Por: Toribio Azuaje
«Nunca sabes lo fuerte que eres, hasta que ser fuerte es la única opción que te queda» – Bob Marley –
El silencio:
Dicen que la voz de Dios es el silencio, pero el silencio aturde y a veces te destroza. Entonces surge la palabra creadora para orientar caminos. Pero también emerge y sale a flote la blasfemia, escoltada por bocanadas ardientes que destruye en segundos todo lo construido en años.
A mirarte al espejo se incrementa el miedo, al percatarte que si las raíces no son lo suficientemente profundas los cimientos son movidos por el paso del tiempo que nos orada lentamente.
Hemos estado malgastando nuestro tiempo en diálogo de sordos, intentando que se oiga nuestra voz que ya luce cansada ante la indiferencia. Los sueños se hacen añicos por el golpeteo de los minutos que transcurren y pasan en buques repletos de maldad hecha promesas, los colonos llegan vestidos con atuendos lacerantes de egoísmo que empapan los caminos que más tarde debemos transitar.
La vida es un glaciar que se reajusta y se reinventa cada día. No hay un mañana solo hay un aquí y un ahora. Está monotonía nos hacen prisioneros de un círculo vicioso que se mueve entre los intereses de quienes desde el mundo del poder mueven los hilos que tejen tantas mentiras conocidas.
El café, el café glorioso y compañero, sigue siendo nuestro mundo soñado y vivido entre todos, desde lo más inmenso del bosque premontado, asoma su flor vestida de esperanzas ante tanta maldad escondida entre la multitud. A veces pareciera inútil seguirle hablando a sordos que se niegan a escuchar lo real, están tan ocupados construyendo castillos de poder para hacernos más dependientes cada tarde.
Nuestros esfuerzos se pierden en la penumbra de cenizosas noches de la reflexión y del silencio. Crecen más tarde la esperanza que aguarda la mañana para seguir construyendo los sueños del café.
El tiempo:
Siete días, una semana, no hay más, por más que intentemos rendir el tiempo son siete los días que completan este espacio en que dividieron los meses que conforman el año. Así transcurre nuestra vida. Pero en el campo el tiempo no se divide en meses, se mide por las temporadas de siembra, de abonar, de repique, de limpiar, de cosechar. En ello se nos va la vida entera viendo crecer nuestros tripones y los muchachos del vecino, al lado, de las matas de café que van quedando solas con el paso del tiempo.
La monotonía se apodera de todo, cada año es lo mismo, todos los años son iguales; pelear por mejores precios para nuestra cosecha. Ya he dejado de creer en las instituciones, son meros centros creados para adormecer la lucha y la organización. Solo me atrevo a señalarle a quienes nos miran desde lejos sin saber lo que ocurre en nuestros campos; Cuando disfrutes de una humeante y exquisita taza de café, piensa en quién lo produce, «el campesino» que sigue abandonado a la espera de un golpe de suerte que no termina de llegar.