Todos eran españoles. Unos de las provincias españolas de la península ibérica en la vieja Europa y otros de las provincias españolas de América. Hasta que unos, en esta parte del Nuevo Mundo, consideraron que había llegado el tiempo de independizarse de España y crear nuevos estados nacionales. Otros pensaron que no era necesario. Los primeros eran patriotas porque querían fundar unas nuevas patrias, los segundos realistas porque querían continuar siendo parte de la monarquía española. Los diálogos iniciales para zanjar las diferencias no tuvieron oportunidad. Y se inició la Guerra de Independencia, casi toda entre combatientes americanos. Luego de tiempos atroces, de acumular muchas muertes y ruina general, vinieron las conversaciones. Estaba claro para muchos que el proceso de independencia era irreversible. Las circunstancias en la corona no estaban como para alargar una guerra costosa en vidas y en recursos, sin claros signos de alcanzar la victoria. Esa era más o menos la situación hace 200 años en estas tierras en las que hoy vivimos.
Quizás el tema de fondo para el liderazgo más lúcido de la época, era el mantenimiento de una situación que causaba mucho daño a la población, pobreza generalizada, atraso, violencia y corrupción: era una situación insostenible. Habían personas buenas de parte y parte, héroes de fieros combates en ambos bandos. También excesos espantosos de lado y lado. Pero así mismo en ambas partes habían personas convencidas de que un Estado, sea una monarquía o una república, solo se justifica si es capaz de asegurar el bienestar del pueblo. Allí está la razón última de los sucesos que se habían producido hacía unos meses, en noviembre, aquí en estas mismas tierras trujillanas, con la elaboración y firma de los Tratados de Trujillo, por el Presidente de Colombia Simón Bolívar y el representante de la corona española General Pablo Morillo, negociados y redactados por muy ilustres personalidades, todas nacidas en este lado del mundo.
En la España peninsular la situación tampoco lucía apacible, luego de la expulsión de la dominación francesa y del regreso de Fernando VII, quien, después de firmar la Constitución Cádiz del 19 de Marzo de 1812, día de San José, que limitaba su autoridad y mando y le abría a España unas ideas liberales, la traiciona y persigue a sus creadores e incluso a los protagonistas de la derrota de los invasores franceses. Lo llamaban “el rey felón” y, a opinión del historiador y miembro de la Real Academia Española Arturo Pérez-Reverte, Fernando VII era cobarde, vil, cínico, hipócrita, rijoso, bajuno, abyecto, desleal, embustero, rencoroso y vengativo. Y agrega otros calificativos mucho más duros, que por estar en un templo sagrado dedicado a la Virgen de La Paz, no puedo repetir.
Simón Bolívar y Rafael Lasso de la Vega eran americanos y sentían el orgullo de serlo. Bolívar caraqueño, huérfano muy tempano, heredero de una fortuna considerable, fue formado por maestros como Simón Rodríguez y Andrés Bello, a los 16 años viaja a Madrid donde recibe clases de inglés y francés y una educación de calidad: lenguas, matemáticas, historia, filosofía, equitación, danza. Viaja a París, luego se casa en Madrid y se viene a su tierra natal, pero a la temprana muerte de su esposa, regresa a Europa y permanece allí casi 4 años, va los Estados Unidos y vuelve a Caracas para integrarse por entero y convertirse en el principal protagonista de la causa de la independencia y de la creación de las nuevas repúblicas. Ávido lector, orador apasionado, escritor insigne, extraordinario estratega y hombre de acción, perseverante, es la máxima figura de la historia americana.
Rafael Lasso de la Vega nació en Santiago de Veraguas, una pequeña ciudad del istmo de Panamá y se declaraba orgullosamente americano. Estudió en el Seminario Conciliar de la ciudad de Panamá, a los dieciocho años de edad viaja para a Santa Fe de Bogotá para estudiar en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, donde obtiene dos doctorados, uno en filosofía, teología y cánones, y otro en Sagrada Teología y Derecho Canónico. Fue ordenado sacerdote por el Arzobispo de Bogotá el 7 de abril de 1792 y en 1804 fue designado canónigo doctoral de la catedral metropolitana de Bogotá. Iniciados los movimientos autonomistas regresa a Panamá, allí recibió la postulación para obispo de Mérida de Maracaibo, por real cédula de Fernando VII, y el 8 de marzo de 1815 fue preconizado por Pío VII como Obispo de Mérida de Maracaibo y es consagrado por el arzobispo de Bogotá el 11 de diciembre de 1816. Llegó a Maracaibo el 19 de octubre de 1815 y de inmediato inicia la primera visita pastoral a su diócesis que abarcaba un extenso territorio que incluía a Coro, Maracaibo, Trujillo, Barinas, Apure, Mérida, La Grita, San Cristóbal, Cúcuta y Pamplona, donde moraban más de trecientas mil almas, cerca de trecientos sacerdotes, unas 70 monjas, y contaba con diversos monasterios, instituciones de salud y educativas, actividades productivas y otras. Despliega una amplia gestión que incluye la construcción de la catedral y el seminario de Maracaibo, reconstrucción del seminario de Mérida; construye capillas, templos, crea centros de estudios superiores, difundió la educación primaria y secundaria, fundó hospitales, convocó y presidió dos sínodos diocesanos, escribió excelentes y profundos documentos y fundó varias parroquias, entre ellas la de San Juan Bautista de Valera el 15 de febrero de 1820. [1]Carrillo, R. (1973).
Estos dos personajes, en esas circunstancias, se reunieron aquí, hace doscientos años. Los dos estaban muy interesados en conocerse, escucharse, conversar y ponerse de acuerdo en asuntos de elevado interés público. Veamos cómo lo narra el propio Obispo:
“al entrar en Trujillo (por visitar al Señor General Urdaneta) supe llegaría al otro día el Exmo. Señor Presidente. Le ofrecí me sería de satisfacción salir a recibirle; pero que era más conforme hacerlo a la puerta de la Iglesia con los ritos del Pontifical. La constatación de S.E. fue presentárseme a dicha puerta, teniendo yo el mayor gozo de verle edificar a todo aquel Pueblo, arrodillándose a besar la cruz, y luego a las gradas del Presbiterio, hasta que concluidas las preces, di solemnemente la bendición”
De pronto hubiera pasado a visitarle, pero siguió a casa del dicho Sr. Urdaneta, a tomar sopa. Era tarde, de ayuno y me recogí; por lo cual cuando se me convidó, no lo supe, ni se permitió que me llamase; y así no pasé sino a las cinco de la tarde cuando tomaban café. El recibimiento fue todo urbanidad y demostraciones de aprecio y cariño, con todo a como era desearse, a cortos saludos se tocaron los puntos de Patriotismo; Gobierno e Independencia[2].
Ambos estaban de acuerdo en el papel que en los asuntos públicos tocaba a la Iglesia Católica. Así lo reitera el mismo Obispo en el documento citado: “La disparidad, que da a la política anti-eclesiástica, de que el Reyno de Jesucristo es espiritual, y que sus Ministros solo sirven a lo espiritual, queda desvirtuada por la reflexión de San Pablo: “¿si sembramos lo espiritual ¿por qué cegarnos a lo temporal?”. Y luego alude a la frase de Jesús “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios ”utilizada por quienes quieren alejar a la Iglesia de su vocación y compromiso social, por la defensa de la dignidad de la persona humana y la procura del bien común, como fines supremos de los Estados, como los sostiene Bolívar en su Discurso de Angostura, cuando afirma que el Estado se justifica sólo si puede asegurarle al pueblo la mayor suma de felicidad posible.
Luego de este encuentro Bolívar va a sellar la independencia de Venezuela en Carabobo e inicia la campaña del sur. Lasso de la Vega va a Mérida, San Cristóbal, Cúcuta y a Pamplona, se incorpora al Congreso Constituyente de la Villa del Rosario, firma la Constitución de Colombia y despliega una intensa campaña en favor del reconocimiento de las nuevas repúblicas por parte de la Santa Sede. Así lo reconoció la autorizada voz de San Juan Pablo II en su visita a Venezuela, cuando en “el discurso que dirigió a los Obispos de Venezuela en la Nunciatura Apostólica de Caracas el 26 de enero de 1985, a pocas horas de su llegada al país, citó a Rafael Lasso de la Vega, V Obispo de Mérida (1815-1829), “insigne por haber contribuido con su prestigio y mediación, a normalizar las relaciones de las nacientes repúblicas con la sede de Pedro”. Y en la homilía que pronunció ante los fieles congregados en el campo universitario de “La Hechicera” en Mérida dos días después recordó de nuevo al ilustre Prelado. “Gloria de esta iglesia emeritense – dijo – fue también el Obispo Rafael Lasso de la Vega que logró la restauración de la Jerarquía Eclesiástica tras los avatares de la guerra de la independencia. El dio también los primeros pasos para el establecimiento de relaciones entre las nuevas Repúblicas y la Santa Sede”.[3]
En estos tiempos los venezolanos sufrimos una crisis de enormes proporciones, que exigen cambios profundos en la conducción del país. Las conversaciones que necesitamos tener ahora, merecen que las tengamos con la valentía y la humildad con que el Obispo Lasso de la Vega y el Libertador Bolívar sostuvieron aquí hace 200 años. Estos quiebres históricos, estas encrucijadas, tienen dos lados: dice el profesor Otto Sharmer, las cosas que necesitamos soltar y las cosas que están por surgir[4]. Dejemos las cosas que nos dividen y empobrecen, y dejemos que emerge el proyecto de república que está en la Constitución, que dice textualmente:
“Artículo 2. Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”.
Allí está, todo lo que no está allí es necesario soltarlo. Todo lo que impida el cumplimiento fiel del proyecto constitucional hay que dejarlo. Y unirnos alrededor de ese proyecto de país. Los Arzobispos y Obispos de Venezuela, en la reciente CXV Asamblea Plenaria del Episcopado Venezolano, de enero de 2021, publicaron una “EXHORTACIÓN PASTORALANTE LA GRAVÍSIMASITUACIÓN DEL PAÍS” en la que textualmente dice:
“Acompañando e interpretando el sentimiento de la mayoría de los venezolanos, volvemos a insistir que el país necesita un cambio radical en la conducción política, lo cual requiere por parte del Gobierno, la suficiente entereza, racionalidad y sentimiento de amor al país para detener este mar de sufrimiento del pueblo venezolano; y la urgente disposición a fin de encontrar el camino legal y pacífico más expedito, que facilite una transición democrática y nos lleve cuanto antes a unas elecciones Presidenciales y Parlamentarias en condición de libertad e igualdad para todos los participantes y con acompañamiento de Organismos Plurales. Somos conscientes de que estamos pidiéndole al gobierno un acto de valentía; pero esto es preciso por el bien del pueblo, especialmente de los más pobres. Así los venezolanos nos reencontraremos como hermanos y construiremos una Venezuela prospera para todos”.
Y más adelante agrega: “En el 2021 habrá un acontecimiento importante para Venezuela y la Iglesia: la Beatificación del Dr. JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ. Él es modelo de servicio y opción por los pobres, de honestidad y responsabilidad en el ejercicio de la profesión y testigo de la fe en Jesucristo. Debe ser una hermosa ocasión no para que quede en los anales de la historia como un evento significativo, sino como la ocasión para el encuentro que ha de perdurar y que debe tener un claro objetivo: refundar a Venezuela con los principios de la nacionalidad inspirados en el Evangelio”.
Trujillo es la tierra de la paz. Cuicas significa somos hermanos, está consagrada a la Virgen de la Paz, aquí se dio el primer asilo de América, aquí se entrevistó Bolívar y Morillo y se firmaron los Tratados que dieron inicio al derecho humanitario, aquí está el monumento a la paz mundial y aquí se encontraron por primera vez y de manera oficial la Iglesia y el Estado, representados en la valentía de Monseñor Lasso de la Vega y en la humildad del Libertador Bolívar; aquí nació y conformó su serena personalidad el beato José Gregorio Hernández. Invoco estos significativos hechos para que desde aquí se escuche el clamor del pueblo venezolano para para la inaplazable rectificación.
Es tiempo de encontrarnos en los valores expresados en la Constitución, que es y debe ser el proyecto de todos: dice el Artículo 3. “El Estado tiene como fines esenciales la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes reconocidos y consagrados en esta Constitución. La educación y el trabajo son los procesos fundamentales para alcanzar dichos fines”.
Desde este templo, el espíritu de Lasso de La Vega y de Simón Bolívar nos reclaman volver a la Constitución, a la unidad y a la refundación de la Venezuela posible.
[1] Carrillo, R. (1973). El Obispo Lasso de La Vega: Su aporte a la Emancipación de América. Ediciones del Centro de Historia del Estado Trujillo. Citado por: Alexander Olivares. Monseñor Rafael Lasso de la Vega, obispo de la Diócesis de Mérida de Maracaibo y su adhesión a la independencia de Venezuela. Tiempo y spacio versión impresa ISSN 1315-9496-Tiempo y Espacio vol.22 no.57 Caracas jun. 2012.
[2] Lasso de la Vega, Rafael (1821). Conducta del Obispo de Mérida ante la transformación de Maracaibo.
[3] Rondón Nucete, Jesús. 2019. El obispo Laso de la Vega en el acercamiento de la América Hispana al Sumo Pontífice.
[4] Profesor de la Escuela de Gerencia del Instituto Tecnológico de Massachusetts y autor de la Teoría U: