Alfredo Toro Hardy
altohar@hotmail.com
En septiembre de 2017, y a pesar de las pesadas sanciones internacionales en curso, Corea del Norte llevó a cabo su sexta prueba nuclear. Se trataría, a decir del propio régimen, de su primera explosión de una bomba de hidrógeno. Al mismo tiempo, Pyongyang se declaró el 28 de noviembre pasado como un “Estado nuclear completo”. Ello, luego de múltiples ensayos en materia de misiles intercontinentales. Lo único cierto es que con cada día que pasa, dicho país se acerca más a la posibilidad de poder destruir a algunas de las principales ciudades estadounidenses.
¿Atacará Estados Unidos a Corea del Norte antes de que ésta se transforme en una amenaza existencial a su propia seguridad o, por el contrario, aprenderá a vivir con un antagonista no sólo impredecible sino cada vez más peligroso? Diversas razones parecieran apuntar hacia la tesis de una guerra preventiva por parte de Washington. Entre éstas cabría citar las que a continuación se exponen.
En primer lugar, desde que Tucídides escribió su Historia de la Guerra del Peloponeso, cinco siglos antes de Cristo, se ha mantenido la premisa planteada por él, según la cual cuando el poder de una potencia emergente rivaliza con el de una potencia dominante, la guerra se hace inevitable. El hecho de que fuera del ámbito del poder nuclear Corea del Norte resulte un pigmeo frente a Estados Unidos, no invalida la tesis de la guerra preventiva planteada por Tucídides. Sobre todo porque el peligro que representaría Pyongyang apunta al corazón de la seguridad nacional estadounidense. Si la historia sirve de guía, Estados Unidos no se quedará de brazos cruzados frente a la amenaza planteada, atacando antes de que ésta pueda hacerse realidad.
En segundo lugar, el mayor elemento disuasivo frente a un ataque preventivo por parte de Washington, provendría del riesgo de una respuesta militar por parte de China. Sin embargo, Pekín pareciera convencerse cada vez más de que, dentro de la relación costo-beneficio que le representan las acciones de Pyongyang, los costos estarían prevaleciendo marcadamente. Las acciones de Kim Jong-un podrían propiciar una carrera nuclear en la región en la que Seúl y Tokio busquen dotarse de armamento atómico o, alternativamente, invitasen a Washington a que instalase armamento nuclear en sus territorios. También está el costo manifiesto de una enmienda a la Constitución pacifista de Japón, que permita el rearme convencional en gran escala de este rival. En la misma dirección apunta un incremento del posicionamiento militar estadounidense en Corea del Sur, lo cual se materializa ya con la instalación del sistema defensivo Thaad en dicho país. Todas las opciones anteriores irían a contracorriente de las ambiciones chinas de alcanzar un papel hegemónico en el Este de Asia y aumentarían de manera significativa su nivel de vulnerabilidad. No en balde, de acuerdo a la revista L’Express de fecha 27 de diciembre de 2017, la posibilidad de un conflicto limitado de naturaleza preventiva entre Estados Unidos y Corea del Norte, que degradase la capacidad militar de este último, se estaría convirtiendo ya en la opción más deseable para Pekín.
La legitimidad internacional
En tercer lugar, la sumatoria de sanciones colectivas contra Pyongyang, dentro del marco del Consejo de Seguridad de la ONU, estaría consolidando la noción de la naturaleza delincuente del régimen de Kim Jong-un. Por extensión, ello iría incrementando la legitimidad internacional de cualquier acción preventiva en contra de Corea del Norte. Un ataque por parte de Washington podría llegar así a ser aceptado por una porción mayor de la comunidad internacional.
Y en cuarto lugar, se plantearía la conveniencia política de una acción de esta naturaleza de cara a las elecciones parlamentarias de mitad de período, en noviembre de 2018, o a la propia reelección presidencial de Donald Trump en noviembre de 2020. Ello daría un fuerte espaldarazo electoral a los republicanos y elevaría la cuestionada estatura presidencial de Trump. Para un populista desatado, que en adición sufre de manía de grandeza, sería difícil resistir la oportunidad histórica y política que Kim Jong-un pone en sus manos.
Así las cosas, la posibilidad de un ataque preventivo por parte de Washington asume consistencia mayor. La convicción que pareciera prevalecer en Pyongyang de que sólo la posibilidad de poder golpear nuclearmente a Estados Unidos estaría en capacidad de garantizar la propia seguridad, se estaría convirtiendo en su mayor fuente de vulnerabilidad.