Roma, 23 feb (EFE).- Edith Bruck, poetisa húngara superviviente del Holocausto, recibió el sábado al papa Francisco en su casa de Roma. Se abrazaron, lloró, merendaron y, explica a Efe, conversaron sobre la nueva «niebla negra» que avanza con los nacionalismos y el antisemitisismo.
«Abrí la puerta y allí estaba el papa. Él me abrazó, yo le abracé y empecé a llorar. Me rompí, me rompí por dentro en ese momento y él muy amable me decía: respire, respire», explica Bruck, de 88 años.
La escritora húngara, residente en Italia desde hace muchos años tras casarse con el también escritor y director de cine Nelo Risi, acaba de publicar «Il pane perduto» (Nave di Teseo), en el que, 62 años después de su primer libro, vuelve a escribir sobre su deportación y el horror que vivió junto a su hermana Judith, pero también de las pequeñas «luces» que en esos años le animaron a seguir viviendo.
Un libro que tocó profundamente al papa, que quiso conocerla.
«Leyó un artículo sobre el libro en el ‘Osservatore romano’ y dijo que quería encontrarme. El director del diario le explicó que me llevarían al Vaticano, pero él contesto: ‘No, soy yo quien quiere ir a su casa».
Y aún emocionada relata: «Era él quien quería venir a verme, como una especie de señal de respeto, de homenaje, para agradecerme lo que escribo y lo que hago, por el testimonio en las escuelas».
Bruck cuenta que le acompañó al salón, le ofreció un dulce con la ricotta, un tipo de queso italiano, y empezaron a hablar durante casi una hora.
Francisco «me pidió perdón por todo lo que ocurrió en la Shoah (el Holocausto). Nadie me había pedido perdón directamente a mí». «Y hablamos de los nuevos nacionalismos, de los nuevos racismos y nuevos antisemitismos, y de cómo son muy peligrosos», relata.
«Fue él quien empezó a hablar de política, de temas que afronto en el libro, como de esa niebla negra que está avanzando. Ese negacionismo que no desaparece. Estaba muy preocupado porque piensa que el hombre nunca aprende y que a veces es casi autodestructivo», agrega.
Sobre los recientes insultos antisemitas sufridos por la senadora italiana superviviente del Holocausto Liliana Segre, asegura que es como si los recibiese ella.
«Los siento sobre mí, como si me insultasen a mí. No hago alguna distinción, ninguna diferencia entre ella o yo.
Es como si insultasen a cualquiera que ha sufrido el Holocausto. Todo lo que sucede a los demás me toca. No podemos decir que no va con nosotros. En estos tiempos no podemos decir que no sabemos. Sabemos todos, por lo que cualquier agresión o violencia me toca».
Durante la reunión, Francisco citó pasajes de memoria de su libro y quedó fuertemente impactado por las «cinco luces» que ayudaron a Bruck a seguir adelante: como cuando un soldado le tiró la taza del desayuno para que la limpiase, con un poco de mermelada en el fondo dejada a propósito, o aquel peine que le dio un cocinero para domar el pelo que le crecía tras haber sido rasado a cero.
«Expliqué al papa que a veces lo único que se necesita es una mirada humana que dé esperanza, hablamos de cómo estas luces llevan esperanza en esa oscuridad y estaba maravillado porque ningún deportado cuenta estos gestos humanos. Para mí, estas luces fueron la vida, la señal de que todo el mundo puede ser bueno y vale la pena seguir adelante y vivir. En esa mermelada se encontraba la vida», relata.
También hablaron de «cosas que le preocupan»: la situación de los ancianos, las enfermedades, el medio ambiente. «Me regaló su última encíclica con una firma en la que me daba las gracias. Es una persona cálida, dulce. Una persona que emana humanidad por todos los poros. Fue algo que no puedo describir».
El papa quedó muy impresionado también por la «Carta a Dios» con la que Bruck termina su libro, «escrita casi como si lo hiciese una niña de 9 años», en la que reprocha a Dios su olvido durante tantos años de sufrimiento, pero que termina con un agradecimiento porque creer en Dios le salvó del odio.
Al final, «me preguntó cuándo era mi cumpleaños y le conteste que el 3 de mayo. ‘Entonces vengo’, me respondió».
Para Bruck, la visita del papa fue «la última luz» de su vida: «La luz más grande y más fuerte. Me ha emocionado profundamente, no esperaba un regalo tan importante».
Cristina Cabrejas