Cocinar en leña / Por Jesús Matheus Linares

Sentido de historia

 

La cocina siembre ha sido un símbolo que identifica a los valeranos, desde el siglo XIX, cuando se preparaban las cabezas rellenas de gallina y  se hacían a leña, al igual que las mana manas, un delicioso pescado lacustre, traído desde el lago de Maracaibo,  que desde tiempos inmemorables ha formado parte de la dieta gastronómica de los habitantes del pie de monte andino junto a cambures verdes sancochados.

Hasta 1940, ya en plena Segunda Guerra Mundial, los alimentos que preparaban en las cocinas de las casas valeranas, eran cocidos con leña. La leña era el combustible que se usa frecuentemente. En la antigua calle real, hoy avenida 10 entre calle 15, ya en la salida para Santo Domingo, que antes era la vía para ir a Mendoza y La Puerta, en el sector conocido como “La Gallera”, estaba el señor Miguel Semprún, un chejendino que llegó a Valera y montó su negocio de venta de leña, el distribuidor al mayor de este producto indispensable en las cocinas de ese entonces. El negocio de Semprún daba al frente con la casa de don Armando Ramírez y era vecino de don Héctor Aponte.

Allí concurrían todos los valeranos a comprar su tercio de leña, que lo conformaban entre doce a catorce trozos de madera, cuando era un tercio pequeño, que costaba un bolívar, cuando el tercio era grande porque traía entre 24 y 25 trozos costaba un bolívar con un real, es decir Bs. 1,50.

La leña venía desde diversos lugares, había unos proveedores que la traían desde La Mata, Sabana Libre, San Juan, Las Cruces y “Palo Abrazado”, a lomo de burros, también venía de La Honda, un sector que estaba detrás del viejo Cementerio en la finca de Ernesto Mendoza.

 

 

Cuando las personas o marchantes  llegaban a “Palo Abrazado”, hacían una para obligada en la bodega, del señor Pedro Viloria, donde se tomaban un guarapo de papelón, se comían un amasijo,  a veces había paledonias (cucas) o acemas y comparaban cigarros luego proseguían su marcha hacia Puente Cano,  y pasaban la quebrada de Escuque, ubicada la hacienda de don Pedro Terán hasta salir al viejo cementerio, al lado del Hospital Nuestra Señora de la Paz.

El propio Semprún, en su viejo camión Ford, de estacas, traía los leños desde Chejendé, y había uno muy popular entre los consumidores, el llamado “leño negro”, que daba buena brasa, pero también los había de cují, vero, guamo  entre otros.

Ya con el gobierno de Medina Angarita, aproximadamente en 1941 empezaron a llegar a la ciudad, las cocinas a kerosene, dábamos un gran salto en el consumo de combustible, dejábamos el combustible vegetal (leña) y entrábamos en la era del combustible fosilizado a través del petróleo, con sus dos derivados más importantes: el kerosene y el gasoil.

Juan Abreu y Compañía, Cobrapsa de Bracho Padrón, Pedro Rosario Maggi y Muchacho Hermanos, se convirtieron en los comerciantes que distribuían las cocinas de kerosene, de una, dos y tres hornillas y las había hasta con horno. También empezaron a llegar las neveras a kerosene. De niño recuerdo una nevera que tenía don Humberto Hernández, el papá del doctor Elbano Hernández y el doctor “Ñio” Hernández en su casa, que parecía un robot.

También ya a finales de esa década de los 40, comenzó la proliferación de los radios RCA Víctor, las rockolas, victrolas, las lámparas Coleman. Estábamos en pleno auge del progreso, los norteamericanos junto a los aliados habían derrotados a las fuerzas alemanas, niponas y el ejército de Mussolini. Se respiraban nuevos aires de desarrollo.

jmateusli@gmail.com

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