Por: Toribio Azuaje
“Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas”.
John Fitzgerald Kennedy
Cuando hablamos de organizar al campesino y en nuestro caso particular al caficultor, no se trata de legalizar una estructura o asociación para servirle de espacio a quienes son puente de entrada para fomentar y adecuar la dominación y la explotación que imponen los centros de poder. Una estructura gremial para que nos resulte útil a nosotros, debe ser lo suficientemente autónoma, independiente, ágil y moderna, que permita construir desde lo que somos y lo que tenemos, un modelo de relación que nos libere, que nos oriente en la construcción de métodos productivos y de comercialización que potencien y fortalezcan al sector primario de la cadena productiva.
Una organización dócil ante los poderes constituidos no es una organización útil, al menos no lo es para nosotros. El poder constituido siempre es el mismo, aunque se asomen nuevos rostros y se construyan noveles narrativas que simulen ciertos estadios de libertad que a final del camino resultan ser inexistentes. Sus redes de poder nos atrapan y ahogan de la misma manera.
No podemos depender de quienes nos explotan y de quienes negocian con nuestras necesidades, tampoco entregar nuestra lucha a traficantes interinos que se turnan en el control de la caficultura. Menos aún en quienes convirtiéndose en mandaderos del poder, cambian su dignidad por mendrugos, a costa del colectivo que se dispersa en el mar de sus propias precariedades. La caficultura está llena de gente noble y trabajadora, gente honrada, hombres y mujeres de corazón bondadoso; esos son quienes deben asumir a tarea de la organización. Pero también, entre los matorrales, se esconden negociantes de luchas, que impiden y frenan el crecimiento independiente y autónomo, a estos hay que identificarlos e impedirles teñir la lucha con su estilo y sus negocios.
Duele tanta maldad reunida en un solo estandarte, duele la complicidad y más aún el silencio, duelen las mezquindades y la envidia. Duele ver que se cultivan enemistades entre la misma clase, dando rienda suelta a egos desbocados, duele en dolor supremo y se siente tanta impotencia ante lo injusto y lo inhumano.
Los caficultores somos un vendaval de sueños en un mundo irracional que nos desgarra. Pretenden convertirnos en instrumento ciego del poder dominante y no nos percatamos del asunto. Los caficultores somos soñadores de libertad en un mar de precariedades y traiciones.
Esta lucha, no es para elevar nuestros egos a pedestales que no nos pertenecen, la lucha debe ser para configurar un pueblo caficultor libre de tantas ataduras que lo obligan a vivir en un mundo de precariedades. Los pequeños y medianos productores jamás avanzarán mientras no le ayudemos en su impulso.
Tanto sufrimiento y tanta traición al campesino no es lo justo. Debe nacer desde nosotros un método organizativo que nos libere y nos reivindique como campesinos honorables y militantes del trabajo digno.
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