Desde el conuco | A pesar de todos los pesares | Por: Toribio Azuaje

 

«Estar inactivo es el camino corto hacia la muerte, ser diligente es una forma de vida; la gente tonta está inactiva, los sabios son diligentes»

(Buda)

El ajetreo nunca cesa, no hay descanso posible, en estás montañas de cafetales siempre hay algo por lo se moviliza nuestra gente. De nuevo se ven bajar los campesinos a hacer sus compras y vender sus productos. Anteriormente, las mulas eran amarradas bajo la arboleda que mi papá y el vecino de enfrente cedían para el reposo de las bestias mientras sus dueños iban al pueblo a comprar lo que en el caserío no podían adquirir.

Ahora los caballos de hierro se unen a la algarabía de quienes bajan o de los que ya regresan a sus casas. Los «peos» de mulas fueron sustituidos por los resonadores de las motos que dejan su estela al subir el repechón que los acerca a sus montañas querendonas. Las motocicletas son el transporte ideal en estos tiempos de escases de combustible. La gente se prepara para las nuevas tareas. Definitivamente el mundo campesino es un mundo movido. Las «rozas» y «las chaguas» ya están listas aguardando las primeras lluvias, para chicora en mano disponerse a sembrar el maíz para los jojotos y las caraotas que garantizan el guisao.

Las bolsas ya están llenas del sustrato y algunas chapolas ya crecen en los viveros que lucen verdecitos aguardando el tamaño ideal para la siembra definitiva. Viveros de café, de cacao, algunas lechosas y otras plantas frutales son el resultado de esta actividad agrícola. Todo esto se produce sin el más mínimo apoyo gubernamental, todo es a pulmón limpio del campesino que sabe a qué atenerse ante unos gobernantes indolentes y ocupados en otros menesteres distintos a la agricultura. Para todo gobierno indolente la agricultura no pasa de ser una pequeña actividad.

Más tarde llegarán los funcionarios a tomarse las fotos en estos sembradíos para ganarse la indulgencia usando un escapulario que no le pertenece. Cómo quien dice, unos sudan la camisa y otros son quienes le cacarean el trabajo.

Son dos mundos distintos, mientras las redes sociales y noticieros explotan con el «affaire» del momento que implica el desmadre de un desfalco que se convierte en el más grande provocado a los bienes del Estado, que en definitiva son los bienes de todos. Mientras esa monstruosidad paraliza el mundo político, el espacio nuestro, la vida campesina sigue su transitar sin atender a esas situaciones que solo traen pesar en nuestra gente. La agricultura nuestra es sin ayuda y sin ningún apoyo, pero con el coraje y voluntad que le imprime el campesino a cada tarea que emprende diariamente. Cuánto pudo haberse hecho con el dinero del desfalco para convertir a este país en una referencia agrícola mundial. No me atrevo ni siquiera a pensarlo.

Habiéndome ausentado unos días del conuco, retorne a mis labores que frecuento realizar en aquel pedazo de tierra que mi padre había dejado como testimonio de su estadía por acá por estos lugares. La verdad es que al llegar comencé a notar de nuevo aquella rutina que se hace tan frecuente del paso de los hermanos campesinos subiendo o bajando de aquella prodigiosa montaña. Por allí pasan todos, y los saludos se entrecruzan entre la calma del campo y la algarabía de los grupos humanos que frecuentan transitar por allí.

Pese a los avatares de la vida nos da, ante un mundo convulsionado por la escasez de valores y aumento de la corrupción tan desmedida. Lejos de ese trajinar que nos dibujan las noticias diarias, el campo continúa su habitual dinamismo que nos recrea un mundo donde los campesinos andan resolviendo siempre sus asuntos entre las dificultades del momento.

La falta de insumos, la ausencia de financiamiento o cualquier otro apoyo, son la vida común de nuestros campos. Nada se ve venir y nada llagará más allá de las promesas en un año donde las elecciones vuelven a copar el escenario diario. La agricultura vive porque nuestros campesinos la sostienen a pesar de todos los pesares.

 

 

 

 

 

 

 

 

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