Para millares de venezolanos que han visto como vivir en su país se convirtió en una tragedia los últimos años, sin posibilidades de dotar a sus familias de lo necesario para sobrevivir, especialmente en lo que se refiere a alimentación, salud y seguridad, emigrar se convirtió en una necesidad o alternativa válida.
Como el ingreso al vecino país por los pasos oficiales: San Antonio, Boca de Grita o Ureña, por el Táchira, Paraguachón, en el Zulia, o El Amparo, en Arauca ha permanecido cerrado por el gobierno venezolano en muchas ocasiones últimamente, los venezolanos han tenido que recurrir a las llamadas “trochas”, veredas abiertas en los bosques, enfrentándose a todo tipo de riesgos, comenzando por la presencia en ellas de elementos armados que impiden el paso a todo aquel que no les pague en efectivo los peajes fijados a la fuerza.
También el cruce por el río Táchira ha sido tomado por la guerrilla o por bandoleros, no solo colombianos sino también venezolanos.
Pero esos peajes no solo son impuestos por guerrilleros sino también por algunos uniformados de la Guardia Nacional venezolana que de esa forma “redondean” los míseros sueldos que reciben por el servicio de vigilancia que prestan en aquellos apartados e inhóspitos lugares del país.
Y a pesar de esos riegos y costos, para el 2021 se calculaba en cerca de 2 millones la cantidad de venezolanos refugiados en Colombia, la mayoría después de haber ingresado por los llamados “caminos verdes”, o mojados cuando lo han hecho cruzando ríos o caños.
Ese es el caso de Alicia, una madre que narró lo que representó su odisea desde que salió de Caracas hasta llegar a Bogotá donde encontró la seguridad, en todos los sentidos, que sintió haber perdido en su querida Venezuela.
─De Caracas a El Vigía no tuve problema ─refirió. Me vine en un autobús en el que pagué 20 dólares, porque no aceptan bolívares, pero de ahí en adelante hay que ingeniárselas para pasar a territorio colombiano.
Dijo que en el terminal de pasajeros de El Vigía no es difícil conseguir un chofer que diariamente lleve al interesado hasta la frontera en un carro de los llamados piratas, aunque están a la vista de las autoridades ahí destacadas.
─Ellos mismos se te ofrecen para hacer el viaje hasta La Fría, por el que cobran 20 dólares, dólares, no bolívares, aunque eso es solo por el transporte porque a los guardias hay que darles también en cada alcabala, comenzando por la de Coloncito.
Pero también existe otra entrada por Boca de Grita, saliendo por Puerto Santander, norte de Santander, cruzando el río en una canoa y pagando diez mil pesos al canoero, pero es más lejos y hay más peligro.
Cuando el viajero sale de territorio venezolano el viaje continúa en un vehículo todo terreno, 4 x 4 y el interesado debe pagar 50 mil pesos al chofer, desplazándose por un sector conocido como Guaramito, por un camellón que, supuestamente, fue construido por guerrilleros, en el que también existen alcabalas y en cada una el pasajero debe pagar 5 mil pesos, fuera de los 50 mil que cobra el chofer.
Explica la mujer que en los peajes, los pasajeros no tienen ningún contacto con los guerrilleros. El chofer, que ya ha recogido los 5 mil pesos de cada uno, se los entrega al recolector del grupo irregular.
Son hombres fuertemente armados, cargan lo que creo son fusiles, y digo creo porque yo no sé nada de armas, señala nuestra entrevistada.
Informa que los hombres armados revisan los equipajes de los pasajeros para ver que llevan, pero no les piden identificación alguna ni revelan a qué grupo pertenecen. Sólo se interesan por los pesos que debe pagar cada uno.
─Ellos y el chofer son amigos porque uno los ve conversando amigablemente y cuando nosotros llegamos a ese sitio yo escuché cuando el guerrillero que parecía ser el jefe le preguntó, “compadre, ¿qué nos trae hoy? espero que algo bueno”.
Calcula la mujer, que a diario son muchos los 5 mil pesos que los guerrilleros reciben en cada uno de los peajes que tienen en ese camellón, como cree también son muchos los choferes que hacen ese recorrido llevando venezolanos para el vecino país o de regreso por alguna causa.
Por último, informa que prácticamente tienen su terminal en las cercanías de la cárcel de Cúcuta, donde la persona debe tomar otro carro para llegar al terminal de pasajeros de Cúcuta y abordar un autobús hasta Bogotá, recorrido que se hace entre 16 y 18 horas sin ningún problema.
Y aquí estoy, buscándome una nueva vida, mejor que la que tenía en mi querida Venezuela, concluye Alicia su relato.
Hugo J. Boscán
CNP 301