Del Dios del Maíz a la Virgen de Guadalupe, diálogos de un arte precolombino

Jerusalén, 19 jul (EFE).- Con la conquista española, los pueblos de América escondieron su politeísmo entre la simbología del catolicismo impuesto: «una fusión entre Jesús, María y el Dios del Maíz», resume a Efe la comisaria de una exposición en Jerusalén que desvela el uso de los «alimentos divinos» desde el arte precolombino hasta la actualidad.

Fueron el maíz, el cacao y el maguey más que alimentos para las civilizaciones Olmeca, Maya y Azteca. Constituyeron sus creencias, como muestran las 400 piezas -de la historia desde 1.500 a.C. hasta la actualidad- que la arqueóloga israelí de origen uruguayo, Yvonne Fleitman, ha dispuesto en el Museo de Israel para construir la historia socio-política de Mesoamérica.

«Primero quería mostrar los conocimientos que tenían los pueblos precolombinos, que no eran pueblos atrasados, sino con una ideología impresionante y un conocimiento increíble de la ciencia», explica esta especialista sobre un pasado que utiliza para mostrar en esta muestra la instrumentalización de esos símbolos por el poder y la sociedad hasta la actualidad.

 

EL DIOS DEL MAÍZ

En la región cultural que hoy componen México, Guatemala, Belice, El Salvador y el norte de Honduras, los olmecas expandieron en rutas comerciales tanto su producción agrícola como su filosofía religiosa.

Una época precolombina en la que al maíz, al cacao o al maguey -que comenzaron a cultivarse hace 10.000 años- se los veía como la personificación de las deidades y su árbol como una cosmovisión.

«Las raíces del árbol están en el inframundo, el árbol en nuestro mundo -la tierra-, las ramas están en el cielo donde está el pájaro celestial, y los puntos cardinales, norte, sur, este, oeste», señala Fleitman, en relación a la iconografía intuida en cada pieza expuesta en la primera etapa de la exposición dispuesta de forma cronológica.

El rastro de la mazorca, que ornamentaba deidades como símbolo de poder y fertilidad, entra en la civilización maya, con 60 estados independientes gobernados por dinastías, cuyos reyes asumían la imagen del Dios Maíz, con joyas y alegorías.

Una de las obras del siglo VII más notables de la exposición es la del rey Pakal, Rey de Palenque, encarnando al Dios del Maíz. Un gobernante que vivió más de 80 años ante varias generaciones, por lo que era percibido como una deidad entre una población que moría a temprana edad.

El mito de Popol Vuh, el manuscrito sagrado maya más importante, quien se reencarnó al beber cacao, se narra ante la reconstrucción de la fachada de un templo maya, con tres portalones de entrada, que da paso a otra de las secciones de la exposición, bañada de chocolate.

Allí se exponen las vasijas aristócratas mayas que utilizaban, grandes porque se cree que bebían en grupo, y en las se aprecia la iconografía de las mitología precolombina.

La palabra cacao viene del maya; el «xocolatl» del azteca: «Estamos usando las mismas palabras que ellos tenían y los europeos en España le agregaron canela, que no había en las Indias, en América», reconstruye con una muestra de tazas de porcelana utilizadas en Europa por la alta sociedad.

Porque aunque el maíz era para todos, el cacao, más difícil de cultivar, era solo para la aristocracia.

 

LA CRUZ Y LA MAZORCA

Con las conversiones masivas al catolicismo impuestas por los conquistadores españoles de Mesoamérica (1519-21), la población indígena escondió sus antiguas creencias que prevalecieron. La cruz siguió representando para ellos los puntos cardinales de la cosmovisión precolombina; la resurrección de Jesucristo, la reencarnación de Popo Vah.

Así, en el arte religioso se encuentran mantos de la virgen de Guadalupe -cual compendio de las deidades aztecas- hilados con hojas de mazorca.

Los artesanos locales sincretizaron sus creencias con conceptos europeos, creando nuevas identidades religiosas, que volvieron a manifestarse en la Independencia de México (1810) y la Revolución Mexicana (1910).

La influencia en el arte contemporáneo en las obras de los mexicanos Diego Rivera y Flor Garduño cierran esta exposición, en la que se puede encontrar en sus piezas toda la simbología que reconstruye la narrativa cultural a través de la óptica de los alimentos.

«Los símbolos siempre quedan y los que los utilizan son las personas, los gobiernos o las religiones», concluye Fleitman en la última sala de un recorrido cronológico sobre el rol socio-político de los alimentos, como iconos, para entender la identidad de una región.

Laura Fernández Palomo

Salir de la versión móvil