Educar el corazón Por: Antonio Pérez Esclarín

 

 

La reciente celebración del Día del Amor y la Amistad me brinda la oportunidad para hacer algunas reflexiones necesarias sobre el amor. Si Dios es amor y nos hizo a su imagen y semejanza, somos seres para amar. El sentido de la vida es el amor, y sin amor la vida no tiene sentido. El amor es fuente de alegría, fortaleza y vida. Nunca pesa más un corazón que cuando está vacío. Sin amor la alegría se apaga, la vida se seca. Por ello, el mandamiento nuevo y la señal del cristiano no podían ser otros que el amor.

Pero hoy se usa y abusa mucho de la palabra amor. De ahí la necesidad de recuperar su auténtico significado y restituirle a esa palabra tan maltratada su profundidad y misterio. De  hecho, todos deseamos amar y ser amados, pues no es posible ser pleno o feliz sin amor. El gozo y la alegría más grande que los seres humanos podemos tener en esta vida es amar y ser amados. Una vida sin amor no puede desarrollarse sanamente. Si tantas personas siguen siendo tan mediocres, se debe a que nunca fueron amadas con un amor tierno y exigente. Y ciertamente, detrás de cada asesino, abusador, o cualquier promotor de la injusticia y la violencia se encuentran seres escasos de amor, que no fueron amados lo suficiente o fueron amados mal: de ahí que su ser más profundo se encuentra dañado y enfermo. Una persona inteligente, sin capacidad de amar, da miedo. Un individuo hábil y poderoso, insensible al amor, es un peligro.

Por ello, si bien hoy se habla mucho de “hacer el amor”, se ignora que la cosa es al revés: “el amor nos hace, nos humaniza, nos constituye en auténticas personas”. Sin amor no se puede existir plenamente ni alcanzar la felicidad. Desgraciadamente, la cultura contemporánea nos promete la felicidad por el camino del placer (sentir más), el camino del éxito social y profesional (aparecer o triunfar  más), y sobre todo el camino del dinero (tener más, para comprar más), pero no por el camino del amor (ser más), como nos propone Jesús.

Si bien hoy se habla mucho de amor, nos estamos volviendo incapaces de amar. Muchos confunden el amor con la atracción física, con el mero gustar. Otros con el deseo sexual. Ignoran que amar es obrar en beneficio del otro, comprenderlo y tratarlo con cariño, trabajar para que sea feliz. A su vez, Aristóteles en su Retórica escribió: Amar es querer el bien para el otro en cuanto otro.

El amor es un acto de la voluntad. Implica decisión, elección, mucho coraje y capacidad de entrega y sacrificio para mantenerse firmes en esa decisión. Un amor sin voluntad es un amor inmaduro, frívolo, superficial, trivial, un mero sentimiento que va y viene según soplen los vientos. El amor vence a la muerte, pero la rutina y el descuido vencen al amor. De ahí la necesidad de alimentarlo todos los días con pequeños detalles, con gestos, con sonrisas, con atenciones, con palabras… Si está vivo, crece, pero si no se lo alimenta, languidece y muere.

Amar a una persona significa preocuparse y ocuparse por su bienestar, por su realización, por su felicidad. Quien ama quiere lo mejor para la persona que ama. Por ello, el amor, como nos lo enseñó Jesús, se convierte en servicio desinteresado que busca ayudar, animar, comprender, perdonar, sanar.

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