“No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia.” Isaías 41:10
A lo largo de la vida pasamos por momentos en los que la ansiedad y el miedo se apoderaba de nuestro ser llevándonos en ocasiones a la desesperación y a la angustia. Pero hay una fuerza interior que nos impulsa a seguir.
Aunque en ocasiones, no solucionamos las cosas y menos aún encontramos paz o esperanza. Pero siempre, al final, una luz se aparecerá. La adversidad presentada como un huracán se desvanece.
Vivimos esos tiempos con nuestras propias fuerzas, con creencias sobrevaloradas; con nuestras propias reglas, llenas de rebeldía y soberbia. Al final de la adversidad solo descansamos un tiempo y provocamos la próxima pero la paz nunca nos llega.
Hace unos años pase por un torbellino de confusiones: sentimentales, problemas financieros, acepté que yo no lo podía hacer en mis fuerzas. Derrotado, clamé a Dios y no saben… Él me mostró el camino hacia Jesús y, desde ese momento, todo fue tan diferente. Entendí que no tenía solo que decir que creía en Dios, por el contrario, debía creerle realmente y para hacerlo tenía que conocerlo a través de su palabra.
Ustedes se preguntarán: ¿Qué hizo Dios para que yo le crea? Pues bien, después que clamé por su ayuda, todo salió bien. La adversidad se transformó en bendición, solucioné mis conflictos, y, además, crecí económicamente y como persona me volví más humilde y paciente. Fue entonces que comencé a oír a los cristianos hablar de la Palabra de Dios. El primer versículo que atentamente escuché fue uno que sin antes haberlo oído ni leído yo ya lo conocía: Jeremías 33:3 “Clama a mí y yo te responderé, y te mostraré cosas que tú no conoces.” (Lbla)
Ese día me convertí en un hijo de Dios, creyéndole y confiando en que Él me libra del lazo del cazador y de saetas que vuelen de día y del terror nocturno. Hoy, mis reglas son las de Él y sus mandamientos mis creencias, sigo siendo humano y sigo equivocándome, por eso en las adversidades renuevo mi fe y fortalezco mi confianza en Dios.
A veces la vida no es justa y los humanos cometemos errores, pero tratemos de enfrentar a Goliat no como yo lo hacía. Dios es nuestra fortaleza, al miedo vamos a afrontarlo como lo hizo David y con sabiduría resolvamos nuestros conflictos como Salomón. No nos permitamos perder la esperanza, porque con Jesús la luz nunca se apaga y nos volveremos valientes porque contamos con Dios, nuestro Padre Celestial, quien siempre nos sostendrá.