En estos “días santos” con restrictivo confinamiento, manos amigas nos legaron con destino a la biblioteca en Isnotú, una caja de libros de diferentes contenidos y formatos; al sacarlos de la caja, cada uno de ellos hace su propia levantisca sobre la inquieta curiosidad de un “entretenido de libros”, quien disfruta y juega con la sugerencia que el formato, título y tema ofrecen a la vista de la portada, invitándole como un “pase adelante” hacia la página índice, que nos dice del camino andado por sus autores, como en una abierta feria de libros. Entre todos, destaca por su volumen y dimensiones, tres kilos de peso entre carátulas y páginas de bella impresión, exuberancia en cantidad y calidad de fotografías a pleno color, buen contenido narrativo por destacados expertos e impreso por firma de Japón “en papel libre de ácido”, para una importante empresa mexicana; en la portada, sobre una foto del majestuoso quetzal mesoamericano resalta el título “LAS AVES Y EL HOMBRE, vínculos a través del tiempo”. Como seguramente entenderá el lector de este artículo, no pude resistir la tentación de enredarme en la sensualidad de la textura, color y narración de sus páginas, y por algunas tardes de estos días disfruté -enlazando con lecturas y vivencias- una nota para hacer los bucles de estas líneas al trazo de la pluma con la que les escribo.
Los seres humanos somos parte de la categoría especies vivas sobre la biosfera de la Tierra y nos vinculamos muy íntimamente a esos seres con los que compartimos la esencialidad maravillosa de la vida. De allí emerge nuestra existencia; compartimos diversos elementos componentes con los de otros seres sobre el Planeta. Esa realidad nos nutre y acompaña desde los tiempos generadores de nuestra especie humana y seguirá existiendo hasta tanto persistamos como especie humana sobre la Tierra. Refranes populares y otros dictados de fábula, dan cuenta de ese vínculo con ejemplares enseñanzas derivadas en correspondencias de conductas humanas y de la animalidad.
Ese vínculo lo hacemos de manera muy amplia con aquellos que como nosotros integran la familia de los mamíferos, con muchas cercanías en diversos parecidos y con los cuales solemos desarrollar relaciones empáticas de alta significación, por lo cual son destacadas mascotas que acompañan la cotidianidad de muchas personas de toda edad y sobre las cuales cabalgan afectos, juegos, protección, ayuda, investigación científica, diversiones, acrobacias, guerras, compañeros de vidas heroicas o mendicidad e infinidad de otras manifestaciones de la aventura humana; algunos con tal significación que quedaron registrados con nombre propio en nuestra historia. También han acompañado a la aventura de los viajes extraterrestres, como arriesgada avanzada de comprobación sobre las posibilidades para la vida en esos espacios; memorable Laika, la mundialmente famosa perrita cosmonauta.
A la par de los mamíferos sobre los cuales cabalgamos muchas experiencias vitales, hay otros animales que parecen cabalgar sobre los humanos y pueblan su imaginación con intensa vinculación que acompañará la vida del sapiens/demens hasta cuanto sea nuestra existencia. Los animales en las aguas, los reptiles y los insectos también forman parte de esas vinculaciones donde temor, tentación, seducción, asombro, misterio, peligro…, inundan el imaginario de los seres humanos a lo largo de las historias de lucidez y demencia de la condición humana.
Con las aves el vínculo está fortalecido por esa habilidad que tienen para volar. Con la belleza de su vuelo suspiran los sueños en cada persona que “quiere volar” para elevarse hacia una mirada amplia del entorno, superar obstáculos, viajar lejos y también, disfrutar el gozo del aire cuando se quebranta la ley del grave Newton, con la firmeza del ejercicio de desplegar las alas para elevarse.
De modo pues que con los animales y de manera superlativa con las aves, la especie humana ha alimentado y vinculado sus mitos, creencias y ritos en una extraordinaria riqueza de humana zoología real y mítica. Vladimir Acosta, buen historiador e investigador, profesor en las Escuelas de Sociología y de Letras en la Universidad, autor de diversas obras con temas apasionantes, tiene también una con el seductor e intrigante título: “ANIMALES E IMAGINARIO: la zoología maravillosa medieval”; muy recomendable para ociosos imaginativos.
Al amanecer, mientras la oscuridad se va aclarando, es cuando se hace más notable y variado ese acompañamiento de las aves saludando al sol y su presencia vital; gallos y guacharacas alborotadores, palomas en las cornisas y hasta el pequeño trinar e inquieto vuelo de los canaritos tejeros o el zumbido de alas del colibrí con su ágil desplazamiento, levantan la energía de quienes se disponen hacia el despierto encuentro con las horas del día; en verano y espacios abiertos con siembras, el alborozo y variedad es mucho mayor. Por las tardes, loros y guacamayas hacen despliegues colectivos y sonoros coros vesperales antes de recogerse para dormir la noche. El arquitecto Fruto Vivas, gran poeta del espacio en el vivir humano, inspirado en los nidos concibió su propuesta del “árbol para vivir”, hacia la experiencia de potenciar el vivir como las aves.
Actualmente existen unas 10.000 especies de aves extendidas por el planeta a excepción de los polos. Esa intensa actividad, vuelos, sonidos, colores, universalidad, anidación y puesta de huevos, están interrelacionadas y son posibles porque las aves y los mamíferos, obtuvieron de manera evolutiva la homeotermia, lo que les permite ser predominantes; las aves tienen el doble de azúcar en la sangre que los mamíferos y eso explica su mayor actividad y presteza.
Incluso el extenso mar tiene una variedad de aves que acompañan en sus viajes a los marineros, quienes intercambian sus descripciones del mundo con fabulosas historias; un buen ejemplo son los pelícanos que los árabes conocían por al-catruz, es decir “cubeta” debido a su mandíbula, cuya papada carnosa y sensible utiliza para sacar bocanadas de agua y pescado; con el tiempo ese nombre se extendió a las aves grandes del mar y hasta dio nombre al islote del famoso penal de California, donde -según la novela- fue encarcelado el legendario “hombre-pájaro”. La palabra castellana alba, “blanca”, los transformó en albatros cuando los marineros se aventuraron en los mares del sur y el océano Pacífico; su acompañamiento se considera de buen augurio por los navegantes, quienes en sus supersticiones les consagraron como las almas de sus camaradas muertos, por lo que matar alguno es ofensa a sí mismos y a sus hermanos.
Según una antigua fábula hindú, una hembra de pelícano alimenta a sus crías muertas con la sangre de su pecho abierto y les devuelve la vida; idea que recogieron los cristianos asociando con el derramamiento de la sangre de Jesús crucificado para que el humano creyente pudiera resucitar a la vida eterna, núcleo central de esa religión. ¿De dónde vino esa rara historia de una madre que alimenta a sus crías con su sangre?. Seguramente del flamenco que es la única ave, aparte de la paloma, que produce una especie de “leche” para alimentar a sus crías de “pico a pico”. Mientras que la “leche” de la paloma es blanca, la del flamenco es roja. Quizá un viajero de la antigüedad al pasar por un humedal donde anidaban flamencos, pudo observar este fenómeno extraordinario y supuso que el líquido era sangre. Luego su historia, de boca en boca, fue transformándose hasta que las identidades del flamenco y del pelícano, mucho más conocido, acabaron por confundirse. Conservo la imagen juvenil al pasar frente los humedales entre Barcelona y Puerto La Cruz, y también entrando a Cumaná, de hermosas bandadas de flamencos con sus crías; me habría gustado haber observado este extraordinario fenómeno de la naturaleza; la eliminación de esos humedales nos duele la ausencia de los “pelícanos-flamencos”.
Otra ave muy vinculada con el cristianismo es la golondrina tijereta que retorna a Europa al comienzo de la primavera en una cierta coincidencia con la Semana Santa y por tanto se asocia con la Anunciación y la Crucifixión. De hecho como tiene la cara y la garganta roja, se dice que trató de quitarle a Cristo la corona de espinas y los clavos de la cruz. Adicionalmente dado que durante siglos se creyó, que hibernaba en el lodo durante el invierno, su reaparición en Semana Santa se interpretaba como signo de resurrección. Creencias que fueron reforzadas por muchas historias bíblicas apócrifas, muy comunes en la edad media. También al jilguero con su cara roja se atribuye haberle quitado a Jesús las espinas en la frente y cejas, así su imagen se volvió símbolo de sacrificio, sufrimiento, muerte, resurrección, que se entreveran al relato de la Crucifixión. Oscar Wilde en “el ruiseñor y la rosa” recrea la historia de sacrificio del ave cantando clavado su corazón en la espina de la rosa blanca para hacerla roja y darla al amante para la desdeñosa amada. El tema es hermoso y extenso, volveremos… con la cabeza llena de pájaros !