Mal terminaba el año 1980 para los valeranos. Un 21 de diciembre de ese año, desaparecía físicamente el presbítero e intelectual (escritor, cronista y periodista) Pbro. Juan de Dios Andrade, para ese momento, cronista de la ciudad de Valera. Venezuela entera se vestía de luto en las postrimerías de un año signado por la angustia y la desesperanza. Fallecía un prelado honesto, un luchador democrático, un historiador e investigador acucioso, un periodista y columnista de recia pluma.
En la edición del lunes 22 de ese diciembre de 1980, en primera página en una sentida nota necrológica, el Diario de Los Andes anunciaba el fallecimiento del presbítero Juan de Dios Andrade Albornoz, ocurrido la noche del 21 en una clínica de la ciudad. La noticia llenó de estupor.
Con Juan de Dios Andrade se iba una parte de la historia de Trujillo, se había ido un nombre de verticalidad a toda prueba de una dilatada vocación de servicio público.
El 24 de diciembre de 1980, se sentía el luto en la ciudad de Valera. Los cantos y las músicas de la Navidad tuvieron que cesar. Las palabras jubilosas se quedaron estranguladas en todas las gargantas. El general regocijo daba paso a la dolorosa presencia de la aflicción. Ese día 24, nacimiento del Niño Jesús, el pueblo acompañaba al padre Andrade a dar su último paseo por las céntricas calles de la ciudad que tanto defendió y que amó hasta su último suspiro.
La ciudad enmudeció
Toda Valera lloró puntudamente aquel 24 de diciembre, cuando se paseó por última vez por las calles de su amada ciudad antes de su sepelio.
La ciudad de Valera había enmudecido, lloraba por la pérdida de uno de los hombres más profundamente enraizados en la sensibilidad de sus hombres, de sus mujeres, de su juventud. Se marchaba, sorpresivamente, un gran defensor de la justicia. Porque ya no estaría en medio de la ciudad ese baluarte de la verdad.
Juan de Dios Andrade quedó en la memoria de todos, tras la pasión de un hombre por el ideario bolivariano, por la justicia, por la libertad y por la paz.
Manantial una prosa agradable
Hojeando sus escritos periodísticos y algunas de sus obras literarias, nos topamos con artículos donde manaba como cristalino manantial una prosa agradable y de claro contenido ideológico bolivariano, y de asuntos morales, educativos, políticos y religiosos.
En él vivía la formación del hombre terrenal, del ciudadano común, de las leyes divinas y humanas, fueron una constante en las preocupaciones e inquietudes de este distinguido venezolano, merideño pero regionalizado trujillano por más de treinta años.
Vida dinámica y fecunda
La existencia del padre Andrade, de abiertos horizontes, fue una vida dinámica y fecunda, en el amplio marco del que hacer religioso, periodístico e histórico. Una existencia adherida al destino del hombre, de aquí que su crítica se levantaba sólida y fuerte, en procura de mejorar el ambiente del individuo, de la sociedad y del estado. Y, su crítica en aras del bien común y por la salud moral del hombre, llevaba, con su alta dosis de valentía, a veces, una pesada carga de mordacidad y hasta de saña inteligente y bien dicha. Era severo en el contexto de lo justo y de lo humano.
Con honradez cristiana
Fue un hombre recto de gran personalidad. Un sacerdote ejemplar.
Se nos ha dicho, reiteradamente, que, el padre Andrade ejerció su sacerdocio con honradez cristiana, y en la larga noche de la tiranía perezjimenista abandonó el púlpito para defender, con todos los riesgos, los sagrados principios de la democracia y de la libertad.
Escribió, en abundancia, sobre distintos temas de orden político, religioso, moral, educativo e histórico, que reflejaron, indudablemente, las justificadas angustias del sacerdote y del hombre. Su moral fue la moral cristiana, y su preocupación capital estuvo orientada en la moral individual, en la moral de conjunto (familiar), en la moral política y social. Fue un inmenso admirador de Bolívar y los principios bolivarianos.
De una cultura sólida
Fue un orador de grandes recursos y fue verdaderamente superior en la prosa de las ideas, que remataba con excelente maestría.
Con una cultura sólida, de erudito, apeló, como ya dijimos, a la mordacidad para criticar y corregir entuertos, pero la mayoría de sus artículos y escritos tuvieron un sentido aleccionador, bajo la premisa de enseñar y educar, exaltando virtudes y censurando vicios, y siempre divulgando conocimientos, bajo el influjo dominante del realismo y una fe cristiana sin dobleces. 38 años han trascurrido desde aquel diciembre de 1980, cuando se marchó un hombre de extraordinarias virtudes.
Árbol de raíces poderosas
Ese 21 de diciembre se despedía un gran rebelde. Un rebelde contra la injusticia, contra la mentira y el engaño, contra la maldad. Porque él era fuerte como árbol de raíces poderosas, profundas, contra el cual se rompe y despedaza la tempestad enfurecida, el embate del huracán. Así lo demostró siempre, cuando fue necesario defender su dignidad de representante de Cristo. Como valiente soldado, en todo momento estuvo listo, con el escudo diamantino de su carácter, con la fulminante espada de su palabra, para dar la batalla contra los malvados, contra los hipócritas, contra los lobos vestidos de piel de oveja. Cuantos tuvieron la osadía de medir sus fuerzas con las suyas, tendidos quedaron en el campo de la lid.
Coincidencias de la vida
El 21 de diciembre de 1980, se cumplían 18 años, en que un gran amigo suyo, el padre José Humberto Contreras, se marchó a la eternidad. Entonces Valera, profundamente conmovida, pudo observar como de los labios del padre Andrade, temblorosos de emoción, brotaban las doloridas palabras de la despedida… ¡Qué coincidencia! El 21 de diciembre de 1962 dejó de existir aquel hombre de grata recordación. El domingo 21 de diciembre de 1980, se fue de la vida el padre Andrade. Para ir en busca de su entrañable amigo. Ese día, los dos adalides, los dos campeones celebraron, con estrecho abrazo, su emocionado reencuentro.
Su última aparición en público
El padre Andrade era oriundo de Tovar, donde nació el 2 de noviembre de 1907, su formación sacerdotal la cuaja en el Seminario de Mérida. Arriba a Valera (antes había estado en Trujillo y Carache) en 1952 donde en 1958 en la iglesia San Juan Bautista dio el histórico discurso en contra de la dictadura, “Rogativa de Libertad”.
El Padre Andrade aparecía en público por última vez, el 17 de diciembre de 1980, es decir cuatro días antes de su fallecimiento. En aquella ocasión su figura salió a la calle para rendirle tributo a su gran admirador, Simón Bolívar, el Libertado, con motivo de conmemorase la fecha de su muerte.
Ese día la figura del Libertado fue exaltada en un acto solemne en la Casa de Camaina, el presbítero Juan d Dios Andrade como orador de orden, daría su último discurso, ese día se escucharía por ultimas su voz reflexiva y a la vez contentaría, rebelde, pero siempre en procura de enaltecer los ideales de la patria, del Libertador, en luchar en favor de las causas noveles y en pro de una mejor sociedad y de la libertad. Con un emotivo discurso el Padre Juan de Dios Andrade se despedía, el numeroso público asistente a dicho acto jamás imaginó que aquel 17 de diciembre de 1980 vería de pie y con su firmeza característica a uno de los grandes robles de la ciudad de Valera.
Huella eterna…
Recibió en vida todos los reconocimientos posibles. Hacemos abstracción a los pocos errores que pudo haber cometido (como humano y como intelectual), para afirmar que la existencia del padre Juan de Dios Andrade fue positiva y ha dejado honda huella en el medio donde actuó convencido de que lo hizo por el bien y la felicidad de su pueblo.
Se marchaba el Padre Andrade con la modestia, con la sencillez que le acompañó siempre La Iglesia ha perdido uno de sus obreros más cumplidores con su deber. La Sociedad valerana perdió a uno de sus valores más representativos.
Cuando sus despojos mortales cumplen 38 años de su último trayecto, todos debemos decir a una sola voz: Padre Andrade, su huella será eterna…
Referencias y consultas: Archivos DLA. Dr. Raúl Díaz Castañeda. Testimonios del Periodismo Trujillano, Luis González.