Cuando bajaron las carabinas de La Mocotí, 1898 / Por Oswaldo Manrique

Sentido de Historia

 

 

 

 

Al “Chato”, la cabeza le daba vueltas de tanto pensar. No eran las nalgas, las que le dolían, que a pesar de los brincos y rebrincos de las cabalgaduras, se habían portado resistentes y a la altura del vic vac. Seguía las medicaciones que le daba el Dr. Manuel Araujo, su pariente, y se hacía cuando podía, los baños de ponchera de agua fresca con sábila y mejorana, que siempre le calmaban. Experimentaba desde meses antes, agudas molestias cuando noticias que desde Mérida le llegaban, corroboraban el favoritismo que sentía el Presidente Espíritu Santos Morales, por sus tradicionales enemigos: los “Lagartijos”. Ahora, la cosa cambió: anuncian la separación y autonomía de los Estados. Buena ocasión para cobrársela al “Tigre de Guaitó” y a la “Gonzalera”, y movilizar desde todos los rincones de la región, la tropa para aventarlos del poder.

Le había jurado al viejo y enfermo “Ño Fuán”, que recobraría el gobierno para la familia. En sus adentros el “Chato”, diría: – ¡Trujillo es godo y de bandera colorada! Era muestra del rencor que arrastraba, desde la paliza recibida en el 92, la que lloró en La Puerta, junto con los terribles “Pinto” Bernardino Silva y el “Calzones Negros” Palomares.

 

 

Cuando discurría el año 1898

 

 

Difícil apartarse de lo apasionante que es abordar la vida, acciones, razones políticas, ideológicas y pasiones de los rebeldes trujillanos, particularmente los del tiempo de caudillos y de la deslumbrante virilidad. Impresiona esa combinación de lo anecdótico, con las colosales decisiones y acciones militares. Parecen, aunque suene cándido, peleas de seres inalcanzables, como proveídos por los dioses, que sólo pueden ser vistos a la distancia, cabalgando sobre las crestas de la Cordillera de La Culata. Por ello vale sí, dar a conocer los hechos -sin duda sangrientos -, como enseñanza de lo que no debe repetirse entre trujillanos, entre hermanos, la ausencia de tolerancia y de reconocimiento del contrario político, lo que, amplía el gentilicio y orgullo regional y local.

 

 

¿Quién podía pensar que algo fútil, era la motivación de esta revuelta?

 

 

En términos generales, se gozaba de una paz de tregua. Estando apoyando y al servicio del gobierno del Presidente de la República electo, general Ignacio Andrade, las fuerzas liberales “lagartijos” y también las oligarcas “ponchos” trujillanas, las dos causas políticas “contradictorias” entre sí, respaldándolo; asimismo, al presidente del Gran Estado Los Andes, general Espíritu Santo Morales, quien se inclinó y protegió a la gente de su compañero de causa liberal, general Rafael González Pacheco, quienes prevalidos de ese apoyo, no desperdiciaron la ocasión para hostilizar a sus contrarios oligarcas.

Vino la separación de los Estados «y esto fue suficiente causa para disputarse el mando y hostilizarse entre sí» (La Riva, 85). Causa y oportunidad para los “Ponchos”.

El 11 de mayo de 1898, el General José Manuel Baptista con gente armada toma Valera, fue el inicio de hostilidades. Contaron con los batalladores godos del Valle de Bomboy, Miguel Delgado, Pancho Ramírez, los Burelli, los Palomares de la Puerta, Noé Matheus, con ellos, los temidos Terán de “La Cañada de Mendoza”, Bernardino Silva “el Pinto”, y Rafael Abreu, de “El Cumbe” (Crespo, 53). Luego, pueblos como Sabana Mendoza, Pampanito, Niquitao, Boconó, Sans Souci, “La Encomienda”, en el páramo La Cristalina, “Tierra Morada, Zanjón del Rincón, “Las Aguaditas” sintieron el peso de las bestias y cabalgaduras de los “ponchos” conservadores.

 

 

El desmedido desafío del “Chato” Briceño

 

 

Unas semanas antes de la decisiva confrontación, el general Montilla Petaquero, recibe un mensaje del «Chato” Briceño, general de las fuerzas araujeras, en términos similares a esto: <<General si es tan valiente, vamos a vernos las caras en Pueblo Llano, lo desafío a pelear, con las armas que le dé la gana>>. Montilla, como jefe del ejército liberal, estando en Mérida, y mientras meditaba el reto y la vehemencia por plantear batalla, del Chato, a quien llamaban el terror de los lagartijas, el «Atila» trujillano, fue apertrechado en armas y municiones por el presidente del Gran Estado los Andes, general Espíritu Santo Morales.

El mismo Espíritu Santo, asumió comandar la guerra contra los oligarcas araujistas y batisteros que jefaturaba el general Blas Briceño alias “El Chatico”, quien atrincherado en Jajó le exigió la revancha, es decir, desafió al combate al general Rafael Montilla Petaquero «El Tigre de Guaitó», y este lo buscó en “Pueblo Llano” donde lo había citado, se molestó al no encontrarlo allí, lo buscó también en “Las Porqueras” de Timotes, y por último, se fue a enfrentarlo <<en el Alto de Durí, donde forzosamente paró, acatando órdenes del general Morales>> (Gabaldón, 117). Esto es anecdótico, el “Tigre” buscando al “Chato”.

 

 

El colosal y decisivo choque en Jajó

 

 

El 6 de junio de 1898, ocurrió en «La Loma de las Palmas», sitio cercano a Durí, uno de los hechos más sangrientos de la historia trujillana. Duró 5 horas. Fue un encarnizado, absurdo y obstinado combate, que según algunos historiadores, aseguró la tranquilidad y la estabilidad política y militar de Trujillo, del Gran Estado los Andes, y del país.

Minutos antes del combate, como parte de lo anecdótico ocurrió algo, que incluyó en su testimonio el historiador Fabricio Gabaldón, pues encontraron que un ingeniero de nombre Luis Vélez, que formaba parte del Estado Mayor del ejército liberal, sacó un plano topográfico del sitio y lo abrió en una mesa, fue clavándole alfileres de colores y banderillas, indicando a los oficiales liberales el orden de ataque.  En eso llegó Montilla Petaquero, metió la cabeza por entre el grupo y dijo en altavoz:

– Déjese de pendejadas doctor Vélez; ¿Usted como que cree que con alfileres y muñequitos vamos a derrotar al enemigo? si quiere coja un mauser y véngase conmigo para que vea cómo peleo yo» Frescura providencial>> (Gabaldón, 118); lo que bastó para librar a todos los oficiales del inconveniente en que los había metido el ingeniero y su plano.

El general Morales ordenó el ataque, distrayendo al enemigo con un ligero tiroteo, mientras el atrevido general Montilla avanzaba en la vanguardia y observó que sus rivales <<habían dejado sin ocupar unos riscos o peñas que los dominaban en altura; se aprovechó del descuido con las habilidades que tenía de experto cazador, y seguido de los suyos que lo secundan, inició desde los riscos o peñas mencionados el combate; con la sorpresa de Morales que, lo ve empeñarse sin su orden, y con el espanto del enemigo al verse dominado en altura. Piedras enormes diseminadas en el terreno que ocupan, las hacen rodar al campo enemigo, y con el desastre que estas ocasionan en el trayecto recorrido, juntamente con los gritos de entusiasmo y los certeros disparos, le ocasionaron a sus contrarios, la más completa y vergonzosa derrota, como no se recordaba otra en suelo trujillano>> (Gabaldón, 118).

El general liberal Perfecto Crespo, en su memorial, anotó: <<las tropas godas se concentraron en Jajó. Las fuerzas del gobierno liberal que llegaban de Mérida, y las trujillanas que pasaban por “Pajarito” y “Tuñame”, resolvieron atacarlos en su propio patio: Jajó. El General Montilla entró en Jajó cayendo este pueblo «bajo la planta de los soldados adversarios>> (Crespo, 55). Destruida su fuerza de combate, los generales Araujo y Briceño, emprendieron la retirada.

El recordado historiador, colega y amigo Arturo Cardozo, escribió: <<El numeroso ejército conservador es derrotado y perseguido. La tenaz persecución transforma aquella derrota en veloz fuga que solo termina cuando los insurgentes llegan a la estación ferroviaria de Motatán y, bajo el efecto del pánico, asaltan los vagones que los conducen a La Ceiba; luego embarcan para Maracaibo>> (Cardozo, 258).

Para los puertenses, este episodio de guerra fratricida, tiene un significado especial que va más allá de lo legendario de este hecho, como continuación de la sangrienta batalla de Durí-La Mocotí-El Portachuelo, en 1892, sino porque personajes locales estuvieron involucrados en la lucha por consolidar la estabilidad de la República. La historiografía no ha incluido ni reconocido la importante participación de hombres sencillos, campesinos, de nuestras montañas, que sin ostentar el mote de generales, quizás algunos con grado de coronel y oficiales, se la jugaron en esta fase del proceso histórico trujillano; por eso, la necesidad de reescribir la historia, rescatándolos y visibilizándolos.

 

 

La retirada, desmoralización y el pánico

 

 

El “Chatico” viendo la debacle y la pérdida de hombres y posiciones, producto del avance rápido y la barbarie de los “lagartijos”, entró en pánico, y llamó a un «sálvese quien pueda», abandonando el sitio de confrontación, lo que aprovechan los liberales para la persecución, resultando una retirada que se perfilaba como caótica, al no respetar el lógico orden de batalla.

A toda prisa, huía “El Chatico”, de las balas, pero más velocidad le imponían los macheteros del “Tigre Montilla”, que iban tras él, persiguiéndolo. Su cara era de miedo y de derrota. Vencido en el 92, y vencido en esta batalla y por los “mesmos”.

La derrota que sufrió el ejército del general Pedro Araujo Sánchez, y el general Blas Briceño alias “El Chato“, considerado hasta ese día el Atila trujillano, el invencible, se dieron a la fuga ante el incontrolable avance y “carga a machete” de los indios montilleros. En la huida el “Chato”, <<encontró refuerzos quienes al verle la cara de espanto les contestó «asómense y verán por lo que juigo yo”, palabras que fueron suficientes para contagiar terror; y a la voz de: sálvese quien pueda, las armas son arrojadas, los grupos se dispersan y los jefes haciéndose unos a otros competencia en la velocidad de sus cabalgadura, ganan a Motatán, asaltan en su confusión las máquinas y vagones del ferrocarril>> (Gabaldón 119). Los refuerzos eran la poca gente que bajó de La Mocotí con el general Leopoldo Baptista.

En efecto, el general Morales, se había movido desde Mérida sobre Trujillo, uniéndose a él, el doctor González Pacheco y el general Rafael Montilla, y atacó a las fuerzas que habían en Jajó al mando de los generales Pedro Araujo y Blas Briceño, <<y después de cinco horas de combate, emprendieron Araujo y Briceño la retirada, que fue protegida por el doctor Baptista y cinco oficiales que se habían movido de La Mocotí con ese objeto y en auxilio de Jajó>> (La Riva Vale, Alberto. Anales de Valera. Página 85. Valera. 1988). Es aquí cuando entra a participar la gente de la serranía de La Culata. Se entiende que eran algunos oficiales y su pequeña y selecta tropa.

Al irse en fuga, los «Chateros» son perseguidos por los macheteros montilleros, dispersos en varias direcciones. El “Pinto” huyó por el Cumbe, donde se echó tiros con unos de la retaguardia liberal. Perfecto Crespo, apuntó que como parte de la huida de los derrotados conservadores, <<Por el camino de Valera a Jajó, en la Quebrada de Cuevas, nos hicimos unos tiros con una guerrilla fugitiva del célebre “Pinto” Bernardino Silva>> (Crespo, 57). El “Chato” Briceño aprovechando la acción de Baptista y sus oficiales, se metió por unas intrincadas trochas hasta llegar a la estación del ferrocarril en Motatán.

 

 

Los fusiles salvadores que bajaron desde La Mocotí, en 1899

 

 

Pudiera percibirse como algo enviado por la divina providencia, en el preciso instante de su casi degollamiento. La tradición oral, menciona que el rebelde Sandalio Ruz, que había roto relaciones políticas y de amistad con el “León de la Cordillera” y sus seguidores, participó en la retirada de los godos. El empinado Sandalio, con su porte patriarcal, se convirtió gracias a su conocimiento de esta zona, su destreza y capacidad para movilizarse y esconderse, en maestro de la lucha guerrillera y la emboscada. Como auténtico paramero, de niño, le tocó salir de cacería con sus mayores y conocer la profundidad de la montaña, y el desplazamiento del venado, conejo de monte, o báquiro, para comer carne buena. Fue una autentica escuela y leyenda para su tropa, incluyendo a Mitrídates, su fiel guardaespaldas, a Fidel Rivas y Juan Torres.

Sandalio tenía tiempo distanciado del Partido Conservador, había roto con el general Juan Bautista Araujo, el célebre “León de la Cordillera”, sin embargo, Leopoldo Baptista, lo convenció para esa jornada y formaron la fuerza salvadora de la retirada y las vidas de los araujeros. Según la tradición oral, y así lo recordaban descendientes de Mitrídates Volcanes, su lugarteniente, que Sandalio no le perdonó al “León de la Cordillera”, que le negara el apoyo en su ataque a la «Gonzalera»; pretendía “Ño Fuan” que el Coronel y su gente, quedaran burlados y saqueados en sus bienes.

Cuando fueron a hablar con Sandalio, allá en Los Aposentos, según Ramón, nieto de Volcanes, a Leopoldo Baptista lo acompañaba su socio el «Jurungo» Burelli, quien iba con Cesáreo Parra, el yerno Antonio Parra, y Rito Pabón, vecinos, hacendados y montoneros de la zona, además, militantes de la causa goda. Toñita Carrizo, la esposa, los atendió y cuando escuchó mencionar que las fuerzas liberales la comandaba la “Gonzalera”, inmediatamente se le revolvieron las tripas, recordando el saqueo de su casa y sus tierras. El coronel Ruz, se lanzó nuevamente a la guerra para frenar a los que habían arrebatado la hegemonía política a los “ponchos” en la región.

José Antonio Burelli alias el “Jurungo”, de 52 años (Giuseppe Zenone Burelli Raffelli 1846 – 1920). Se sentía seguro en sus andanzas y correrías, porque poseía además de su inseparable revólver, un fusil de ligeros guáimaros, que según él, era de mayor precisión. Como se acostumbraba en ese tiempo, fue con sus dos hijos mayores, en esta experiencia de acciones excepcionales de montoneras, Cristino, de 26 años de edad, igualmente, Francisco Alberto Umberto, uno de los mayores de la familia Burelli, quien desde niño disfrutó de la cacería, también inclinado por la carrera militar y Pedro Mario Burelli García, con 24 y 18 años de edad respectivamente; es posible que el bisoño José Américo, que años después sería legendario general nacionalista, también los haya acompañado. Los guerrilleros cordilleranos, limpiaban sus chopos con aceite y gas plan (kerosene), antes de hacer uso de ellos, pero ese día, lo que bajaron por el desfiladero, fueron máuseres nuevos.

A los «araujeros» solo los amparó, de los macheteros montilleros, la operación militar de Leopoldo Baptista y los caudillos francotiradores de La Puerta, entre ellos Sandalio Ruz, Mitrídates Volcanes, “El Jurungo” y su hijo Umberto Burelli; el «Macho» Palomares, y unos pocos que los acompañaban, que les permitió a la gente del «Chato» Briceño y de Pedro Araujo, llegar a Motatán, tomar el ferrocarril y salvar la vida. Era lógico que Baptista se hiciera acompañar de los baquianos de los vericuetos de La Mocotí y las montañas liberadoras de las Siete Lagunas.

Baptista y sus oficiales, se habían ubicado en el Filo del Granate. Le sudaba el catalejo, cuando observó las posiciones y avanzada de los dos ejércitos en batalla. Bajaron de La Mocotí y dispusieron una línea de bloqueo, desde donde pudieran practicar “el tiro de cachito”, que obligó a los perseguidores, a abandonar la «carga a machete», que se habían propuesto sobre la tropa araujera oligarca.  Los primeros en caer producto de los tiros, fue el jefe de los perseguidores, desplomándose de la mula. Esperaron, y más atrás, el que lo sucedió o sustituyó en la jefatura fue certeramente herido, sin ser derribado de su bestia, y graneadamente cayeron otros, lo que conmocionó a los macheteros “lagartijas”, que los frenó en su desaforada cacería. El fusil de sistema Máuser era un arma de repetición que podía cargarse para un nuevo disparo, con un movimiento de su palanca de armar. Servía para parar las persecuciones, porque el largo de los fusiles impedía su manejo en los combates a corta distancia. Con estos disparos lograron detener la persecución, salvando a los godos derrotados.

Entre los caudillos montañeros de La Puerta, que nombra como inventario de godos el general Perfecto Crespo, en sus memorias, está el guerrillero conservador y baptistero Miguel Delgado (Crespo, 53); un hacendado oriundo de Mendoza, que se radicó en La Puerta, en 1893, fue propietario de la casa N° 4 de la Calle Real, hoy avenida Bolívar, colindante con la casa de los Carrasquero, y por el otro costado, con la casa de Juan Pedro Lamus, padre de don Audón (Abreu B,  201). Por la seriedad, patrimonio en riesgo y nivel de compromiso de los participantes de La Puerta al llamado de Baptista, se notan las diferencias políticas muy marcadas con el clan Araujo, el otro bastión del conservadurismo, que se había alzado y atrincherado en Jajó.

El filosofal Cesáreo Parra, aunque no hacen referencia de él, asentado en la Media Loma, fue un hombre vinculado y leal a los Burelli, demostró gran destreza como tirador y casi siempre, con buenos resultados en sus incursiones, de igual forma Rito Pabón, acostumbrados a la cacería de montaña, y además, gente de pelea.

El último montonero de La Puerta, porque sobrevivió a su comandante Sandalio Ruz. Con poco más de un metro cincuenta de altura, Mitrídates Volcanes, campesino, siempre alegre y cantando, fue diestro para camuflarse en la selva serrana, para ir a cazar, gozando de buena puntería. Mitrídates Volcanes, lugarteniente de Ruz, según la tradición familiar, salía de cacería, pero estando en la casa de La Maraquita, habitualmente sacaba del escondite y hacia el mantenimiento de su fusil.

Crespo de igual forma menciona al «Macho» Palomares, Carracciolo Palomares, también conocido -según el historiador Guillermo Morón- como el legendario «Calzones Negros», fue considerado el mejor francotirador del Valle de Bomboy, le achacaban la autoría de varios “tiros de cachito”, tenía su propia guerrilla integrada por sus hermanos y sobrinos. A los meses, de esta confrontación, negoció con el general Montilla, y éste,  lo incorporó a su ejército, como uno de sus lugartenientes. Adquirió fama como francotirador, sus compañeros le tenían respeto y miedo. Carracciolo y sus hermanos, hacían competencias con Rodulfo Terán, de familia terrateniente de Mendoza, seguidor de los Baptista, y fue famoso por su puntería.

Las largas y frías carabinas que fueron sacadas a la pelea, por estos parameños, inclusive cabalgando, gozaban de ventaja frente a la tropa de infantería. Esos campesinos, al disparar sus municiones de largo alcance, sonreían, porque sabían que el armamento que estrenaban superaba el 90% de efectividad.

Fueron estos personajes locales, parte de los hábiles y arriesgados cazadores de la serranía de La Puerta, considerados una especie de élite de la tropa goda y pesadilla para los “lagartijos”, quienes pudieron contener la tenaz persecución del enemigo y salvar a la tropa del «Chato», despavorida por aquel cruel y sangriento combate.

Al año siguiente, el general y jefe de los liberales Rafael González Pacheco, y el general Leopoldo Baptista, jefe de los oligarcas trujillanos, pasaron a hermanarse en el gobierno nacional. El general Rafael Montilla, líder de los campesinos sin tierras, pasó ahora, a ser enfrentado por estos generales, uno, su amigo y el otro, su enemigo, por la fuerza campesina y militar que representaba, como por sus ideas y obras de redención social.

Este mes de junio, se conmemoran los 126 años, de aquel trágico y fratricida hecho de armas, en el que se involucró un grupo de hombres de la serranía de La Puerta, en 1898, que conspiraron por la defensa de sus intereses de hacendados, militantes de la causa conservadora, quienes ayudaron con su astucia, experticia y valentía en la fase de culminación de una derrota en batalla, su experiencia y conocimiento en asuntos de armas y tiro, y asimismo, su tenacidad en la protección de la retirada como operación militar. Salvando la vida a muchos de sus coterráneos.

 

Fondo de portada: tomado de Despojos Inconformes, de Neller Ramón Ochoa.

Así, se hicieron presentes estas carabinas salvadoras, sombra protectora salida de las montañas de La Mocotí, los Aposentos, Garabulla, La Cañada, San Martín, Quebrada Seca, Media Loma, La Maraquita y La Puerta, dándole una respuesta favorable a la vida. Se salvaron los godos. Insisto con esta nota, que en La Mocotí se erija un monolito o monumento como símbolo de la fraternidad trujillana, para que nunca más se produzcan enfrentamientos violentos entre hermanos. Los gobernantes tienen la palabra.

 

 

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