Usted es un libro que puedes leer en silencio.
Rescato esta oración de la carta anterior, de la serie “Biografía hermenéutica”, para subrayar la importancia de “aprender a leerse uno mismo” y aquello también de “Reunirse a leer en un lugar con un grupo es como hacer una antigua fiesta”.
Descubrir nuestro propio significado, el mío y el de nosotros, genera un momento gozoso como una fiesta entendida como el encuentro con algo que nos produce cierta alegría, la alegría de saber y sabernos, ligado uno, saber, conocer, descubrir a su otro plural, sabernos. La cuestión es, cómo alimentar este sabernos en un mundo escandaloso, bullicioso y estéril en su espíritu, una civilización gustosa en mostrar y demostrar sus exteriores, ocultando “la basurita debajo de la alfombra”.
“Voy con mis sentidos debajo del brazo, los imprimí con tinta especial, con tinta de tierra y de hojas verdes, con polvo de pequeñas piedras de quebradas y ríos secretos. Ellos, los sentidos, al hablar como humano, se vuelven chispas que iluminan la más solitaria de mis noches milenarias”. Es el lenguaje del silencio que mana mundos del espíritu.
Usted camina por el mundo del día y de los sueños y va “garabateando” su historia. Ayer por la tarde escuchaba a los grillos cantar. Una sonora línea atravesaba de oído a oído el atardecer. Te diste(s) cuenta cómo caminaban las vocales de la mano con ciertas consonantes para producir en los verdes y los amarillos de la montaña, cierta añoranza por la infancia.
Crecer hacia adentro es saltar cuan grillo bailarín en la montaña. No escuchabas al resto de las consonantes. Ellas quedaron trituradas por las enormes ruedas traseras de la tristeza.
Al despertar me doy por enterado que hemos llegado a la casa del silencio. Una señora bella, casi transparente, se nos presenta “enseñándonos a leer los labios”. Me llamo Soledad, nos cuenta. Han llegado hasta acá porque el lenguaje de los grillos les ha permitido conocer el lenguaje de los verdes y los amarillos. El profesor acá presente, y quien esto escribe, nos invita a hacer del silencio un elemento importante para la interpretación.
Entonces, ser un libro para leerse en la casa del silencio sería, de esta manera, buscar la reconciliación con el espíritu aniquilado por el bullicio de las máquinas y de los maquinistas. No es simple ser migrante de la casa tecnológica, ruidosa y espectacular, para en silencio habitar esta otra casa donde el sonido de todo se disuelve en la boca que habla el espíritu.
“Ahora imagino a mi padre Juan Evangelista, en solitario, leyendo el abecedario de la montaña y de la luna para sembrar “por ciertas y determinadas cosas” las espigas estelares de nuestras pequeñas e inocentes almas”. Aquí nos tocaría reflexionar por un momento del por qué a veces sentimos más amor de nuestros muertos floridos. Ahora entiendo. Cuando ellos nos hablan, lo hacen desde la casa del silencio. Si todo esto fuese cierto, en el libro que somos, vamos a encontrar algunas páginas que creemos vacías. No es así. Debemos tener paciencia, movernos un poco como si estuviésemos danzando. Agitar ese libro como si fuese una cajita mágica para leer tus propias páginas.
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