Por: Miguel Ángel Malavia
En la anterior reflexión sobre la ‘Rerum novarum’, comentábamos la ferviente defensa de la propiedad privada por parte de León XIII. Algo que el Papa ancla en tres vertientes: la naturaleza, la libertad y la espiritualidad.
Así, reclama que “las posesiones privadas son conforme a la naturaleza”. De hecho, más allá de cualquier organización ideológica del Estado, “el hombre es anterior a ella” y, antes que ningún otro, emerge “el derecho de velar por su vida y por su cuerpo”. Desde esta esencia, defiende que “el que Dios haya dado la tierra para usufructuarla y disfrutarla a la totalidad del género humano no puede oponerse en modo alguno a la propiedad privada”. En ese sentido, el Creador no actuó así “porque quisiera que su posesión fuera indivisa para todos, sino porque no asignó a nadie la parte que habría de poseer”.
Dios no dispone la administración de la tierra para el hombre de un modo abstracto, sino real. Del mismo modo que no concreta la medida que le corresponde a cada uno, pues respeta nuestra autonomía y las relaciones que marcan nuestro devenir histórico. Muchas veces, estas incurren en la injusticia, pero esta es responsabilidad nuestra. Aquí, el libre albedrío aflora a pleno pulmón…
Aunque, consciente de la inequidad que se plasmaba en su tiempo, León XIII ofrece otro aspecto para la esperanza: el trabajo. De hecho, “los que carecen de propiedad” lo “suplen” con una tarea por la que deben recibir un salario justo. Mecanismo que, gracias al ahorro, podrá conducir a los individuos y familias a hacerse con propiedades; y, en el mejor de los casos, con tierras para sí mismos.
Para el Papa, “es tan clara la fuerza de estos argumentos que sorprende ver disentir de ellos a algunos restauradores de desusadas opiniones”. Se refiere a los que “le niegan de plano” al individuo “el derecho a poseer como dueño el suelo sobre que ha edificado o el campo que cultivó. No ven que, al negar esto, el hombre se vería privado de cosas producidas con su trabajo”.
En 1891, un pontífice ya clamaba al cielo contra los estatalistas voraces que solo nos igualan en la miseria: “¿Va a admitir la justicia que venga nadie a apropiarse de lo que otro regó con sus sudores?”.
Asegurar “el fruto del trabajo” es vital. Y una garantía de paz y armonía, pues la propiedad privada es la ley “más conforme con la naturaleza del hombre y con la pacífica y tranquila convivencia”.
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