Medio conversando con un amigo sale a colación, por los acontecimientos de Apure donde al parecer se enfrentan “múltiples ejércitos”, el título de esta carta: la frontera es un territorio oscuro, la han convertido en una zona habitada por un pueblo en zozobra, víctima de esta guerra permanente. Los gobiernos de Venezuela y Colombia, dados a la tarea de la desintegración latinoamericana, adolecen de políticas reales de integración y han jugado por el quiebre de las relaciones convirtiendo a nuestras poblaciones en víctimas constantes, habitantes desorbitados, esclavos de los dueños de las trochas y los caminos. Todos los jefes habidos y por haber, basta oírles hablar, nos han conducido desde 1827 a un vaivén rutinario de guerra cuyo fondo es la riqueza que genera este tipo de apropiaciones de los territorios oscuros que no son singularidad de la frontera donde, por supuesto, se hacen más evidente gracias al discurso de los protectores de ayer y de hoy. La disputa es, entonces, por el control de las trochas y los caminos. Y esta disputa, insisto, materializa el fracaso histórico de la integración. Pero, de pronto (de presto diría mi abuela) pueden darse iniciativas políticas y populares. Una de ellas, se me ocurre, auspiciar la conformación de un cuerpo legislativo permanente, integrado por todos los diputados venezolanos de los estados occidentales que se dediquen a tiempo completo (para eso hay bastantes diputados) a crear “las ciudades comunales de frontera”. Igual Iniciativa podría darse con respeto al territorio esequibo y brasileño. Tomarse en serio la cosa para que no prospere la guerra entre los pueblos, pueblos distanciados por la larga intervención histórica de los proyectos de división, explotación y dependencia monitoreados en forma constante por quienes juegan en el tablero de la vieja nueva guerra.
Al mismo tiempo, como habitantes de una sociedad con demasiados territorios oscuros, debemos atrevernos a develar estos mantos estratégicos de división y dominación. Veo dos vías irrenunciables y combinadas. La primera es perder todos los miedos porque no tenemos nada que perder. Si perdemos el miedo personal a ser y decir venezolano se abre el segundo elemento o vía: La comunidad recobrando sus caminos, sus vías de comunicación para que también por ellos pase la alegría de los reencuentros. Esto es posible sin ejércitos y sin diputados. Si estos últimos toman conciencia de su papel en la historia de nuestros pueblos la verdad no estorbarían.
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