Clases en la ULA: llegó la hora de mudarse a la virtualidad

Ante  la comprobación de que en al menos durante este año será inviable un regreso a las actividades  académicas presenciales,  las autoridades, profesores,   alumnos y personal administrativo de la Universidad de Los Andes, diseñaron una estrategia para la continuidad académica  sustentada en el uso de distintos recursos tecnológicos que apoyen la educación virtual o a distancia. La tarea no es sencilla y se avanza en medio de la motivación pero también de la incertidumbre ante un contexto en el que la enfermedad Covid-19 es sólo una de los tantos obstáculos a vencer.

 

 

 

Adelfo Solarte/DLA

ANÁLISIS. La pandemia obliga a reinventarse a 30 mil universitarios

Mucho antes de que el virus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad pandémica Covid-19, apareciera en la vida de los venezolanos – a mediados de marzo de este año-  ya en la Universidad de Los Andes (ULA) los profesores se las ingeniaban para que las clases presenciales no se detuvieran  por causas de problemas amargamente tan cotidianos como la ausencia prolongada del servicio eléctrico, la falta de efectivo para pagar el transporte, la crisis de la gasolina, los conflictos políticos y sociales, o la precariedad de unos sueldos de miseria que se evaporan en los bolsillos del personal docente.

O lo que es lo mismo: eso que llaman “nueva normalidad”, “normalidad relativa”,  u otros nombres exóticos que intentan explicar una realidad donde lo anómalo se vuelve corriente, ya era parte de los universitarios ulandinos antes de la pandemia.

Por lo anterior, si bien para universidades como Cambridge, en Inglaterra o Harvard, en Estados Unidos, las andanzas del Coronavirus ha obligado a declarar la necesidad de que los venideros períodos académicos de 2020,  e incluso de inicios de 2021,  sean asumidos de forma virtual o semi presencial, para la ULA la misma coyuntura revela  no un solo problema complejo, sino la continuación de varios obstáculos, propios de una Venezuela en crisis profunda, ahora agravados por la Covid-19 y su amenaza constante a la salud pública.

 

Escenas como éstas, en un aula cualquiera de la ULA, no se verán hasta bien entrado el 2021.

 

Virtualidad desde hace rato

Las decisiones, a lo interno de la ULA, sobre la manera de afrontar la crisis académica generada por la presencia en Venezuela de una pandemia que ha puesto contra la pared a varios países, incluso desarrollados, pudiera dar la impresión de un camino  azaroso e improvisado. Pero esta lectura, en el caso de la ULA,  es, cuando menos, injusta por varias razones.

Para empezar, incluso las universidades más prestigiosas del mundo, con todos sus recursos, tecnologías y servicios propios del primer mundo,  han tenido que aceptar que el Coronavirus trastocó el ritmo académico basado en la presencialidad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la enfermedad  Covid-19 ha supuesto una de las crisis más importantes que ha vivido la humanidad en los últimos 100 años. Es decir, la pandemia  implica respuestas más o menos urgentes, lo que lleva a correr contra reloj.

Por otro lado, es importante recordar que la ULA creó la Coordinación de Estudios Interactivos a Distancia (Ceidis) el 7 de julio de 1999, como “entidad encargada de garantizar el desarrollo” de este tipo de modelo educativo, y si las cuentas no fallan hablamos  21 años de camino recorrido en este ámbito, ahora sobrevenido como alternativa lógica ante el llamado de las autoridades médicas mundiales a mantener “el distanciamiento físico” – también llamado “distanciamiento social” – lo que lleva a evitar la tradicional forma académica de  interacción presencial entre estudiantes y profesores.

En definitiva, lo de asumir la virtualidad, a partir del uso de herramientas tecnológicas para impartir las clases, no es – en el contexto de la ULA – un tema nuevo, ni mucho menos surgido de la presencia del Coronavirus. Lo nuevo es la escala de aplicación de las estrategias virtuales, que en esta ocasión se deben implantar en toda la universidad, en algunas materias que hasta marzo de 2020 sólo se ofrecían de forma presencial. También lo nuevo es la urgencia de reordenar procesos, formar y capacitar a docentes y estudiantes, adaptar recursos, replantear ciertos contenidos y estrategias de evaluación.

Pero, como reveló el documento, “Diagnóstico de las Potencialidades de Reinicio de la Universidad de Los Andes”, elaborado por una comisión de esta casa de estudios y presentado a inicios de julio, el camino para llegar a concretar ese reinicio está lleno de obstáculos y de no poca polémica por parte de profesores y alumnos, no tanto por la opción virtual, sino por las condiciones generales para su aplicación. Claro, también hay datos alentadores.

 

Medianamente conectados

El pasado viernes 16 de julio el Consejo Universitario de la ULA aprobó el reinicio de clases no presencial. La decisión, celebrada por unos y cuestionada por otros, se sustentó en un estudio previo de la situación denominado “Diagnóstico de las capacidades de la Comunidad ulandina para un posible reinicio de actividades académicas no presenciales”, una encuesta elaborada por  la Comisión Educación-COVID y la Sub-Comisión Educación, ambas de la propia universidad.

Ese diagnóstico reveló interesantes datos surgidos de la aplicación de encuestas diseñadas específicamente para profesores, estudiantes, personal administrativo, técnico y obrero (ATO), además de incluir a las propias autoridades responsables de facultades y organismos.

 

Le toca a las autoridades de la ULA, lograr conseguir recursos para mejorar la plataforma tecnológica que ayude a garantizar el apoyo a muchos profesores y estudiantes.

 

De los 2 mil 331 profesores que posee actualmente la ULA, participaron 824, lo que representa un 35%. En cuanto a los 18 mil 813 estudiantes de pregrado, tomaron parte en el diagnóstico 5 mil 173, es decir un 28% de la masa estudiantil.

También se obtuvieron 94 respuestas de los más de 5 mil estudiantes de postgrado (apenas un 2%) y 379 respuestas del personal ATO, de una población de 4 mil 265 trabajadores, lo que revela un 10% de participación. Por su parte, 20 de los 38 directores de dependencias centrales manifestaron su opinión en la encuesta, lo que les dio una participación de 52%.  En términos totales, la comunidad de la ULA suma 30 mil personas y en la encuesta participaron 6 mil 527 miembros de esa comunidad, poco más del 20%.

La encuesta dejó en claro algunos números relevantes. Por ejemplo, que los estudiantes de Medicina fueron los más preocupados en dar su opinión, tanto en números brutos (1144 alumnos) como en porcentaje: 67% de los alumnos ofrecieron sus respuestas. Por su parte, los profesores de Humanidades con 110 participaciones fueron los más numerosos, aunque en términos porcentuales los de Arquitectura y Diseño alcanzaron un 51% de participación.

Un dato relevante es que 7 de cada 10 alumnos consultados no habían terminado su período académico, una vez iniciada la suspensión, por decreto, de las actividades de educación en todos los niveles, por causas de la pandemia. Como se recordará, los efectos de ese decreto se iniciaron el lunes 16 de marzo.

Pero es en el aparte de “Contexto General de la Disponibilidad de Servicios Públicos”, donde se presentaron los datos más llamativos.

En específico, cuando se consultó a los estudiantes si contaban o no con servicio de internet en su zona de residencia, el 85% dijo que sí y sólo un 15% afirmaron que no contaban con Internet. Aun así, si bien  794 estudiantes  encuestados no poseen una conexión a redes, si se equipara este resultado a la población estudiantil total de la ULA se podría afirmar que más de 3 mil 300 alumnos (de los casi 19 mil) no podrían conectarse a sus clases. Es un dato a tomar en cuenta a la hora de buscar estrategias para facilitar a esa población el derecho a la educación.

En cuanto a los profesores, en cifras redondas casi un 80%  dijo poseer conexión a Internet, dejando a un 20% que manifestó no tener capacidad de datos.

Pero si bien las cifras de conexión son alentadoras, el panorama cambia radicalmente cuando se habla de la “Estabilidad del Servicio de Internet de la comunidad universitaria”, según lo denominó el estudio, o, lo que es lo mismo, qué tan buena es la calidad de ese servicio. Aquí la mayoría de los estudiantes, un 55%, respondió que su Internet no era estable, versus un 45% que indicó que su conexión funcionaba correctamente. En cuanto a los profesores, un 80% respondió que su internet no era estable, contra solo un 20% que considera aceptable su conexión.

Asociado al punto de la posibilidad de concretar  estas conexiones a datos, la mitad de los estudiantes consultados (un 50%) manifestaron que la electricidad se iba en sus hogares una media de 6 horas al día. La cifra ronda el 75% si se suman las respuestas de cortes eléctricos diarios superiores a 2 horas. En cuanto a los profesores, cerca de un 65% indicó que en sus hogares la electricidad se va más de 2 horas al día.

 

Equipos: sí hay

La encuesta en la que se basó el análisis de datos que sirvió al Consejo Universitario para sustentar la decisión de reinicio de clases no presenciales en la Universidad de Los Andes, también abordó aspectos tan importantes como la disponibilidad de equipos de computación, teléfonos inteligentes y otras herramientas tecnológicas, indispensables para poder hablar de la posibilidad de participar, eficientemente, en las clases virtuales.

Cuando se preguntó a los estudiantes si tenían disponibilidad de un computador, un 81% de los 5 mil 173 alumnos consultados respondió que sí lo poseían, lo cual es una cifra relevante. En tanto, de cada 10 profesores, 7 indicaron que sí poseían un computador.

Las cifras fueron mejores en cuanto a un equipo que se supone, en estos tiempos,  más urgente que un computador: el teléfono inteligente. Tanto el 90% de los estudiantes como el 90% de los profesores indicaron que sí tenían este tipo de dispositivos. Por su parte el 73% de los alumnos consultados dijo que no usa la tablet como dispositivo de conexión mientras que el 77% de los profesores señaló que  no cuentan con una tablet para trabajar.

Un aspecto inquietante de estas encuestas sobre equipos es que no se consultó sobre la calidad y actualización de estos dispositivos, tomando en cuenta el hecho de que si bien un alumno o profesor puede indicar que sí posee equipo (computador o teléfono inteligente) la capacidad de procesamiento, memoria RAM, almacenamiento, actualización del sistema operativo, entre otros detalles técnicos, puede echar por tierra la pretensión de tener una conexión eficiente para uso académico.

Lo que sí quedó en claro es que la gran mayoría de los estudiantes y profesores, al igual que el resto de la comunidad universitaria, tienen a  la red social WhatsApp como su primera opción de uso, superando a otras como Facebook e Instagram.

 

¿Es viable el reinicio?

La encuesta dejó decenas de datos relevantes adicionales que por su extensión no pueden reflejarse en este análisis. Con respecto a la capacitación en el manejo de herramientas, recursos y estrategias de educación virtual o a distancia, 6 de cada 10 profesores consultados dijeron que sí tenían uno o más talleres o cursos. Aún mejor, 74% dijo que ya usa o aplica una o varias herramientas tecnológicas en sus clases. Con todo, lo anterior implica que en las próximas semanas al menos un 40 por ciento de la planta profesoral de la ULA tendrá que acercarse a estos conocimientos o reforzarlos, en aquellos que ya tienen estudios previos.

Los estudiantes, aunque por la edad promedio es de presumirse que son duchos en el manejo de las tecnologías, manifestaron que no tienen estudios en el manejo previo de la educación virtual o a distancia. Apenas 2 de cada 10 se han formado al respecto. En la práctica sólo el 42 % de los alumnos encuestados han tomado parte en una materia virtual ofrecida por la ULA.

De forma más cualitativa, los profesores consultados aportaron cientos de  apreciaciones en función de muchos otros  aspectos necesarios para poder suponer un reinicio de clases a partir de la modalidad a distancia, online o virtual.

 

Cada Facultad deberá revisar durante el mes de agosto su situación específica e intentar responder a las indicaciones establecidas en las directrices para el reinicio.

 

Un reinicio de clases debe tomar en cuenta, además de los muchos factores indicados en el estudio (a saber: conexión a internet, calidad de la conexión, disponibilidad de equipos, disponibilidad eléctrica,  estado de los equipos, capacitación previa de profesores y alumnos) variables como la situación interna de la ULA en cuanto a su plataforma tecnológica, equipamiento,  recursos humano, recursos presupuestarios, por sólo agregar los que más preocupan, sobre todo a los docentes.

Pero dado que la ULA debe dar respuesta a sus alumnos, es importante indicar que el 80% de los estudiantes consultados se mostraron a favor de reiniciar las clases en la modalidad virtual. Esta cifra sube a un 93% por parte de los profesores. Queda claro que en su gran mayoría, alumnos y profesores desean reiniciar clases, pero los datos  mostrados hasta aquí dejan claro dónde están los baches que deben llenarse para evitar saltos en el camino.

Los decanos consultados, en su mayoría hicieron énfasis en la necesidad de aumentar la disponibilidad de presupuestos, mejorar la infraestructura y contar con el tiempo para la capacitación de alumnos y profesores en el escenario de la educación mediada por tecnologías de la información y la comunicación.

El reinicio en la modalidad de  educación no presencial es un hecho.  El pasado viernes 31 de julio, el Rector de la ULA, Mario Bonucci, informó que el Consejo Universitario aprobó las  denominadas  “Directrices y Normas para el Reinicio de las Actividades Académicas en la Universidad de Los Andes”, un documento de 95 páginas en las que se abordan de forma más clarificadora, los conceptos de educación a distancia o virtual, sus modalidades, procesos y estrategias, además de orientar a autoridades y profesores sobre las implicaciones académicas de esta fase llamada “período especial”.

La fecha fijada para el reinicio quedó establecida  para el lunes 26 de octubre. Será una vuelta a clases virtual,  en la que previamente se habrán tenido que lograr la capacitación de docentes y alumnos en el manejo acertado de las herramientas mínimas que demanda esta modalidad formativa.

Pero igualmente los programas de las materias habrán tenido que ajustarse a la nueva realidad, tomando en cuenta que el retorno estará marcado por períodos académicos que tendrán como promedio 8 semanas.

¿Qué hacer con la electricidad deficiente, el internet ausente o inestable, la falta de equipo de última generación, la adecuación tecnológica de la plataforma universitaria? Dada la situación país, la ULA no tiene más opción que concentrarse en lo que sí se puede hacer y aspirar a que estas acciones minimicen el efecto de lo que está lejos del control de la casa de estudios más importante del occidente de Venezuela.

 

 

 


A favor del reinicio

 

 

En contra del reinicio

 


 

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