De vuelta con los carteros y lectores de estas Cartas, hoy quiero compartir con Ustedes, el Prefacio de mi nuevo libro IR AL Futuro. Homenaje a Mario Briceño Iragorry (Disponible gratuitamente en https://pedefericas.blogspot.com):
La historia es un río zigzagueante que algunos atraviesan a nado y a profundidad. No es chapalear en la cultura de la superficie, es quedarse incluso sin mucha compañía en ese campo asaltado de la tradición para buscar allí la crisis de pueblos y decirla a los cuatro vientos de un mundo esquemáticamente nostálgico y abrumadoramente disociado de su pasado y de su futuro. Los que mejor han vivido su conciencia, terminan traicionándola y traicionándose y van al festín de la nación a encender los cirios de las efemérides y continuar en esa liturgia obligada para sentirse orgullosos de ser herederos furtivos de nuestros muertos ilustres y no tan ilustres:
Río que viene de atrás, el pueblo, para ser expresión fecunda en el área de una nación, reclama símbolos que lo personalicen. Por ello toda colectividad nacional, del mismo modo como tiene escudo y bandera que la representen, necesita signos morales que le den perfil en el orden universal de la cultura.
Tales signos sólo pueden formarse con los elementos que forja la Historia a través de una comunidad de gloria y de dolor. (1952, Mensaje sin destino, en Pasión venezolana, 1954, Edime, Caracas-Madrid).
Desde distintos lugares, debo mantener la metáfora del pueblo como río que viene de lejos. Se han contaminado sus aguas y mermado sus fuerzas purificadoras y recreadoras. En este aspecto último, purificar y recrear, propongo una afluente especial para llevarme parte de sus aguas al diálogo entre Tradición y Utopía, diálogo que exige, como energía implícita, llevarnos el pensamiento hacia el futuro porque la liturgia y la manipulación, en supuestas combinaciones contradictorias, promueven sin cesar la cultura de la superficie y han conducido, a la memoria misma, a la función ideológica de estar al lado de una u otra élite, no sólo por la disputa por poseer y ser herederos de los “signos morales” de la nación sino de ser sus continuadores o defensores.
Esta disputa se materializa en el forcejeo para colocar la historia como credo de un grupo específico frente a otro que también se considera heredero de nuestros acontecimientos fundadores, de nuestros signos vitales y de nuestras representaciones teatrales como comunidad nacional. Pareciera que, entonces, navegamos en medio de viejos torbellinos donde las viejas mañas de los cultores de las crisis de y en el pueblo, se han modernizado, adquiriendo nuevos signos que prolongan la disipación de la tradición y su manejo ideológico que la coloca como disimulo de una herencia cultural también disipada.
Digno navegante de este nuestro río tortuoso que desemboca cada vez donde “no se ha sabido contradecir al Poder ni como amenaza ni como tentación”, enrostrándonos la doble combinación de adolecer de un primer piso para un edificio con buenas bases y el “casaleonismo” cultural, entendido como la capacidad para el oportunismo histórico y el halago. Montado en su “barco frágil de papel” o en “su caballo de Ledesma” resiste desde su decoro personal y produce un pensamiento que permite poner frente a nuestros ojos una de las lecturas más hondas de nuestro río histórico que atraviesa, según creo a su lado, nuestras dos minoridades sufridas, la colonial y la republicana, donde fuerzas extranjeras y “nacionalizadas” se disputan la conformación “idónea” de lo que debemos ser, cobrando cada vez mayor vigencia lo que denunciaba en su Alegría de la Tierra: “perdida la autonomía económica, los pueblos acaban por perder también su autodeterminación política”.
He leído desde el Liceo al Maestro de pueblos, al lector de nuestras crisis. En el intento de acercamiento y comprensión encuentro en sus páginas parte de mis laberintos y anuncios hermosos y valientes de salvación de la energía vital que nos reuniría como ciudadanos venezolanos de la patria arriba. No deja de convocarnos a las zonas de razonamiento hoy lastimosamente carcomidas por lo que he llamado cultura bipolar o guerra civil entre venezolanos.
Debemos sembrar distintos tipos de árboles frutales a lo largo de la ribera de nuestro río histórico, decirnos las verdades sobre el enorme descuido de sus fuentes nutricias. También, y es obligación nuestra, llegado al mar turbulento de la historia, “nuestra misión presente, nuestra obra de balance moral con el Destino, es promover un viraje en ese tipo de navegación. Que hasta el último pasajero ayude a templar las jarcias para mejor resistir el empuje de los aires en la plena mar y, con rumbo valiente, no temer el momento de navegar a Orza, con el rostro fatigado por la aspereza de los vientos contrarios, que curten, con la piel, el ánimo de los navegantes.” (1954. “La prudencia culpable”, El caballo de Ledesma, Edime, Caracas-Madrid, p.39). Sigamos leyendo, o comencemos a leer a Mario Briceño Iragorry, conversemos con él cuantas veces podamos para desintoxicarnos de tanto disimulo y negación, de tanto pragmatismo ideológico bufo que nos ha llevado a destartalar la república y convertirla en una franquicia tal como hizo un rey con la provincia de Venezuela al regalársela a los Belzares en 1528. No se pierdan de conversar con este trujillano universal, venido al mundo un 15 de septiembre de 1897. Y me dice, de “añejos y sólidos sentimientos nacionalistas que distinguen toda mi ya larga obra de escritor.”
Nos conduce el Maestro de pueblos a una hermenéutica de lo venezolano y la compresión de “su crisis de pueblo”. Sólo tenemos que hacer unos ajustes y traernos ese diálogo hasta nuestros días, ampliando, de acuerdo cómo leamos su pensamiento amplio y justo, los elementos recurrentes para un esquema de interpretación tal como lo plantea en La traición de los mejores.
Se le ha temido y se le teme a la franqueza de sus lecturas sobre el nosotros navegante en esas aguas que mueve la historia. En su decoro no participa la maledicencia, pero si el afincarse sobre las llagas culturales que nos impiden pensar por sí solos “desde los ángulos del cálculo y de la parsimonia”.
Vamos a sus libros Maestro de pueblos, naveguemos, vamos al encuentro con su palabra fiel a la casa y a la patria arriba. Para pasar adelante a su casa extraordinaria debo anotar en el río espiritual de su pensamiento que “No tendrán República los ciudadanos que ejercitan las palabras fingidas”. Hallo un logro, una condición, una conquista emancipadora: Navegar el río, personal y humano, revisar un sistema de creencias, sus leyendas y valores, sus dolores y ascensos para, finalmente convertirlos en un sistema de pensamiento: Una enorme propuesta teórica de lo venezolano y su crisis de pueblo. La cultura como tradición y pasado ya no está detrás de nuestras espaldas sino frente a nosotros, la podemos ver y pensar para Ir al futuro.
Los ideólogos del pasado siempre han querido poner a su favor ese pasado para sentirse y hacernos sentir que son sus herederos. De tal manera que, se produce una disputa cruel y acomodaticia para lograr tan codiciada apropiación. Con la mirada crítica y cuestionadora, accediendo a su continuidad histórica, Don Mario va recorriendo las aguas dolorosas de nuestra historia evidenciando su fortaleza personal para decirse y decir frente a quienes quieren desquiciar la unidad de los pueblos y tramitan el divorcio entre el decoro personal y el compromiso consciente con el devenir de la humanidad, de nuestro decoro, con nuestra independencia, con nuestra libertad.
Ir al futuro en compañía de su ideario patria arriba. En dos direcciones no excluyentes para la pasión y el diálogo crítico con el hablar venezolano. Hacia atrás para pulir nuestra memoria histórica de pueblo que navega entre la sumisión y la libertad. Hacia adelante para pulir nuestra memoria histórica de pueblo que navega hacia el futuro.
Ir al futuro para, Maestro de pueblos, encontrarnos en un nuevo intento, acercarnos con franqueza y navegar tal río que humedece nuestra memoria. Ser coetáneo con Usted, traer a nuestra pasión venezolana su conducta y su ideal, su vieja lámpara para iluminar nuevos caminos de reflexión y entusiasta reunión para detener a los filibusteros de ayer y de hoy.
Venir con la contundente y valerosa conciencia de su lenguaje, de su vida y de su decoro, con su fina heroicidad personal para dejarnos abierta la posibilidad de viajar con su pensamiento a un mejor lugar:
Cuando pidas a Dios por nuestra Patria y cuando ruegues porque la caridad se derrame como bálsamo que aplaque los odios y las venganzas, pide también por mí, en especial, porque me sea concedida la gracia de poder estrechar sin rencores la mano de mis actuales enemigos. A ninguno odio. Si a alguien puedo, en cambio, herir cuando examino la realidad venezolana, no es mi intención ofenderle en particular, sino censurar un sistema en cuya conformación histórica tenemos culpa todos, casi todos los venezolanos, y principalmente quienes han tenido la responsabilidad de dirigir y de encauzar el pensamiento de la República. De mi parte jamás me he abocado a proponer enmiendas sin antes acusar mis faltas. Nunca he intentado exhibirme como modelo de ciudadanos. Mis errores, mis deficiencias, mis debilidades quizás sean más que las debilidades, que las deficiencias, que los errores que me imputan los enemigos. Tanto me pesan, que deseo no verlos repetidos por mis compatriotas. Por ello, me atrevo a dirigirme a los jóvenes con la autoridad que me da una experiencia dolorosa. (Madrid, mayo de 1953. Carta a Mons. Doctor J. Humberto Quintero, Mérida).
Bibliografía: Briceño Iragorry, Mario (1954). Pasión venezolana, Ediciones Edime, Caracas-Madrid.
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