalea, con el moó, aliñada entre otras cosas con ceniza y urao” , y especifica que el moó: “es el tabaco en estado casi líquido, preparado con uso de fuego; que constituye la materia prima para la elaboración del Chimó”. Tulio Febres Cordero en su libro “Décadas de la Historia de Mérida” (Obras Completas), anota: “Una de las cosas que han singularizado a la comarca merideña desde tiempos muy remotos, es el uso del tabaco en forma de jalea, extracto conocido con los nombres indígenas de moó y Chimó. Se le da este último nombre cuando dicho extracto, ya aliñado y preparado, está en condiciones de usarlo, que se hace poniendo en la boca una pequeña cantidad de él hasta que se deslíe, provocando la salivación”; “el Chimó o tabaco líquido de los aborígenes de las Sierras Nevadas, aún tiene muchos adoradores y constituye una de nuestras industrias más antiguas”. Y señala que algunos indios de Lagunillas (Estado Mérida), donde estaba ubicada la Laguna de Urao, tenían el cabello rubio, pues eran los buzos que se introducían a las profundidades a sacar los cristales de Urao, con el cual aliñaban el chimó.
El escritor merideño Julio César Salas (1870-1933), en su libro “Etnografía de Venezuela”, Universidad Los Andes 1956; agrega: “el moó o ambir es un extracto obtenido del tabaco por medio del cocimiento de las hojas, empleado por los Cuicas, Mucus, Giros, etc.; para fabricar el Chimó, negra sustancia glutinosa, que puesta en una calabacita o fruto de la variedad más pequeña del Crescentia Cujete, denominado cuca, era y es el compañero y amigo fiel de los indios de estas comarcas, que la emplean a manera del betel asiático y le atribuyen grandes virtudes”. Es muy probable que la llamada “cajeta” de uso más reciente, deriva del nombre botánico citado por Salas, que identifica la planta que produce las totumas o taparas pequeñas donde los aborígenes cordilleranos llevaban consigo el chimó. Otro escritor merideño, Gonzalo Picón Febres (1860-1918), en su obra “Libro Raro” Biblioteca de Autores y Temas Merideños 1954, anota que los aborígenes de la cordillera andina Mirripuyes, usaban la palabra “Chacuío” para referirse al Chimó.
El geógrafo y militar Agustín Codazzi (1793-1859), en su “Resumen de Geografía de Venezuela”, Ministerio de Educación 1940, afirmó: “…del jugo del tabaco sacan el mó y el Chimó, cuyo uso es muy general en las provincias de Mérida, Trujillo y algunas partes de Barinas. El mó y el Chimó son un licor que se extrae del tabaco prensado, este licor se hierve hasta tomar la consistencia de una jalea, es lo que usan en lugar de mascar tabaco, tomando algunas porciones de este jugo y desliéndolo en la boca como si fuese un dulce”; “ …fue en 1781 que el químico español Pedro Verástegui, recorriendo el occidente, observó el uso que hacían de los ambires, perfeccionó su elaboración y enseñó a mezclar el urao de la laguna de Mérida y aprovechar el tabaco inútil”. En relación con esta última afirmación de Codazzi, cabe destacar que, tal como se desprende de documentos encontrados por el historiador zuliano Eduardo Arcila Farías (1912- 1996) en el Archivo General de la Nación, publicados en su obra “Historia de un Monopolio. El Estanco del Tabaco en Venezuela 1779-1833”, Facultad de Humanidades y Educación , UCV 1977 , queda claro que los nativos, desde siempre, para fabricar el chimó, agregaban a su preparación, Urao extraído de la Laguna de Lagunillas, lo cual atrajo la atención de Pedro Berástegui o Verástegui, Visitador General de la Renta del Tabaco en la Intendencia de Venezuela, quien el 7 de junio de 1781, a través de su comisionado Sebastián de Ángulo, ordenó al Corregidor de los indios Ramón Hernández de la Calle, al Cacique José Antonio Mercado y al Alcalde Teniente Pascual Maria González, le franquearan la Laguna con sus vecindades, “desde hoy en adelante todo el tiempo que necesitare” , debiéndosele hacer entrega de “todo el urao que los indios puedan sacar de dicha Laguna pagándolo al precio que está señalado, protestando que de no hacerlo así caerán sobre dicha justicias todos los daños y perjuicios que de ello pueda resultar”. Berástegui elaboró un documento oficial, reproducido en la obra de Arcila Farías, sobre el tabaco, titulado “Producción, Métodos de Cultivo y Beneficio”, fechado en Mérida el 2 de junio de 1781, en el cual se establecieron las normas para fijar los lugares para la siembra del tabaco, sus almácigos, viveros, cultivos, cosechas, etc. Existe en el libro de Eduardo Arcila Farías antes citado, una referencia al consumo local de tabaco; para 1782, año cuando el estanco se encontraba ya firmemente establecido en todo el territorio, fue de 817.121 libras, por un valor total de 2.366.008 reales. Las especies vendidas se distribuyeron así: tabaco en rama 479.916 libras; cigarros en manojos de 20 unidades 331.454 libras; tabaco en polvo (rapé) 3.097 libras; moho 1.650 libras; Chimó 922 libras; Urao 82 libras. En la primera década del siglo XIX, los precios de venta al público eran: Tabaco Curaseca o Curanegra 4 reales la libra; Moho simple o aliñado 1 peso la libra; Chimó simple o aliñado 2 pesos la libra; Urao un peso la libra.
El escritor Martín José Gornes Mac-Pherson (1884- ¿?), en su obra “De la Conquista a Nuestros Días. Historia del Tabaco” Editorial Elite, Caracas 1933, anotó la denominación que dieron al Tabaco algunas tribus indígenas de Venezuela en sus diversos dialectos: Sema, El-Li; Dehena; Shema; Dena; Zhema; Aharly; Pitima; Arre; Chema; Zema; Job; Jatte; Cabaji; Tamue; Caual; Gambi; Aja.
El historiador trujillano Dr. Mario Briceño Perozo (1917-1995), en su libro “Historia de Trujillo”, Academia Nacional de la Historia 1984, señaló: “…Los Cuicas cultivaron el tabaco, de éste hacían el chimó, al que atribuían ciertas propiedades, como proteger la dentadura, cicatrizar pequeñas heridas, combatir infecciones, etc. Entre la gente de los Andes en especial las de Trujillo y Mérida, empujadas, quizás por el ancestro cuica o timotí, se acostumbró, con la misma afición de los que fuman, “mascar chimó”, el que portaban en cajetas de cacho, los más refinados se valían de una paletilla de plata para extraer la pella que llevaban a la boca. En la época de la dictadura del General Juan Vicente Gómez, el Chimó fue una renta apreciable. Los aborígenes de Mérida ligaban el Chimó con Urao que sacaban de la laguna del mismo nombre, situada en Lagunillas; el urao es un sesquicarbonato de soda que se encuentra en forma natural. Los de Trujillo, aliñaban el chimó con una sal blanca que obtenían del alumbre, sulfato doble: alumina y potasa, en que eran ricas algunas tierras de la región”.
El escritor trujillano Don Mario Briceño Iragorri (1897-1958) en su libro “Alegría de la Tierra”, ediciones Edime, Madrid 1956, apunta una afirmación textual del Cronista Mayor de las Indias, escritor, etnógrafo y botánico español Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557), según la cual el indio llamó “tabaco” a “unos palillos huecos del tamaño de un xeme o menos, de la groseza del dedo menor de la mano y estos cañutos tenían dos cañones respondientes a uno, y todo en una pieza. Y los dos ponían en las ventanas de las narices y el otro en el humo que estaba ardiendo o quemándose… Los indios que no alcanzaban aquellos palillos tomaban aquel humo con unos cálamos o cañuelas de carrizos, e aquel instrumento con que toman el humo, a las cañuelas que es dicho, llaman los indios TABACO”. Comenta Briceño que: “Fue así que la planta aborigen tomó ese nombre del instrumento en que fumaban las hojas de dicha planta”. Briceño Iragorri, también explica en su libro que el nombre científico de la planta “Nicotiana tabacum” debe su nombre a Jean Nicot (1530-1600), quien se desempeñaba como embajador de Francia en Portugal y en 1560 llevó la planta a la Corte Francesa. La actuación del embajador Nicot, opacó la actuación del Fraile Francisco Andrés Thévet, quien desde las Antillas la había llevado a Francia antes que Nicot.
En tiempos de la Gran Colombia, mediante decreto del Congreso de Colombia de fecha 26 de julio de 1824, fue concedida libertad a los habitantes de los Departamentos de Venezuela, Apure y Zulia para la fabricación del moó y el chimó, estableciendo una administración, un equipo de mineros y dos guardianes en la Laguna de Urao de Lagunillas, y vender a 12 reales cada libra de Urao para la fabricación de estos productos.
La producción de Tabaco en Venezuela, tuvo su origen en las tribus aborígenes, el cual destinaban a ser quemado para ahuyentar o llamar a los demonios, mascar, fumar en rollos o pipas, ingerir en polvo (rapé) o “comer chimó”. Luego del descubrimiento de América y de su introducción y aceptación en los mercados extranjeros, fueron establecidas en Europa importantes manufacturas de tabaco de fumar y rapé para inhalar, entre ellas la Real Fábrica de Rapé y Tabacos de Sevilla, que inició actividades en 1620.
La actividad productiva y comercial de los aborígenes, durante la colonia, fue convertida en un estanco monopolista español, una verdadera empresa del Estado, como un ramo de la Real Hacienda; con lo cual la Corona se reservó la administración del cultivo y mercadeo del tabaco elaborado en las Provincias de Venezuela, Cumaná, Maracaibo, Guayana e islas de Trinidad y Margarita. En el Estanco del tabaco quedaron incluidos: 1.- tabaco curaseca 2.- tabaco curanegra 3.- ambirado 4.- moho o moó 5.- chimó, así como la sal de Urao. El consumo de chimó aborigen no tuvo aceptación en Europa, como si lo tuvo el tabaco en rama. El Decreto Real que estableció el Estanco fue dictado el 24 de junio de 1777 y comenzó a aplicarse en 1779.
El famoso naturalista y científico alemán Alejandro de Humboldt (1769-1859), en su obra “Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente”, ediciones Ministerio de Educación, Caracas 1956, Tomó II, afirma: “El cultivo del tabaco en la provincia de Cumaná se ha reducido poco más o menos al solo valle de Cumanacoa”; “El sistema del estanco es un monopolio odioso al pueblo. Todo el tabaco cosechado ha de venderse al gobierno; y para evitar, o más bien, para disminuir el fraude, se ha hallado más sencillo concentrar el cultivo en un solo punto”; “ Unos vigilantes recorren el país para destruir los plantíos que se hagan fuera del cantón privilegiado, y denuncian a los desdichados habitantes que osan fumar tabacos preparados por sus propias manos»; “Después de los tabacos de Cuba y de Río Negro, el de Cumaná es de los más aromáticos. A ventaja a todos los tabacos de la nueva España y de la provincia de Barinas”.
En tiempos de la Gran Colombia, mediante decreto del Congreso de Colombia de fecha 26 de julio de 1824, fue concedida libertad a los habitantes de los Departamentos de Venezuela, Apure y Zulia para la fabricación del moó y el chimó, estableciendo una administración, un equipo de mineros y dos guardianes, quedaban operando la Laguna de Urao de Lagunillas y vender a 12 reales cada libra de Urao para la fabricación de estos productos. Luego de la Independencia, la República mantuvo el Estanco del Tabaco en Venezuela hasta que el Congreso Nacional en fecha 22 de marzo de 1833 dictó un decreto de abolición y posteriormente mediante otro decreto del Congreso de fecha 15 de mayo de 1836, fue ordenada la venta en pública subasta de todas las tierras, fincas urbanas, útiles, enseres y otros bienes de la Renta del Tabaco.
Al sabio naturalista alemán Adolfo Ernst (1832-1899), quien vivió en Caracas desde el 2 de diciembre de 1861 hasta su muerte en 1899, profesor de la Universidad de Caracas, fundador de la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas (1867), del Museo Nacional (1874) y de la escuela positivista venezolana; le fueron publicadas sus obras completas en 1986, por la Presidencia de la República en 10 tomos. Ernst fue el organizador de las exposiciones de productos naturales y manufacturados venezolanos que durante el gobierno de Guzmán Blanco se realizaron en el exterior. En el catálogo de ellas incluyó el tabaco de diferentes regiones del país, cigarrillos de las fábricas de Caracas, rapé, chimó, las cajas de cuerno para portar el Chimó y el Urao; estos productos fueron expuestos en: Exposición Universal de Viena en 1873; Exposición Internacional de Agricultura en Bremen 1874; Exposición Internacional de Filadelfia en 1876; Exposición de Boston en 1883; Exposición Centenaria del Algodón en Nueva Orleans 1884. En los catálogos de dichas exposiciones el profesor Ernst escribió:
URAO: “o Sesquicarbonato de soda, del fondo de un pequeño lago cercano a Lagunillas, 25 millas al oeste de Mérida, 850 metros sobre el nivel del mar; la Laguna de unos mil metros de largo, trescientos de ancho y de uno a doscientos metros de profundidad”.
CAJAS DE CUERNO CON CHIMÓ: “Chimó es el nombre con el que se conoce en Mérida, Trujillo y en toda la cordillera occidental un extracto de tabaco mezclado con Urao (carbonato del Natrón que se encuentra en abundancia en el lago de Lagunillas en las inmediaciones de Mérida) y cocido hasta un punto de gran consistencia. Se conserva en estas pequeñas cajas de cuerno como la de la muestra o en hojas de maíz, y constituye un producto de consumo no básico prácticamente esencial para los habitantes de esas regiones. Éstos aplican con el dedo índice una cierta cantidad del mismo en la encía externa, donde es gradualmente disuelto por la saliva, y así lo pasan. Parece que los nativos ya tenían este hábito antes de la conquista de su país por los españoles”.
En la Exposición Nacional de Venezuela de 1883, también organizada por el profesor Ernst, realizada en Caracas con motivo de la celebración del Centenario del natalicio del Libertador Simón Bolívar (1783-1830); en el Grupo de Tabacos, Cigarros y Accesorios, solo hubo por el Estado Trujillo un solo renglón en la exposición: Tabacos de Mendoza.
El profesor Adolfo Ernst, en sus Obras Completas (Misceláneas), refiere una anécdota sobre la oportunidad cuando probó el Chimó: “siendo yo aficionado al cigarrillo, una vez estuve deseoso de probar esta singular mezcla, pero con tan mal resultado que desde entonces, hace cerca de cuatro años, la mera evocación del experimento, me produce cada vez no sólo el indescriptible gusto detestable del Chimó si no algunas veces hasta el vómito, de lo que fue el fin de mi primer y único intento de utilizar este manjar de los merideños. Y por esta misma razón me apresuro a terminar esta nota”.
Del tema expuesto, presento narraciones de tres viajeros sobre nuestro territorio, en distintas épocas: El primero, GALEOTTO CEY (1513-1579), fue un conquistador florentino, fundador del Tocuyo, estuvo en estas tierras en los tiempos del Gobierno de los Welser, visitó el territorio de los Cuicas en 1548, nueve (9) años antes de la fundación de la ciudad de Trujillo en 1557, por Diego García de Paredes (1506-1563). Cey vivió 14 años en América entre 1539 y 1553, nueve de ellos en la Provincia de Venezuela y el Nuevo Reino de Granada. En su obra “Viaje y descripción de las Indias” descubierta en el Museo Británico de Londres a finales del siglo XX y publicada en español por el Banco Venezolano de Crédito en Caracas, 1995, sobre el uso o consumo del tabaco: “… Me queda por contar sus abusos. El principal y más general de todos, que tienen en todas las Indias, islas y tierra firme, es una hierba que llaman tabaco, que nace allí con gran abundancia. Siémbrenla en torno a sus casas, que hace un tallo como de repollo y crece alta como un hombre. En la cima echa muchas hojas como orejas de asno, de color y grosor como la salvia. Estas hojas las recogen y hacen con ellas, torciéndolas, como un capullo; lo ponen a secar y después se sirven de él para adivinar. Para esto pegan fuego en un extremo, y el otro, lo toman en su boca, y comienzan a soplar hasta que se consume la mitad, de modo que queda aquella parte encendida pegada con la sana, como cuando se quema un poco de papel. Miran cómo quedó, si derecho o torcido, o cómo cae, o cuando soplan hacia qué parte va el humo. Si deben ir de casa, a pescar, de viaje, a la guerra o si han perdido alguna cosa, también si han de venir cristianos u otros enemigos suyos, cada cosa se los dice, y hacen por consejo del tabaco. Si llegáis a casa de un indio y queréis que os guíe a algún lugar, antes con 5 o 6 querrá tomar el tabaco y ya podéis tener tanta prisa cuanta quisierais, y si les dice que sí, vendrá muy alegre, si no, no irá sino a la fuerza y si no se tiene buena guardia, huirá del camino; si viene y la cosa no se logra, se lo atribuirán al maldito tabaco, y si se logra se quedan asombrados y dicen que no entendieron bien o que están ebrios. También le sirve de otro modo, encendiendo igualmente la hierba, pero la parte del capullo que no está encendida se la meten en los huecos de la nariz y con ella soplan y tiran hacia si el humo, el cual embriaga y les entra en la cabeza, haciéndolos dormir y soñar cosas extravagantes; después dicen que ese tabaco les hace venir el diablo, quien en sueños les dice lo que desean saber y lo que tienen que hacer. Creen que los hace dormir y les da reposo de las fatigas del cuerpo, y así lo toman cada noche. Las cenizas, polvo y jugo de esta hierba nos servían a nosotros para matar los gusanos que acosaban a las bestias, y para limpiarles las mata duras, llagas o heridas”.
Un segundo personaje, es el coronel norteamericano de origen inglés WILLIAM DUANE (1760-1835), quien motivado a un reconocimiento y agradecimiento que le hizo el Congreso General de Colombia en fecha 14-4-1821, por su apoyo como periodista a la Independencia, decidió visitar la Gran Colombia, dejando sobre ese particular un libro que fue publicado en Filadelfia en 1826, con el título de “A visit to Colombia in the years 1822 &1823” , el cual fue traducido y publicado por el Instituto Nacional de Hipódromos, Caracas 1968. El Coronel Duane viajó el 2 de octubre de 1822, desde Nueva York hasta La Guaira, subió a Caracas, pasó por San Mateo, Maracay, Valencia, Barquisimeto, El Tocuyo, Trujillo, para tomar la ruta de la Cordillera Andina hacia Bogotá. Terminada la visita se embarcó de regreso por Cartagena hacia Nueva York. En su travesía merideña, por el viejo camino hacia la Nueva Granada, debía transitar el pueblo de Lagunillas, en cuyas inmediaciones se encontraba la Laguna de Urao; al respecto refiere textualmente en el contexto de su narración: “… El 1 de enero de 1823 partimos a hora temprana, Y alrededor de las dos llegamos a San Juan de Lagunillas, a orillas del río González, tributario del Zulia. Había un piquete de guardia a la entrada del pueblo a cargo de un teniente”; “San Juan de Lagunillas deriva su nombre del pequeño y curioso lago, situado a corta distancia del pueblo. Desde hacía bastante tiempo yo estaba familiarizado con la historia de este lago, donde se producía un singular artículo de lujo que se consumía en diversas regiones de Venezuela, y el cual, junto con el tabaco, estuvo sometido a monopolio bajo el régimen español, convirtiéndolo en fuente de ingresos para la corona”; “El lago es de forma oval, con más de 400 yardas de longitud y 250 de anchura. Su profundidad hacia la margen oriental es de tres a cuatro brazas cuando recibe las aguas crecidas de las montañas adyacentes; y pese a que la evaporación es considerable durante el verano, el lago nunca queda seco, ni su caudal tan disminuido cómo sería conjeturable. En la parte occidental sus aguas son someras, pero allí el lecho tiene un declive que se va internando gradualmente en un trayecto de 150 yardas. Es en esta pendiente donde se efectúa la operación de recoger el Urao, Natrón o carbonato de soda. El análisis químico permite apreciar que esta sustancia se asemeja, en su composición, al Natrón de Egipto y de Frezzan”; “de acuerdo con las informaciones orales, el Urao se encuentra en forma de cristales prismáticos de menos de una pulgada de longitud, pero de grosor y peso desiguales. No pude determinar si los cristales tenían un mismo número de lados, ni cuantos eran estos; sólo me dijeron que tenían forma angular, y que su grosor presentaba una superficie más bien plana que uniforme. La recolección es efectuada por miembros de cierta tribu aborigen, varios de los cuales estaba entonces en la posada del alcalde. Eran hombres musculosos y corpulentos, y así son descritos todos los de su raza. Los que trabajan en el lago se llaman huragueras/piragueros, y sus labores la realizan utilizando algunas herramientas muy rudimentarios, como una estaca con puntiaguda contera de hierro, una especie de palas, varios picos de mango largo, y un botecito típico (denominado piragüita) que ponen a flote cuando van a trabajar”; “Bajo el régimen monárquico, había un funcionario encargado de dirigir estas operaciones. De acuerdo con sus instrucciones, el Urao se depositaba en almacenes especialmente destinados para tal fin, de donde se distribuía a los centros comerciales, oficialmente controlados, situados en las provincias donde había demanda del producto»; “después de la revolución, al desaparecer los funcionarios realistas, algunos particulares han posicionado del producto en beneficio propio, y lo explotan anualmente durante el periodo adecuado”.
Un tercer viajero sobre tierras venezolanas, que asentó en su obra al Tabaco y Chimó, es el naturalista alemán KARL FERDINAND APPUN (1820-1872), su libro “En Los Trópicos” fue editado por la Universidad Central de Venezuela en 1961. Appun, por recomendaciones de Alejandro de Humboldt viajó a Venezuela a principios de 1849 y durante casi 10 años coleccionó plantas y ejemplares de la fauna. En uno de los capítulos de su libro “Viaje a Trujillo y Regreso a la Costa”, refiere con lujo de detalles el viaje que hizo en 1858 desde Maracaibo, desembarcando en el Puerto de La Ceiba para dirigirse a Trujillo. Utilizando arrieros de mulas y sus propios caballos a través de pantanosos caminos, llegaron a la villa de Betijoque, de allí pasaron a Escuque, donde contrató a otro arriero para que lo llevara a Trujillo; de los habitantes de Escuque quedó muy agradecido por el trato dispensado; pasó por Valera, al entrar a los aledaños de Trujillo, después de pasar las murallas naturales de la Peña de Tucutucu, anotó: “Me sentí como llevado a Suiza, donde se ve un paisaje semejante, aun cuando los ranchos son muy distintos de las cabañas alpinas suizas, y a causa del cuido y cultivo esmerado que vi, apenas podía creer que me encontraba en Venezuela” ; “varias veces tuvimos que cruzar el río debido a la naturaleza rocosa de su cauce, no fue en absoluto nada fácil para las mulas”; “Antes de pasar el río, había notado ya varias veces que el arriero sacaba de su alto sombrero de palma una latica; adentro había una espesa masa negro-pardusca y mediante una cucharita de madera que llevaba consigo se introdujo una pequeña ración en la boca, la dejó por un tiempo, igual a una tomita, en un lado de la mejilla y luego la escupió. Al preguntarle qué era esa sustancia, replicó que se llamaba Chimó, y que era un medio muy bueno para prevenir resfriados y poder soportar más fácilmente las molestias del viaje. El mó o Chimo es una pasta hecha de jugo espeso de tabaco, a veces mezclada también con opio y sal Urao, la cual sacan de un lago cercano a Mérida”; “en las provincias de Maracaibo, Mérida, Trujillo, Barinas y Barquisimeto el uso del Chimó es común y aporta sumas altísimas al gobierno, que ha grabado ese artículo con altos impuestos”; “como la coca de la orilla Oeste, el Chimó es recomendable al viajero por la alta cordillera y los páramos; pues produce calor, suprime el hambre y estimula, cualidades que hacen soportar más fácilmente las carencias de un viaje tan fatigoso y la influencia nociva al cuerpo humano del aire tenue que reina en esas alturas de 15,000 a 20,000 pies. El Chimó tiene un sabor semejante a la nicotina, es salobre e imprescindible para aquel que se ha acostumbrado; obligado por la necesidad hice un ensayo de usarlo, pero contaré más tarde como terminó”. En la ciudad de Trujillo pasó el naturalista Appun diez días realizando recolecciones de orquídeas, acompañado siempre de su posadero, quien resultó ser un activo comerciante de Chimó. Salió de Trujillo pasando por Carache, el Tocuyo, Barquisimeto, Yaritagua; donde realizó las siguientes anotaciones: “Era casi el mediodía cuando llegué a Yaritagua, pueblo bastante grande que debe su bienestar al tabaco. El cultivo del tabaco en esa región es muy considerable, y las hojas cultivadas allí, y extremadamente buenas se usan única y exclusivamente para cigarros. En la posada donde me alojé, había muchas muchachas ocupadas en enrollar cigarrillos, lo cual hacían con una velocidad sorprendente; allí compré por un peso 100 de los mejores”; “Apenas había salido de Yaritagua, cuando el cielo se cubrió de nubes cargadas de lluvia y poco después se derramó tal aguacero, que me mojé completamente. Fue superfluo ponerme la cobija, pues ya estaba empapado. La lluvia duró mucho tiempo quizás dos horas, y cuando escampó se levantó un viento tan fresco que, mojado como estaba empecé a tiritar de frío. En todos los alrededores no había ni la más mínima pulpería, donde hubiera podido calentarme con un traguito de ron, y lleno de compasión por mi castañeteo de dientes, el arriero me ofreció una dosis de Chimo. Era la primera vez que probaba esa cosa, y lo hice para evitar, si era posible, la fiebre o un catarro grave. No creo haber tenido en la boca más de diez minutos el Chimo, cuando me vi obligado a escupirlo, y la cabeza se me volvió tan pesada y las demás partes de mi cuerpo, especialmente las piernas, tan débiles, que apenas pude mantenerme sobre el caballo. Tambaleé en el caballo de modo que el arriero me hizo apear y caminar a pie, lo cual, sin embargo, sólo pude hacer con las dificultades más grandes. Gracias a Dios que llegamos pronto a un pueblecito, donde el arriero resolvió pasar la noche, a pesar de que era aún pleno día, y me metió en la hamaca, ya que estaba casi sin conocimiento. Al día siguiente me levanté fortalecido por el sueño, pero con mucho dolor de cabeza. Fue la primera y última vez que probé el Chimó”.
Es importante hacer mención al tabaco y chimó producido en tierras trujillanas. En este sentido el Contador Mayor Don José de Limonta, en 1806, en el “Libro de la Razón General de la Real Hacienda del Departamento de Caracas”, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Fuentes para la Historia Colonial 1962, expresó: “El Chimó es la misma sustancia del tabaco extraído al fuego, pero se diferencia del moho, en que éste se saca del tabaco verde, y se deja más suelto y blando que el Chimó, el cual lo produce el tabaco curado, y ha de quedar mucho más glutinoso, y tal vez tan duro que se hacen pastillas de él; el moho aseguran que no lo da sino el tabaco de la jurisdicción de Trujillo, en cada libra se le ponen cuatro onzas de Urao , y al Chimó que sale de toda clase de tabaco maduro y curado, ocho; bien entendido que calcinadas y pulverizadas, que es como se mezclan, las primeras quedan en dos y media , y la segunda en seis; el moho hierve sin Urao y el chimó lo recibe antes de hervir” .
El escritor M.J. Gornes Mac-Pherson, en su obra antes citada, al presentar los datos de la producción nacional de tabaco, especificó que en el Estado Trujillo para el año 1931, la cuantía de la producción fue así:
Distrito Betijoque: La clase de tabaco que se cultiva en este distrito es regular, de hoja grande, no muy gruesa y vena no muy ordinaria. La cantidad de la cosecha en el año 1931 se calculó en un total de 7.500 kg de Chimó bruto, que es la única elaboración en que se ofrece al mercado.
Distrito Boconó: La producción anual en el distrito está calculada en la cantidad de 709.200 kg de tabaco en rama, producida por los municipios Boconó, Campo Elías, San Miguel, y Tostós. Para cada kilogramo de Chimo elaborado se necesitan 20 kg de tabaco en rama.
Distrito Carache: La cuantía de la cosecha anual de tabaco en el distrito es la siguiente: en el municipio Carache, 6.000 kg, municipio La Concepción, 2.000 kg, y la especie se llama generalmente “Tabaco las Rosas”. Distrito Escuque: en el municipio Monte Carmelo: 1500 kilogramos anuales. Tabaco inferior que se utiliza para elaborar Chimó. Distrito Valera: en el municipio Mendoza, producción anual: 240 quintales en rama. En el municipio La Puerta: producción anual 240 quintales en rama. Las clases que actualmente se cultivan son: “plata», “habano” y “colorado”. En los distritos Trujillo y Urdaneta la producción es insignificante.
El periodista trujillano Manuel Fernando Mendoza (1871-1950), activo en la ciudad de Trujillo a partir de 1893, cuando funda “El Espejo”, órgano de los estudiantes de filosofía del Colegio Federal; en su libro “Trujillo Histórico i Grafico”, Tipografía América, Trujillo 1930, relacionó 4 fábricas de Chimó en la ciudad de Trujillo: Rafael Méndez en la calle Independencia; Carmen de Contreras en la avenida La Barranca, Lorenzo Rosario y Rafael Delgado, ambos en el Calvarito.
El Ministerio de Fomento en su publicación “Guía Industrial y Comercial de Venezuela», editorial Crisol, Caracas 1943; registró las siguientes fábricas de Chimó: en la ciudad de TRUJILLO: Carmen de Contreras, Mario Coronado y Pedro Aguilar Torres (padre del insigne político trujillano Dr. Pedro Pablo Aguilar Vásquez); en BETIJOQUE: Jesús Bastidas, Benjamín Delgado, Rafael Godoy, Rafael Suárez, Luciano Vielma, Lucio Vielma; en CARACHE: Antonio Ramón Cañizales, Manuel Felipe Bravo; en CUICAS: María R. de Fernández, Juan Bautista J.; en PAMPANITO: Lucía de Barroeta, Mariana de Barroeta, Josefa Bermúdez; en SAN RAFAEL DE CARVAJAL: Diego Rosales.
Concluyo esta compilación narrativa, con una anécdota contada por Ana Cecilia Abreu, funcionaria del Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, creado y fundado por el Maestro José Antonio Abreu; sobre un hecho ocurrido en el año 2005, en la villa deportiva, ubicada en San Luis de la ciudad de Valera , Estado Trujillo.
En aquel entonces, allí estaban concentrados los niños procedentes de los diferentes núcleos de este Estado, participantes en un reencuentro o seminario de las orquestas infantiles trujillanas. Como personal de apoyo habían viajado desde Caracas un grupo de jóvenes funcionarios de custodia del Sistema, a los fines de resguardar las instalaciones y los niños asistentes. En una de esas mañanas, un funcionario de custodia llamó por radio a la señora Ana Cecilia, informando que estaban observando a un niño de aproximadamente ocho años, que se encontraba presentando un raro cuadro de salud, pues al escupir se podía presumir el padecimiento de una hemorragia interna. La señora Ana Cecilia con la urgencia y preocupación del caso, se hizo presente en el sitio, verificando que se trataba de un niño que había consumido chimó y al ser repreguntado dijo se sentía bien, que su padre le había proporcionado para llevar al evento como avío siete paquetitos de chimó.
Los funcionarios de custodia por ser jóvenes naturales de Caracas, no habían identificado el producto responsable de su inexacta apreciación y por ello habían pasado de inmediato la novedad respectiva. Fue un hecho ocasional ejecutado de manera normal e inocente por un niño trujillano, quien quizás procedía de una zona rural; y como cosa curiosa, después de más de quinientos años de haber documentado los colonizadores el consumo habitual de Chimó por parte de nuestros antepasados aborígenes Cuicas; el niño músico, se encontraba tocando su instrumento orquestal, practicando paralelamente una costumbre milenaria de los antiguos pobladores del territorio trujillano.
* Cronista de Tucutucu
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