Cristóbal Mendoza: una ausencia incompresible | Por: Yherdyn Peña y Joffred Linares

Desde que el hombre en la lejanía de la edad de piedra erigió el primer menhir, procuró rememorar, sembrar en su memoria, recordarle a las presentes y a las venideras generaciones la existencia de aquellos que partieron de este plano físico terrenal. Desde este prehistórico y sencillo monumento mucha agua ha surcado por entre las bases del puente de la historia y mucho se ha diversificado y complejizado el acto de rememorar, de tributar respeto e incluso admiración y hasta adoración por aquellos que enrumbaron sus pasos por la senda de la infinitud.

Desde ese modesto acto, desde esa expresión primitiva de trascendencia, el hombre ha procurado hacer perenne la huella de sí mismo en la tierra, y particularmente, ha buscado distintos mecanismos para forjar esa huella en la memoria colectiva de los pueblos, de esta manera, las sociedades humanas se han vuelto constructores y ritualizadores del pasado. Hoy, en este tercer milenio acudimos como nunca antes a la confrontación implícita entre el arquetipo y los estereotipos.

Por esta razón, en esta ocasión optamos por lanzamos a las devoradoras fauces del tiempo, procuramos cual quijotes enfrentarnos a los terribles molinos del olvido, del egoísmo, de la mezquindad, de la irracionalidad y de la excesiva racionalidad, del desinterés, de las miserias; hidras de la desmemoria y de la desvalorización del ejemplo útil, del servicio abnegado, de la prometeica acción civilizadora de los hombres y mujeres del ayer que en el presente resuenan como eco de una conciencia republicana aún en construcción.

Recorremos laberínticas cavernas, en las cuales los recuerdos son devorados por las penumbras de intereses modeladores de una ciudadanía reducida al fasto y a la orgiástica acción conmemorativa de la efeméride. Hoy, nos enfrentemos a una resurrección simbólica del arquetipo que, a su vez, ha devenido en signo, en símbolo, en ícono de lo venezolano y de la venezolanidad.

Hoy, refulgente el espacio de la veneración se desprende de sus imposturas, de sus rictus acartonados, del repaso contemplativo y repetitivo, ese espacio que para el transeúnte desprevenido pudiera ser considerado un Olimpo menor – o una especie de purgatorio para semidioses – hoy, entra en juego en la “cesera” de quienes hemos optado por reflexionar, analizar, interpretar a este espacio y a los hombres y a los nombres que en él reposan.

El Panteón Nacional, ese templo de la nacionalidad, ese refugio – morada del héroe venezolano, pero que, alertamos: ¡no puede ser visto como simple osario! Es él, espacio en el que se condensan (o al menos eso se pretende) los valores y las virtudes del ser republicano; del ser y el quehacer ciudadano. Es el Panteón Nacional el recinto del prócer, del héroe; ese prototipo modelador, el ejemplo que se supone palpita en la conciencia de todos quienes habitamos esta tierra de gracia.

Es conciencia, muy distante del delirio. Es conciencia, internalización, aprehensión de esa ética que proyecta quién es reconocido y se exalta; a quién se eleva al Panteón Nacional. Pero también este homenaje ofrecido se ha pretendido que devenga en mero culto inconsciente, con sus respectivos sacerdotes quienes usufructúan los dividendos derivados del mismo.

Frente a esto, es bueno señalar que Carlyle nos indica que:

…el culto al héroe existe eternamente y en todas partes, no sólo la lealtad, extendiéndose desde la divina adoración hasta los más bajos menesteres prácticos de la vida. Si la inclinación ante el hombre no es mero simulacro, en cuyo caso es preferible no aplicarla, es culto de los héroes, aceptación de que en presencia de nuestro hermano hay algo divino”. (Carlyle, en Franceschii, 1999, p. 35).

 

Esa pareciera ser la síntesis de la realidad que se ha vivenciado en torno al Panteón Nacional y a quienes allí reposan su descanso eterno: divinidad y simulacro. Divinidad que convierte en dogma aquello que el héroe o el prócer representa; y fundamentalmente lo expuesto por lo sacerdotes propulsores de su culto. Simulacro a través del cual se busca en la aplicación del rito la mitificación y prolongación del hacer histórico del conmemorado; del héroe, del prócer.

Frente a ello, es necesario también clarificar qué se interpreta por héroe; de qué manera es entendida esa categoría que parece resumir el deber ser del sujeto social. Frente a esto, indicamos lo expuesto por Cambell quien señala que:

el Héroe, es “…el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones, (agregando que) el héroe ha muerto en cuanto hombre moderno, pero como hombre eterno -perfecto, no específico, universal -ha vuelto nacer. Su segunda tarea y hazaña formal ha de ser […] volver a nosotros transfigurado y enseñar las lecciones que ha aprendido sobre la renovación de la vida”. (Campbell en Franceschi,1999, p. 39).

 

Muerte y nacimiento; ciclos propios de la existencia humana. Muerte física que lo limita, lo contextualiza, lo enmarca dentro de su propia coyuntura histórica y que pierde espacio y posibilidad de errores presentes y futuros. Nacimiento dentro del estrato de la inmortalidad y la perfectibilidad del ser. Se hace desde este segundo nacimiento en referente incuestionable para el constructo social en el cual habita su recuerdo. renace trasmutado en experiencia de vida obligada para los integrantes de este constructo sobre el que incide su influencia. También es bueno recordar con Carlyle, que amerita el sujeto para ser considerado héroe el reconocimiento de un “otro” que lo eleva a tal condición.

Es así, que el Panteón Nacional en su casi siglo y medio ha sido sin lugar a dudas epicentro del culto a nuestros héroes. Es el templo consagrado socialmente para este fin. Pero de este, también han emergido los respectivos caballeros templarios – en quienes a fines de cuenta reposa la responsabilidad primaria de dicho culto – y por ello, en este momento nos interrogamos con muchos otros: ¿Están todos los que son? Y ¿Son todos los que están en el Panteón los héroes de Venezuela?

¿Por qué en algunos casos que al parecer nuestro merecen ser considerados para su inclusión en este espacio para tributarle homenaje, aún no ha existido oferentes en este orden? Y ¿Por qué, existen algunos personajes con reprochables antecedentes y han logrado escalar hasta la cúspide de los homenajeados?

¿Qué imbricaciones se generan en la dualidad homanajeante – homenajeado y qué discursos se producen hacia el colectivo social como derivación de esta relación? Esta realidad en Venezuela ha sido ampliamente estudiada e interpretada desde el arquetipo fundamental de nuestra nacionalidad: El Libertador y Padre de la Patria, Simón Bolívar.

Es Simón Bolívar, el padre de los dioses y semidioses que en galería son exhibidos para reflexión y ejemplo de imberbes escolares al igual que de sosegados intelectuales; que sus nombres y retazos de sus discursos y señalamientos de sus obras resuenan estridentemente en la vocería de organizaciones y partidos políticos.

En Bolívar subyace esa relación derivada del culto y de toda la liturgia que de éste se deriva. Invitamos para reforzar esta afirmación a Carrera Damas (2011, p.25) quien desde su crítica mirada indica:

La República de Venezuela nació […] al amparo del rechazo y la condena del que había sido proclamado y reconocido como El Libertador y Padre de la Patria. Por ello no ha faltado quien interpretara el desbordado culto a Bolívar como una permanente y creciente forma de expiación del parricidio espiritual cometido en 1830.

Y remata Carrera Damas de seguido indicando que:

La repatriación en 1842 de los restos de Simón Bolívar marcó el propósito político gubernamental de poner un paliativo a la disputa de la independencia, que cobraba nuevo vigor en el seno de la clase dominante venezolana, casi a partir de haber culminado la fase bélica inicial de la misma en 1821 – 1824. (Carrera, 2011, p. 25).

 

Podemos con estos señalamientos remarcar un origen bastante distinto al que de manera pública se indica que es el propósito del mismo. Desde acto de expiación hasta propósito político para disipar la pugnacidad engendrada del propio proceso de independencia se convierte en el justificativo originario de este culto. Ahora, por qué, hombres con méritos comparables con el propio Bolívar siguen ignorados por la clase política dominante que, a fines de cuenta, es quien erige al héroe al recinto último de su reposo.

El culto fundamental a Bolívar a lo largo de los años se ha ido refinando y el Estado y los gobiernos de turno lo han utilizado como amalgama indisoluble para convertirlo en:

Esa suerte de potencia inspiradora, pero sobre todo legitimadora, de semejante empresa que se consideraba regeneradora de la sociedad, (la ideología bolivariana y el culto derivado de ella) fue no solamente concebida sino montada y organizada, en escala nacional, como una ideología de reemplazo, al servicio directo del Estado por vía de la acción gubernamental, y fue promovida con gran empeño para la satisfacción intelectual y espiritual de un genuino devoto y practicante del culto a Bolívar. (Carrera, 2011, p. 29).

 

Por qué razón entonces, algunos de estos hombres, con aquilatados méritos no constituyen como Bolívar y quienes lo acompañan en el Panteón de los grandes venezolanos en el objeto de culto similar. Por qué estos, no son vistos o no han sido vistos por esa clase política dominante como esa “potencia inspiradora”.

Sabemos entonces que existen ausencias que se hacen inexplicables a la luz de la razón, que resultan incomprensibles frente a la acción ética que exhibieron en su período vital, que no se corresponde con su obra magna y ejemplarizante, que hoy por hoy sirviera de luz orientadora en los valores que sustentan o debieran sustentar la venezolanidad.

Este seminario de los trujillanos en el panteón, nos hace reflexionar no sólo en torno a los coterráneos que han tenido ese privilegio reservado para unos pocos (menos de uno de los venezolanos por año en promedio han sido exaltados al Panteón Nacional), sino además de aquellos que de la misma manera han visto su luz en tierras trujillanas y que le han brindado al país grandes aportes y no han sido considerados para este privilegio.

Seis de nuestros trujillanos reposan en la actualidad en el Panteón Nacional (todos verdaderamente bien merecidos); sin embargo, podemos repasar algunos nombres que han sido obviados como, por ejemplo, Antonio Nicolás Briceño, Arnoldo Gabaldón y Cristóbal Mendoza. Cualquiera de los presentes (o de los futuros lectores de estas líneas) pudiera ampliar rápidamente esta lista. Sin embargo, no es este el objetivo del presente trabajo, queremos detenernos en un caso particular: el de Cristóbal Mendoza, primer Presidente de la República de Venezuela.

¿Qué razones han provocado el exilio de Cristóbal Mendoza del templo de los inmortales? ¿No reúne acaso los méritos necesarios para ser considerado a tal honor? ¿Han sido insuficientes los aportes de este insigne trujillano a la nación venezolana? ¿Su conducta ética no se corresponde con un modelo que satisfaga a quienes se han erigido en los sacerdotes de ese culto? Pero, más importante aún: ¿Qué referentes éticos se desprenden de la figura de Cristóbal Mendoza para el pueblo venezolano de hoy?

Frente a estas interrogantes; puede uno lanzarse a la aventura de las explicaciones fáciles y tradicionales. Dichas explicaciones se centran entre otras cosas en que se privilegia el militarismo por encima del estrato civil, sin embargo, en el caso particular de los trujillanos en el Panteón Nacional desmonta esta apreciación puesto que de los seis, cinco representan al mundo civil, por tal razón el jurista Cristóbal Mendoza no se encuentra en minusvalía con los otros trujillanos que ya arribaron al Panteón.

La segunda respuesta plausible es la tradicional concepción de que la independencia se constituyó en el cero semiótico de nuestra historia y por ende los sucesos y personajes de este período son privilegiados por encima del resto, pero una vez más, nuestros trujillanos, desmontan tal argumentación puesto que el 66% de los exaltados no protagonizaron en dicho proceso, y más aún, el 50% de ellos, corresponden al siglo XX; y adicionalmente, el propio Cristóbal Mendoza si fue protagonista de primer orden en la gesta independentista. ¿Y entonces?

La tercera de las posibles respuestas que pudiera explicar satisfactoriamente es la visión del centralismo desde la cual se ha concebido y construido la historiografía nacional, por lo que, se señalaría la posibilidad de marginación de nuestro personaje como producto de su origen provincial; sin embargo, el estado Trujillo en promedio igualaría a cualquier entidad (menor a seis) y una vez más se desmorona tal explicación.

Una menos común y mucho más particular se referiría a la posibilidad de poco reconocimiento por parte de quienes los conocieron o quienes de una u otra manera, sirvieron de cronistas a su tiempo; sin embargo, puede encontrarse entre otras cosas, que José Luis Ramos (quien para señas mayores es el padre de la crítica literaria en Venezuela) dice: “Cristóbal Mendoza, incorruptible magistrado, cuyo pecho inflamó la excelsa llama del patriotismo. Sabio de ilustre fama” según este personaje, Cristóbal Mendoza es expresión de honestidad, amor por la patria y de sapiencia significativa y ampliamente reconocida.

Por su parte, el eminente Rafael María Baralt (de seguro conocido por todos nosotros) se expresa de este patricio trujillano de la siguiente manera:

A Mendoza, abogado, natural de Trujillo, nadie podía en Venezuela disputarle el saber ni la virtud pública y privada, se distinguió por su inteligencia y erudición, tanto como por la pureza en el ejercicio de la abogacía. Patriota ardiente y denodado. Tenía un alma fuerte, un espíritu elevado. Fue modelo de virtudes. No transigió ni con el crimen ni con el abuso cualesquiera que fuesen la ocasión, las personas y las circunstancias”

Fijémonos, se reitera el compendio de virtudes que caracterizaron a este insigne hombre impulsado por el vendaval de circunstancias que atropellaron las vidas de los hombres de su tiempo, inteligencia, probidad, honestidad y profundo sentido patriota describen una personalidad que en definitiva para nuestro parecer deben ser consideradas como ejemplos a seguir por las nuevas generaciones.

De igual forma, Cecilio Acosta, señala que, “El doctor Cristóbal Mendoza, ilustre abogado, gran patricio y grande administrador”. Síntesis de la probidad en el ejercicio de su profesión, de su acción como funcionario al servicio denodado por las causas más nobles del país. Mientras que, el historiador Vicente Lecuna se refiere de él indicando que “El doctor Cristóbal Mendoza, sabio jurista, político eminente y probo, antiguo miembro del poder ejecutivo de Venezuela”. Probidad e inteligencia recurren de manera consuetudinaria en cada una de las referencias que se encuentran sobre este ilustre entre los ilustres.

Otro destacado trujillano como Mario Briceño Perozo nos refiere que “Cristóbal Mendoza [es] el sabio que no muere nunca”. Y además se refiere a Don Cristóbal Mendoza como “Abogado de la Libertad”. Se hace latente la perennidad de este hombre y de sus valiosos aportes y los principios nobles que condujeron su accionar. Se reconoce en él una lección por ser aprendida por los trujillanos y los venezolanos.

Simón Bolívar se refiere a éste como un “modelo de virtud y bondad útil». Y en el marco de la campaña admirable, hace el llamamiento a sus servicios con las siguientes frases: “Venga Vd,, sin demora. Venga. La patria lo necesita. Yo iré por delante conquistando y Vd. seguirá organizando, porque Vd. es el hombre de la organización, como yo el de la conquista” (en Briceño, 1990, p. 103).

Por su parte, el historiador y político Ramón J. Velásquez (1972, p. 53) expone respecto a Mendoza que, “Fue de la misma calidad de Sanz Peñalver o Roscio. Venezolano de pecho a espaldas. Su nombre permanece porque asumió total, íntegramente sus responsabilidades y no rehuyó sacrificios. Y finalmente, el doctor Marcos Rubén Carrillo (1972, p. 17) expone: “En él encontramos todo lo que tiene de útil el saber, de grande el amor a la patria, de generosa la abnegación y de venerable la virtud”.

Con estas amplias referencias, más la abnegada entrega por la patria y la amplia obra que este ofreciera al país, con Rojo (2016), señalamos que, “El que una vez defendió en batallas legales a los indígenas, dio el título más alto a un venezolano y fue el primero en dirigir los destinos de la recién nacida República, merece recibir los honores de reposar en el recinto más alto donde reposan los héroes de la patria”.

Sus retos, hoy en el olvido en la iglesia de Altagracia (tal como lo refiere el historiador Guillermo Morón), nos llevan a la inquietante suposición que, a tan intachable currículo, este prócer trujillano, padezca un castigo póstumo a causa de quienes heredaron sus blazones. Ese, su apellido que ligado a diferentes gobiernos supieron obtener dividendo para amasar una importante fortuna y la suficiente influencia política… sin embargo, éstas son simples especulaciones, y hoy nos queda tan sólo el compromiso por unir esfuerzos para que, de una vez por todas, Cristóbal Mendoza sea reconocido no sólo para ser elevado al Panteón Nacional sino para ser conciencia activa y moralizante en la formación de ciudadanos ejemplares tan necesarios en los aciagos momentos que atraviesa nuestro país.

Cristóbal Mendoza, es signo formativo indispensable y no comprendemos cómo a pesar de los principios que encierra, aún la clase política, la academia, y los diferentes grupos de estudio no han procurado su adecuado estudio y que siga siendo su figura y su ejemplo, una ausencia incomprensible tanto en el Panteón como en la conformación de nuestra conciencia.

 

 


REFERENCIAS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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