Por: Toribio Azuaje
“Las lágrimas más amargas que se derramarán sobre nuestra tumba serán las de las palabras no dichas y las de las obras inacabadas”.
Harriet Beecher Stowe
Una buena amiga del Núcleo Universitario Rafael Rangel de la Universidad de los Andes, motiva este escrito de hoy luego de los permanentes comentarios que me regala acerca de mis reflexiones desde el conuco. Arsenia Mello, profesora del NURR, me nutre siempre con alentadora voz, de su sabia experiencia de la vida, con una magistral y embriagante manera de hilvanar las palabras, que motivan a que este montón de viejos huesos refuercen y reanimen -como ella dice- “la militancia en la vida digna”. A ella y al profesor Benito Torres mis respetos y mis recuerdos.
La vida es corta y en este tiempo de tránsito por ella, reclama de nosotros compromiso y acción, exige de sus hijos dignidad. El eterno compañero de la vida es el amor, pero este no es nada sin la dignidad que debe acompañarnos siempre. No podemos ser eunucos de pensamiento, de compromiso, de coraje, de valor y de arrojo para hacer valer lo digno y lo amoroso de la vida.
La dignidad se expresa en la condición natural de rectitud, honestidad, respeto, de moral y de ética. La dignidad resume el respeto a los demás y a nosotros mismos, implica no dejarse pisotear ni pisotear al otro. No es digno quien se corrompe, quien roba, quien miente; se aleja de la dignidad quien no respeta a su prójimo y supone ser superior a los demás. No es digno quien se muestra indiferente ante corrompidos ejercicios de poder y negándose a sí mismo, pudiendo hacerlo, no emiten una palabra de condena. Tampoco lo es, quien no respeta la naturaleza, pues ella es el centro de la vida y el ser supremo que nos cobija y nos da la vida. Una vida digna es una vida en humildad.
Nuestra militancia en la vida digna implica la lucha por una vida donde se garantice el acceso a necesidades básicas como la alimentación, la salud, la educación y la seguridad; una vida donde se respeten las libertades individuales y se promueva la participación activa en la sociedad; una vida donde cada persona pueda desarrollar su potencial sin barreras arbitrarias impuestas por los centros de poder.
Dignidad implica luchar por lo que consideramos nuestros derechos como humanos, implica combatir la injusticia donde quiera que habite y en todas sus expresiones y maneras. La dignidad es también el amor al trabajo, de allí que resulte urgente y necesario recuperar la ética del trabajo en una sociedad que premia y bonifica la holgazanería. Toda sociedad se construye cimentada en el trabajo como energía motora y fuerza moral. La dignidad también nos ubica al frente de la lucha por una vida en libertad. Un ser digno, no tolera la corrupción ni las complicidades, no soporta la alcahuetería y mucho menos la blasfemia.
La dignidad no es otra cosa que el respeto. Duele ver seres de viejos compromisos, sucumbiendo ante las trampas que el poder le tiende en un lodazal amalgamado entre la corrupción, la mentira y la traición. Si no luchamos por una vida digna; entonces, a qué vinimos a este mundo. toribioazuaje@gmail.com